Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 25

La noche había caído sobre la fortaleza de la Patrulla Dorada como un manto pesado. Las chimeneas aún respiraban humo de las forjas encendidas, los rituales de protección seguían brillando con brasas azules entre los muros y los guerreros se preparaban para el viaje al inframundo.

Ekaterina, que estudiaba los mapas junto a Pavel y Nedam, sintió un escalofrío recorrerle la columna. No era magia. No era una visión.
Era una presencia. Dos, en realidad. Dos que conocía demasiado bien.

—No… —susurró, levantándose de golpe—. Están cerca.

Los cuernos de alarma estallaron al mismo tiempo y toda la fortaleza vibró.

Los centinelas en las murallas comenzaron a gritar:

—¡Dos entidades desconocidas aproximándose!
—¡Energía infernal detectada!
—¡Todos a posiciones! ¡Todos a posiciones!

Las puertas internas se abrieron con estruendo. La Patrulla Dorada, ya casi lista para partir al inframundo, salió de inmediato. Los capitanes formaron líneas; las armaduras negras y doradas brillaron bajo la luna.

Pavel desenvainó su espada, Nedam tensó su arco, su rostro endurecido y Ekaterina sintió que el corazón se le paralizaba.

—No ataquen… —murmuró, pero nadie la escuchó en el estruendo.

Desde las sombras del bosque aparecieron dos figuras: Xalvator en forma de cuervo y Helenka en su forma joven con una marca de fuego alrededor de su cuello. Ambos respiraban con dificultad. Llevaban horas buscándola.

Cuando cruzaron el límite de protección de la fortaleza, la magia crepitó; Los centinelas lanzaron armas de luz, los capitanes alzaron sus estandartes y los guerreros avanzaron como un solo monstruo dorado y negro dispuesto a matar.

Xalvator cambió a su forma humanoide y levantó las manos, sin desenvainar su lanza infernal. Mientras que, Helenka dio un paso atrás, temblando.

—Ekaterina… —alcanza a decir el emisario con voz quebrada.

Pero ya era tarde: los guerreros estaban a punto de atacar.

El comandante dio la orden: —¡ACABEN CON ELLOS!

Las lanzas se alinearon, las flechas se tensaron y las espadas se inclinaron hacia adelante. Helenka cerró los ojos y Xalvator apretó la mandíbula, preparado para una muerte rápida.

Fue entonces cuando Ekaterina sintió cómo algo dentro de ella se rompía. Un miedo profundo, antiguo. Un miedo a perderlos. A perderlo todo.

Sintió que la voz le ardía desde el pecho, subiendo por su garganta como un trueno.

Y gritó. —¡ALTO! ¡Ellos son los emisarios, no son amenaza, están de nuestro lado!

El grito desgarró el aire con una fuerza casi mágica. Los guerreros se detuvieron en seco. El sonido de decenas de armas bajando un centímetro a la vez retumbó como un eco metálico.

La mirada de la Patrulla Dorada entera se giró hacia Ekaterina: Allí estaba la joven guerrera con sus ojos abiertos, su respiración agitada, la desesperación cubriéndole la voz.

Un silencio brutal cayó sobre el patio. Xalvator levantó lentamente la cabeza.
Helenka abrió los ojos, incrédula.

El comandante frunció el ceño, confundido. —¿Ekaterina? ¿Estás segura de lo que dices, hija?

Ella avanzó, poniéndose entre los emisarios y las armas enemigas. Su sombra se proyectó larga como una lanza oscura bajo la luz de la luna.

—Sí —dijo con firmeza—. Han venido por mí. Han venido a ayudarnos.

Pavel bajó su espada, respirando hondo. Nedam guardó su arco, observándola con preocupación. Uno a uno, los guerreros de la Patrulla Dorada comenzaron a bajar sus armas… pero no todos.

Porque ahora había miedo, había dudas. Y la llegada de los emisarios no haría más que encender la división. Pero por ese instante, por ese grito, el enfrentamiento en la fortaleza se detuvo.

El silencio que había seguido al grito de Ekaterina se quebró de inmediato cuando Helenka dio un paso adelante, aún exhausta por la caminata.
Su voz era suave, pero firme, como si cada palabra estuviera sostenida por un propósito mayor.

—Sabemos que tienen pensado ir al inframundo, y nosotros podemos llevarlos directamente al palacio de Darok —expresó Helenka, mirando al comandante y luego a los demás con una mezcla de sinceridad y urgencia.

Un murmullo tenso recorrió a los miembros de la Patrulla Dorada.
Algunos dieron un paso atrás, otros apretaron los puños. Un par de ellos hicieron la señal protectora del Sol Eterno, como si temieran atraer una maldición.

Fyodor avanzó con expresión agria. Su armadura negra reflejaba la luz de las antorchas como si fuera una sombra viviente.

—No seguiré a un par de malditos demonios —escupió con frialdad, clavando su mirada en Xalvator y Helenka—. Eso va en contra de nuestro código como defensores del plano terrenal y cazadores de demonios.

La tensión subió como humo caliente. Algunos guerreros asintieron.
Otros evitaron mirar a Ekaterina, temerosos de lo que esto significaba para ella.

Helenka bajó la mirada un instante, dolida. Pero Xalvator sonrió. Esa sonrisa ladeada, peligrosa, burlona. La sonrisa de quien ha visto morir a reyes y reír a espectros.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 22.12.2025

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