Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 24

Un escriba colocó sobre la mesa una caja de madera oscura. Los soldados, uno por uno, debían acercarse para depositar una piedra:

  • Piedra dorada: apoyar a Ekaterina y viajar al inframundo.
  • Piedra gris: permanecer y defender la fortaleza.

Los soldados se formaron. El silencio era aplastante.

El primero en avanzar fue Fyodor. Sin dudarlo, tomó una piedra gris. La dejó caer dentro de la caja con un clac que resonó en todo el salón.

Luego fue la soldado veterana. Dudó, se mordió el labio… y tomó una piedra dorada. —Si el destino del mundo está en juego —dijo—, no voy a esconderme detrás de estas murallas.

Uno a uno, los soldados avanzaron. Algunos depositaron piedras grises con manos temblorosas. Otros, doradas, con los ojos llenos de determinación. Pavel dejó la suya: dorada. Nedam: dorada también. Ekaterina fue la última.
Tomó una piedra dorada… y la depositó con un susurro apenas audible:

—Por Vladimir.

Finalmente Igor cerró la caja.

El silencio era insoportable.

El escriba la abrió y comenzó a contar en voz alta, formando dos montones sobre la mesa.

—Una dorada.
—Una gris.
—Dorada.
—Gris.
—Dorada.
—Dorada.
—Gris…

El conteo se alargó, todos contenían el aliento. Cuando terminó, el escriba se aclaró la garganta. Hubo un silencio sepulcral.

—Comandante… —dijo—. Los resultados son…

Igor levantó la mano para que nadie interrumpiera. —Dilo.

—Veintiséis piedras doradas.
—Veintitrés piedras grises.

El salón entero exhaló un suspiro colectivo. Había sido por un margen mínimo.

Ekaterina sintió las piernas temblarle.

La Patrulla Dorada, la mitad de ella al menos, había elegido acompañarla al inframundo. Igor inspiró profundamente, como si se quitara de encima un peso que nadie más comprendía.

—La decisión está tomada —anunció—. La Patrulla Dorada marchará hacia el Inframundo.

Un murmullo recorrió el salón. Miedo, asombro y admiración era lo que reinaba al interior de la fortaleza aquella noche. Pero, Pero también había unidad a pesar de todo.

Por primera vez desde que Darok despertó, Ekaterina sintió que no estaba sola. Igor bajó la mirada hacia ella, no era la mirada del comandante, era la de un padre.

—Te acompañaremos, hija mía. Hasta el fin del mundo si es necesario.

Ekaterina contuvo las lágrimas.

El viaje al inframundo había comenzado.

Forjas encendidas — Armaduras negras — Rituales de protección — Estrategia para entrar al Inframundo

La decisión estaba tomada, pero la fortaleza no celebró.
No hubo vítores, ni sonrisas, ni aplausos.

Solo un silencio grave, el tipo de silencio que se instala antes de una tormenta.

Las Forjas despiertan…

Esa misma noche, la Patrulla Dorada se movilizó como si la vida del mundo dependiera de ello… porque así era.

En las profundidades de la fortaleza, las forjas ancestrales se encendieron después de décadas de permanecer apagadas. Un fuego azul, casi espectral, iluminó las paredes de piedra.

Los herreros —viejos maestros de manos curtidas— trabajaban sin descanso, martillando metales que chispeaban como estrellas.

—Las armas comunes no sirven contra criaturas del Inframundo —gruñó el maestro herrero Nikolai—. Estas llevan una mezcla de acero nocturno, plata solar y fragmentos de roca astral.

Ekaterina observaba en silencio: espadas curvadas, lanzas negras como humo solidificado, ballestas con mecanismos imposibles, dagas con runas que vibraban apenas uno las tocaba.

Nedam sonrió, maravillado. —Siempre quise ver las forjas astrales en funcionamiento.

Pavel, por el contrario, estaba tenso. —Esto solo se enciende para las guerras de extinción.

Ekaterina sintió un escalofrío. Y aun así, sabía que lo que venía sería peor.

Las armaduras negras…

En el patio central, los armeros desplegaron las armaduras de guerra interplanar. No eran negras con vetas doradas como las tradicionales, sino negras con vetas rojizas: creadas para resistir temperaturas infernales, toxinas demoníacas y campos de energía corrupta.

Cada guerrero debía presentarse para recibir su talla y ajuste.

Cuando Ekaterina se colocó la suya, el metal reaccionó al calor de su cuerpo, contrayéndose con un leve temblor para acoplarse perfectamente.

—Pareces una general de los planos —bromeó Nedam, poniéndose el casco.

—Pareces un ciervo atrapado en una lata de metal —respondió Pavel, apretando las correas del suyo—. Dejen de hablar y sigan.

Ekaterina sonrió apenas.

Al verse reflejada en un fragmento de metal pulido, notó que ya no era la misma mujer que había entrado al Bastión Olvidado.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 22.12.2025

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