Cuento #1
La tarde llegó con una extraña calma en el aire, y el psicólogo se encontraba de nuevo en su despacho, revisando sus notas de la sesión anterior. El sol se filtraba débilmente a través de las mismas cortinas, pero la luz dorada había dado paso a un resplandor más tenue y apagado. Afuera, el sonido distante de pasos resonaba en los pasillos del hospital, y el ambiente parecía más pesado de lo habitual.
Sofía apareció puntual, como siempre, caminando con su paso ligero. Al entrar, sus ojos brillaban con una familiar chispa de emoción contenida, pero el psicólogo notó algo diferente en su semblante. Antes de que él pudiera decir algo, Sofía, con su típica falta de preámbulo, habló con rapidez.
—Hoy, cuando venía hacia acá, vi a una chica entrar al manicomio —dijo con una voz ligeramente curiosa, pero despreocupada—. Tenía el cabello negro, muy largo, y entró con muchos oficiales a su alrededor. No parecía feliz, pero... —se encogió de hombros, restando importancia— no pude hablarle.
El psicólogo la observó en silencio, analizando cada palabra. El hecho de que Sofía mencionara la presencia de otra paciente le resultó interesante, pero lo que más le llamó la atención fue cómo parecía haberlo dejado pasar tan fácilmente, como si esa escena, que habría perturbado a cualquier otra niña, no tuviera relevancia para ella.
—¿Y cómo te sentiste al ver a esa chica? —preguntó el psicólogo con suavidad, intentando captar alguna señal en su respuesta.
Sofía lo miró con una sonrisa ligera y movió la cabeza, como si la pregunta no tuviera importancia.
—No lo sé. Era solo una chica más. Seguro que tiene sus propios cuentos. —La risa que siguió fue suave, casi un susurro, y en ella había algo que hizo que el psicólogo se estremeciera involuntariamente.
Decidió no insistir en el tema. Sofía era difícil de leer, y a veces, presionar demasiado solo llevaba a que se cerrara aún más. Así que, manteniendo su voz neutral, cambió de tema.
—Está bien. ¿Qué historias tienes para hoy?
Los ojos de Sofía se iluminaron instantáneamente. Su cuerpo se relajó de nuevo en el asiento, y, como si el incidente con la chica hubiera sido un mero detalle sin importancia, volvió a concentrarse en su propósito original.
—Hoy te contaré tres más —anunció con entusiasmo—. El primero es sobre una casa que se mueve en medio de la noche, pero solo cuando nadie la está mirando. El segundo trata de un pueblo donde todos sus habitantes desaparecen en un solo día, y nadie sabe por qué. Y el tercero... bueno, es sobre un lugar oscuro, pero eso lo dejo para el final.
El psicólogo sintió una punzada de inquietud al escuchar los temas. Cada uno parecía más siniestro que el anterior, y la facilidad con la que Sofía los narraba hacía que la tensión en la habitación se sintiera más espesa. Mientras ella comenzaba a relatar la primera historia, él se preparó mentalmente para lo que vendría, consciente de que la oscuridad en los cuentos de Sofía no era solo fantasía, sino una ventana a algo mucho más profundo.
El reloj, como siempre, marcaba el tiempo con su ritmo metódico, mientras Sofía comenzaba a desgranar las historias que había prometido. Y aunque su atención estaba en las palabras de la niña, el psicólogo no pudo evitar que, en el fondo de su mente, la imagen de la chica de cabello negro se deslizara de nuevo, preguntándose si aquel detalle insignificante ocultaba más de lo que Sofía estaba dispuesta a admitir:
» A las afueras de un pequeño pueblo, donde los caminos de tierra se encontraban con los primeros toques de bosque, había una casa solitaria que todos en el pueblo conocían, pero nadie se atrevía a visitar. Los aldeanos la llamaban "La Casa Errante". La leyenda decía que se movía en las noches, deslizándose en silencio entre las sombras de los árboles y cambiando de lugar. No era una historia contada con risas o complicidad, sino con susurros cautelosos y miradas nerviosas.
Nadie en el pueblo podía precisar cuándo comenzó el rumor. Algunos decían que la casa había pertenecido a una familia hace muchos años, pero un trágico accidente se llevó sus vidas. Otros afirmaban que era obra de algún tipo de magia antigua, maldita por quienes alguna vez buscaron proteger la naturaleza del avance de los humanos. Lo único que todos sabían con certeza era que la casa no era normal.
Marta y Sergio, una joven pareja recién llegada al pueblo, no eran del tipo que se dejaban impresionar por viejas leyendas. Habían comprado una pequeña casa en las afueras, cerca del borde del bosque, y las advertencias de los lugareños sobre "La Casa Errante" no les causaron más que risas.
—Es solo un cuento para asustar a los forasteros —le dijo Sergio a Marta una noche mientras cenaban.
—O tal vez para mantener a los niños alejados del bosque —añadió ella, moviendo la cabeza con una sonrisa.
No obstante, Marta no podía sacudirse del todo la sensación de que algo no estaba bien. En varias ocasiones, cuando paseaba por el bosque al atardecer, había creído ver algo entre los árboles, algo que no debería estar allí: una estructura que no recordaba haber visto antes. "Es solo mi imaginación", se decía, y volvía a casa más rápido de lo habitual.
Una noche, después de una intensa tormenta, Marta despertó a las tres de la mañana con el sonido de un golpe seco, como si algo grande se hubiera desplomado en el exterior. Miró a Sergio, que seguía profundamente dormido, y decidió salir a investigar. El aire estaba húmedo, y la luz de la luna bañaba el paisaje con un brillo pálido. Nada parecía fuera de lugar... excepto una sombra extraña que se proyectaba más allá del borde del claro. Marta se quedó helada. Esa sombra no pertenecía a ningún árbol o arbusto.
Al día siguiente, Marta intentó hablar con Sergio sobre lo que había visto.
—Creo que vi algo anoche... algo extraño cerca del bosque.
Sergio, medio distraído con su teléfono, levantó una ceja.
Editado: 19.12.2024