Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 20

El aire se rasgó.

No fue un sonido normal.
Fue como si el Bastión entero inhalara de golpe, reteniendo el aliento ante lo inevitable.

Abrahel retrocedió un paso, desconcertado por primera vez, cuando vio cómo la luz y la oscuridad comenzaban a entrelazarse alrededor de Vladimir. Era un resplandor imposible. Un fuego blanco azulado cruzado con venas negras que brillaban como carbón al rojo vivo. Una fusión que ninguna criatura debería poseer.

Vladimir temblaba. Tosía sangre, pero algo dentro de él —algo antiguo, algo prohibido— estaba abriéndose paso a la fuerza.

—¿Qué estás…? —murmuró Abrahel, ladeando la cabeza con fascinación y peligro—. Esto no es tuyo. ¿Quién te dio permiso para despertar eso?

Vladimir no lo escuchó.

O tal vez ya no podía escucharlo.

Sus pupilas se dilataron hasta cubrir casi todo el iris, volviéndose un abismo plateado. Sus venas ardieron con luz, y la sombra que su linaje llevaba años intentando sellar estalló, expandiéndose como alas hechas de puro caos.

Una explosión de energía sacudió el Bastión.

Las columnas se fracturaron.
El suelo se abrió en líneas irregulares.
Incluso la oscuridad retrocedió, como un animal asustado.

Desde una galería rota en lo alto, tres figuras miraban con incredulidad.

Xalvator.
Helenka.
Ekaterina.

Habían logrado salir de la distorsión que los separó… solo para encontrarse ante un infierno vivo.

—¿Ese es… Vladimir? —susurró Helenka, apenas respirando.

Xalvator intentó decir algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Ekaterina, en cambio, sintió un escalofrío paralizarle la columna. No era simple miedo, era una alarma profunda, instintiva, visceral.

El ser que tenía frente a ella ya no era solo el hombre al que había decidido seguir, era otra cosa.

Una criatura cuya sola presencia hacía que sus manos sudaran y su corazón quisiera huir del pecho. Un híbrido que combinaba la gracia letal de un celestial con la violencia indomable de un demonio.

Sus ojos brillaban como estrellas moribundas, sus colmillos sobresalían más largos, sus músculos se expandieron, rasgando la ropa, su piel marcada por runas ardientes que parecían talladas desde dentro y sus alas no eran alas, eran dos estructuras hechas de luz distorsionada y sombras líquidas que se movían como si tuvieran conciencia propia.

Ekaterina dio un paso atrás sin darse cuenta.

—No… —susurró, temblando—. Eso no es posible.

El nuevo Vladimir abrió los ojos.

Y la mirada que lanzó hizo que incluso la oscuridad del Bastión dejara de moverse por un instante.

Abrahel apretó la mandíbula.

—¡Así que por eso padre te escondió! —rugió—. ¡Temía que te convirtieras en esto! ¡Una abominación!

Vladimir habló, pero no era su voz. Era una mezcla de timbres superpuestos: el de un hombre, un demonio… y un eco casi angelical que vibraba sobre los demás.

—No soy una abominación. Soy lo que tú acabas de crear.

Y sin previo aviso, se lanzó con una velocidad inhumana.

Abrahel apenas alcanzó a cubrirse cuando Vladimir lo embistió con una fuerza tan brutal que su cuerpo atravesó dos columnas antes de impactar contra un muro, hundiéndolo varios metros.

El estruendo fue tan violento que un temblor sacudió todo el complejo.

Xalvator tragó saliva.

—Santo… por todos los dioses… —murmuró con una sonrisa nerviosa, diciendo aquella frase de manera irónica, siendo él un demonio—. Nunca lo había visto moverse así.

Helenka se aferró al borde de la galería, con el rostro desencajado.

—No está peleando… está desatado.

Ekaterina volvió a mirar a Vladimir y por primera vez desde que lo conoció, tuvo miedo de acercarse a él.

Abajo, entre los escombros, Abrahel intentó ponerse de pie. Su cuerpo se regeneraba, pero la herida que Vladimir le había dejado ardía como fuego divino.

—¡Esto no te pertenece! —gritó Abrahel, escupiendo sangre negra—. ¡Ese poder debería ser mío!

Vladimir apareció frente a él como una sombra luminosa, sujetándolo por la garganta y levantándolo del suelo con una sola mano.

La voz del híbrido resonó como un trueno contenido:

—Tu ambición te cegó. Tu odio te destruyó. Yo no pedí este poder… pero tú me obligaste a sacarlo a flote.

Vladimir apretó su mano, el crujido fue audible incluso para los que observaban desde arriba.

Abrahel pataleó, intentando liberarse.

Pero por primera vez en su existencia, estaba perdiendo.
Y lo sabía.

—Vla… dimir… —logró escupir—. Si sigues así… tú también te perderás…

Los ojos de Vladimir brillaron con un destello que no pertenecía a ningún mundo.



#4840 en Fantasía
#538 en Paranormal

En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 22.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.