Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 23

El viento sopló entre las telas del campamento como un presagio, apagando por un segundo las llamas del fogón. Una corriente helada se arrastró por el suelo, levantando polvo, y por un instante, los tres sintieron que algo invisible los observaba.

Pavel pasó una mano por su rostro, incrédulo. —Entonces todo cuadra… las fracturas en el cielo, el temblor de los planos, la energía desconocida…
—Y la desaparición repentina de las criaturas —agregó Nedam, mirando hacia las montañas—. La retirada masiva. Todo lo que estaba en el mundo terrenal regresó al inframundo al mismo tiempo. Como si respondieran a un llamado. O… a un despertar.

Ekaterina tragó saliva.

—Darok —murmuró—. No solo retomó su lugar. Está reorganizando todo lo que le pertenece. Y eso incluye a Vladimir… o Soragor o como sea que lo llame. No sé cuánto tiempo podrá resistir.

El silencio volvió a caer, esta vez más pesado, más oscuro. Solo el crepitar del fuego llenaba el aire.

Pavel se arrodilló frente a ella. —Necesito que me digas la verdad —pidió con una seriedad que nunca le habían escuchado—. Ese híbrido… ¿importa para el destino de los reinos, o importa para ti?

La pregunta la atravesó como un puñal.

Ekaterina bajó la mirada. Pensó en los ojos de Vladimir, en su lucha interna, en su miedo al poder que llevaba dentro… y en la forma en que la había protegido aun cuando él mismo se estaba rompiendo.

Cuando habló, lo hizo en un susurro. —Ambas cosas.

Nedam dejó escapar un suspiro largo, cargado de resignación y decisión.

—Entonces no tenemos opción —dijo levantándose—. Si Soragor sigue vivo, Darok necesitará quebrarlo antes de que despierte por completo su otra mitad. Eso le dará tiempo… poco, pero tiempo. Y nosotros debemos usarlo.

Pavel tomó su lanza y la clavó en el suelo.

—A partir de ahora —pronunció—, la misión cambia. Ya no buscamos información. No esperamos órdenes. Vamos a rescatar al híbrido.

Ekaterina levantó la vista sorprendida.

—¿Los dos… vendrán conmigo?

Nedam sonrió, aunque su expresión tenía un tinte sombrío.

—Desde el día en que te vimos desafiar por primera vez a un espectro sin pestañear, decidimos que no te dejaríamos sola.

Pavel asintió con un gruñido.—Además —añadió—, dejar que una hija del comandante Igor marche sola al inframundo sería un insulto para la Patrulla Dorada.

Ekaterina soltó una risa pequeña, ahogada, casi incrédula. Por primera vez desde su regreso, sus ojos dejaron de verse tan vacíos.

—Gracias… —susurró.

Pero la calma duró solo un instante. Las brasas del fuego comenzaron a temblar. El suelo vibró con suavidad. Y una voz—un susurro casi imperceptible—se deslizó entre los árboles como humo.

—Ekaterina…

Ella se puso de pie de inmediato, con la mano en la empuñadura de su arma.

Pavel y Nedam intercambiaron miradas tensas.

—¿Lo oyeron? —preguntó Ekaterina.

Pero ellos no habían escuchado nada.

El susurro volvió, esta vez más cerca, más frío.

—No tardes, por favor…

El corazón de Ekaterina dio un vuelco violento.

Porque no era una voz cualquiera.

Era la voz de Vladimir. Y sonaba… quebrada, dolorida y al borde del final.

Ekaterina apretó los dientes, sintiendo cómo la determinación le encendía el pecho. —Tenemos que irnos. Ahora mismo —ordenó con una firmeza que hizo que sus compañeros se levantaran al instante. Pavel tomó sus cosas y Nedam apagó el fuego.

La caminata hacia la fortaleza se hizo bajo un cielo encapotado, cargado de presagios. Las murallas de la fortaleza brillaban con el último resplandor del día, como si intentaran recordarles que aún existía un lugar en el mundo donde la disciplina y el orden prevalecían sobre el caos.

Ekaterina, Pavel y Nedam avanzaron por el puente levadizo mientras los centinelas los observaban desde las almenas, desconfiados pero aliviados de verlos regresar ilesos. Cuando cruzaron el umbral principal, el sonido del metal, las voces en entrenamiento y el aroma a sopa caliente les dio una bienvenida casi hogareña.

—Será mejor hablar con ellos cuando estén relajados —dijo Nedam, ajustándose el manto—. La hora de la cena nos favorece.

—Siempre y cuando no se ahoguen con la noticia —murmuró Pavel con ironía amarga.

Ekaterina respiró hondo. Hablar de Soragor—de Vladimir—frente a todos no sería fácil. Pero no había tiempo para sutilezas ni temores.

Al llegar al gran comedor, el bullicio típico de la Patrulla Dorada los envolvió de inmediato. Grandes mesas de madera, risas, soldados compartiendo historias del día, el ruido de jarras golpeando contra la mesa… Un ambiente que intentaba negar, inútilmente, que el mundo entero se estaba desmoronando.

Pero cuando Ekaterina entró, el bullicio comenzó a apagarse poco a poco. Las miradas se posaron sobre ella, sobre Pavel y Nedam.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 22.12.2025

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