Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 26

La marcha dorada hacia el averno…

De camino al inframundo, el aire cambiaba con mucha frecuencia. Primero fue un susurro —un gemido prolongado que parecía escapar de las entrañas mismas de la montaña— y luego, una sombra se extendió sobre el claro donde Helenka y Xalvator aguardaban. La Patrulla Dorada, vestida con sus armaduras bruñidas y los estandartes flameando a pesar de la ausencia de viento, se detuvo frente a ellos como si el mundo entero contuviera el aliento.

—Deben esperar un poco en las montañas hasta que les demos la señal de poder entrar.

Fyodor dio un paso al frente. Su voz se quebró entre convicción y duda. —Si de verdad buscan descender al palacio de Darok… nosotros iremos también. No permitiré que dos demonios caminen solos hacia el corazón del Averno.

Helenka alzó la mirada con su expresión oculta bajo la capucha, pero sus ojos destellaron un brillo antiguo.

—No es un lugar para mortales —susurró ella—. Ni siquiera para ustedes. —Por alguna extraña razón, Ekaterina pudo soportar haber estado allí.

Xalvator chasqueó la lengua, disfrutando el conflicto ajeno.

—Pero adelante —añadió con tono burlón—. Nada honra más a los muertos que morir en un sitio memorable.

Nadie rió.

La decisión estaba tomada. Y en ese instante, el portal comenzó a abrirse. Antes de cruzar, Helenka le habló a Ekaterina diciendo: —Espera nuestra señal. Ya sabes como es ese lugar.

Ekaterina asintió, aunque sus ojos se llenaron de preocupación. No era miedo por ella misma, sino por lo que intuía que Helenka y Vladimir significaban el uno para el otro. Y por lo que perderlos podía desencadenar.

Los estandartes de la Patrulla Dorada se inclinaron de pronto, atraídos por una fuerza invisible que emanaba del portal. El aire se hizo pesado, casi líquido, y cada soldado sintió cómo una presión desconocida oprimía su pecho.

Fyodor respiró hondo, enderezando los hombros.

—¡Formación cerrada! —ordenó—. Entramos juntos. Nadie retrocede.

Los soldados ajustaron las correas de sus escudos, bajaron visores y tomaron sus armas con determinación. Era evidente que tenían miedo, pero también algo más profundo: la voluntad de enfrentar lo imposible con honor.

Helenka giró la mirada hacia Xalvator. —¿Listo?

El demonio sonrió mostrando sus colmillos afilados. —Para ver sufrir humanos siempre estoy listo.

—No pretendo que mueran ninguno —advirtió Helenka.

Xalvator arqueó una ceja. —Entonces será un desafío interesante.

La patrulla no alcanzó a replicar. El portal estalló en un torbellino de fuego oscuro. Helenka avanzó primero. Su figura envuelta en la capa negra pareció desintegrarse por un instante al cruzar el umbral. Luego Xalvator la siguió, con una gracia abrumadora para alguien de su naturaleza.

El portal se cerró detrás de ellos con un estruendo seco, como si un coloso hubiese aplastado una puerta de hierro. Helenka y Xalvator fueron tragados por la oscuridad primero, mientras la Patrulla Dorada observaba desde la distancia, inmóvil, con los estandartes tensos bajo un viento inexistente.

Fyodor respiró profundo, pero sabía que no podía seguirlos aún. No hasta que los emisarios aseguraran el camino. Helenka y Xalvator, ahora solos, se adentraron en las entrañas del inframundo.

El inframundo los recibió con un silencio antinatural, roto únicamente por el crujir del suelo de roca hirviente al contacto con sus pasos. El cielo se extendía como una bóveda negra cuarteada con grietas rojas, y de ellas caían chispas de fuego que se desvanecían antes de tocar tierra.

A lo lejos, elevándose como un nido de púas metálicas, se encontraba el bastión. El lugar se veía vivo, respirando como si tuviera pulmones. Las paredes se movían, se contraían, se estiraban.

—Han reforzado la guardia —murmuró Helenka sin sorpresa, ajustándose la capucha.

—Lo supe desde que olí la sangre quemada —respondió Xalvator con un brillo hambriento en los ojos—. No habrá bienvenida cordial esta vez.

Helenka se detuvo un instante, extendiendo una mano sobre el aire. Pequeñas líneas de luz oscura comenzaron a trazar un mapa invisible.

—Debemos abrir un portal dentro del palacio —dijo—. Cualquier otro acceso será una trampa.

—Perfecto. Más diversión —rió Xalvator.

Pero antes de avanzar, un gruñido profundo rasgó el silencio. Tres, luego cinco, luego más. Sombras se levantaron desde las grietas del suelo. Eran demonios de bajo rango; criaturas de huesos expuestos, cuatro patas, y un rostro sin ojos, solo una gran mandíbula capaz de abrirse hasta el pecho. Sus cuerpos se movían con sacudidas espasmódicas mientras rodeaban a los dos emisarios.

—Nos olieron hace rato —susurró Helenka.

—Yo también los olí —dijo Xalvator con una sonrisa ancha y peligrosa.

Los demonios cargaron todos al mismo tiempo.

Helenka levantó la mano derecha, y las runas tatuadas en su piel se encendieron con un tono púrpura. Una onda oscura se expandió desde ella, como un latido invertido, lanzando a los primeros demonios hacia las paredes del bastión.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 22.12.2025

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