Cuando cruzaron los portones, los centinelas lanzaron un grito de bienvenida. La fortaleza entera vibraba con el eco metálico de la vida militar: pasos firmes, órdenes cortas, el choque de armas en entrenamiento. Era hogar, o, al menos, lo más parecido a uno que Ekaterina tenía.
Apenas puso un pie sobre el patio central, un oficial se acercó con expresión grave —Ekaterina… tu padre te espera en la sala de consejo.
Ella sintió un nudo formarse en su estómago. Claro que la esperaba. Desaparecer sin rastro, volver como caída del cielo y con los ojos aún temblando de trauma bastaba para preocupar a cualquier padre. Pero el suyo no era cualquier hombre.
Era el gran Igor. Comandante de la Patrulla Dorada desde hacía muchos años. Un símbolo viviente de rectitud y valor. Y también, el único que siempre había creído ciegamente en ella.
Ekaterina bajó de su caballo y sin decir una sola palabra, encaminó sus pasos hacia el interior del lugar buscando aquel salón en donde su padre aguardaba por ella.
La sala de consejo estaba iluminada por antorchas altas que proyectaban sombras rígidas sobre los mapas de guerra y pergaminos antiguos. Igor estaba de pie, de espaldas a la puerta, observando un mapa extendido sobre la mesa.
Ekaterina respiró hondo y empujó la puerta.
—Padre…
Él se giró de inmediato.
No dijo una palabra. Solo avanzó, la tomó por los hombros y la examinó con una mezcla de alivio y angustia.
—Estás viva —murmuró él—. Gracias a los cielos.
Ekaterina sintió el calor subirle a los ojos. —Lo siento —susurró—. No pude… no pude evitar lo que pasó.
Igor la guió hacia la mesa, invitándola a sentarse. —Cuéntame todo —pidió con voz firme, aunque sus ojos traicionaban un profundo miedo—. Desde el momento en que te separaste del grupo.
Ekaterina cerró los ojos un instante para ordenar sus recuerdos. —No se como pasó, de pronto me vi sumergida en ese bosque sintiéndome observada por cosas que no podía ver cuando, de pronto, conocí me encontré con Vladimir, un híbrido.
—¿Híbrido? ¿Te refieres a un neutral? —preguntó Igor con mucho interés.
Ekaterina asintió y continuó diciendo —pero no te preocupes, es más bondad que maldad, me salvó la vida y cuidó de mí. Iba acompañado de Helenka y Xalvator.
—¡Los emisarios! Al fin los encontraste. Continúa, hija… Por favor…
—Viajé con ellos al bajo mundo en busca del bastión olvidado, y cuando nos acercábamos, tuvimos que pasar una prueba en donde te vi y vi a varios de la patrulla padecer. Solo eran visiones… y más tarde, Vladimir, el híbrido, se enfrentó a su hermano Abrahel…
—¡Espera! Abrahel tiene un hermano perdido de nombre Soragor. Según se cuenta, fue criado entre nosotros pasando como humano y, al parecer, es una bomba de tiempo. ¿Acaso ese Vladimir es el demonio que hemos buscado durante años?
—Me temo que sí —dijo Ekaterina mientras miraba por la ventana hacia el bosque lejano. —En medio de esa pelea, Vladimir despertó un poder entre lo divino y lo infernal, me causó mucho terror al verlo de ese modo y, de pronto, otro ser apareció interrumpiendo aquel combate.
—¿Otro demonio?
—Algo peor. Un demonio antiguo… el padre de Vladimir y Abrahel.
Igor se quedó inmóvil.
—¿Darok?
Ekaterina asintió lentamente. —No pude hacer nada —continuó—. Solo sentí cómo me arrancaba del plano. Caí en un lugar donde el aire pesaba… donde sentí que mi alma se encogía de miedo. Estaban peleando… Vladimir y su hermano. Y luego, Darok apareció. Detuvo la pelea. Y… me miró.
Recordarlo hizo que la piel se le erizara.
—Con un chasquido de dedos me expulsó del lugar. Ni siquiera me habló.
Solo me… descartó. Como si por ese momento perdonara mi vida.
Igor apoyó las manos, con fuerza, sobre la mesa. —Ese ser no debió haber regresado jamás —gruñó—. Si Darok está libre, el equilibrio entero de los planos puede colapsar. Y tu cercanía con estos eventos… Ekaterina, esto no es casualidad.
Ella bajó la mirada.
—Lo sé. Y sé que Vladimir aún está en su poder.
Igor la observó con ojos serios, llenos de una preocupación que él trataba de ocultar bajo su máscara de comandante. —Hija… quiero que seas sincera conmigo. —¿Este híbrido… este Vladimir… es un riesgo para ti?
Ekaterina levantó la vista y por primera vez en días, su voz fue firme. —No. Él luchó contra su hermano. Luchó contra lo que es y habría dado la vida por proteger el mundo terrenal. Créeme, padre, yo lo ví.
Igor la observó en silencio. Luego suspiró. —Entonces estés donde estés, hija mía… tu lugar será donde puedas hacer más bien. Pero escucha esto: si Darok regresa al mundo de los vivos, la Patrulla Dorada no podrá quedarse de brazos cruzados.
Ekaterina tragó saliva y con la mirada fulminante, vió a los ojos verdes de su padre con algo de miedo y determinación. Un destino se había sellado, uno que la obligaría tarde o temprano a volver al lado de Vladimir y, quizá, a enfrentarse a Darok.