El psicólogo se sentó en su despacho, repasando los informes en su escritorio. Las semanas con Sofía habían sido agotadoras, una batalla constante por desentrañar los recovecos oscuros de su mente. Ahora, mientras veía las notas de su nuevo paciente, sentía una inquietud. Natasha Brenwend, o más bien, Korabelle, como ella prefería llamarse. La última entrada en el archivo detallaba un episodio en el que se provocó una convulsión a propósito para evitar una confrontación con las autoridades. Había sido trasladada directamente al hospital psiquiátrico, donde su estado mental había sido catalogado como "extremadamente inestable".
—Más perturbada que Sofía —pensó en voz alta el psicólogo, mientras sus dedos tamborileaban suavemente sobre el escritorio. La comparación era difícil de concebir. Sofía, con su extraña mezcla de inocencia y caos, ya le había hecho replantearse su enfoque terapéutico varias veces. Pero algo en los informes de Korabelle le hacía pensar que estaba a punto de enfrentarse a un abismo mucho más profundo.
El reloj en la pared marcaba las 9:00 AM cuando escuchó el suave golpe en la puerta.
—Adelante —dijo, enderezándose en su silla.
Una enfermera apareció en el umbral, acompañada por una figura que, aunque joven, emanaba una presencia inquietante. Korabelle entró sin hacer contacto visual, su andar era lento, casi felino. Llevaba una sonrisa ligera en los labios, pero sus ojos estaban vacíos, fríos. Aun así, había algo en su comportamiento que no cuadraba con la típica mirada de pacientes traumatizados que había visto durante años. En lugar de la desorientación o miedo que muchas veces acompañaba a la reclusión en un manicomio, ella parecía estar disfrutando de su posición. Una especie de calma retorcida la envolvía.
La enfermera se retiró, dejándolos solos en la habitación. El psicólogo decidió ser directo.
—Korabelle, ¿verdad? —preguntó, omitiendo a propósito el nombre de Natasha, consciente de que la joven había dejado esa identidad atrás.
Korabelle lo miró por primera vez, inclinando ligeramente la cabeza, evaluándolo.
—Así es. —Su voz era suave, casi encantadora, pero con una dureza subyacente que hacía eco de sus acciones pasadas.
—He estado leyendo sobre ti. Parece que has tenido una vida difícil. ¿Te gustaría hablarme de eso?
—¿Difícil? —Korabelle soltó una pequeña risa—. Doctor, ¿cree que todo esto es por la dificultad? La gente siempre busca una excusa para justificar lo que no entiende. "Oh, pobre niña, fue maltratada, sufrió, por eso está loca". Pero no, no es eso. Es más bien una cuestión de despertar, de ver la suciedad que otros se niegan a ver.
El psicólogo tomó nota mentalmente. No había duda de que Korabelle estaba completamente consciente de su comportamiento, de su identidad dividida. El uso deliberado de términos como "despertar" sugería que se veía a sí misma como una especie de justiciera, o peor aún, como una profeta de la oscuridad.
—Hablas de la suciedad. ¿A qué te refieres exactamente?
Ella sonrió, jugando con una moneda que había sacado de su bolsillo. La hacía girar entre sus dedos, una moneda antigua con un escudo y una corona, similar a la que se mencionaba en los informes de la policía. El psicólogo observó cómo su mirada seguía fija en el objeto, como si la tranquilizara.
—Es curioso —dijo ella, sin levantar la vista—. Todos ustedes, psicólogos, terapeutas, médicos... piensan que pueden arreglarnos. Que hay algo roto que pueden arreglar. Pero no entienden que no estamos rotos. Simplemente somos conscientes. Vemos el mundo tal como es.
El psicólogo mantuvo su postura tranquila, aunque en su interior la incomodidad crecía. Había algo en su tono, en la manera en que jugaba con la moneda, que sugería un dominio absoluto sobre su realidad, o al menos una versión distorsionada de esta.
—¿Y cómo ves tú el mundo? —preguntó él, inclinándose ligeramente hacia adelante, mostrando interés genuino.
Korabelle dejó de jugar con la moneda y lo miró directamente a los ojos, lo que lo hizo sentir como si ella lo estuviera diseccionando.
—Sucio —respondió—. Lo veo lleno de gente sucia, gente que no merece el aire que respira. Esos monstruos se esconden detrás de máscaras, como el director de la Academia. Y alguien tiene que hacer algo al respecto, ¿no crees? —Su tono se hizo más agudo, casi expectante.
El psicólogo se tomó un momento para procesar sus palabras. Esto no era solo una fachada, sino una profunda convicción. La joven frente a él había justificado la violencia de una manera tan fría y calculada que, a diferencia de Sofía, no parecía buscar redención. Korabelle no estaba atrapada en un ciclo de culpa o trauma. Estaba más allá de todo eso, convencida de que su camino era el correcto.
—¿Crees que tu papel es el de limpiar esa suciedad? —preguntó el doctor.
Korabelle sonrió, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si le hablara en confianza.
—Más que limpiarla, me veo como quien la revela. Los demás prefieren vivir en la ignorancia. Yo simplemente les muestro lo que se niegan a aceptar.
El psicólogo notó la diferencia abismal entre Korabelle y Sofía. Sofía, a pesar de sus tormentos internos, había mostrado momentos de vulnerabilidad, de miedo, incluso de deseo de volver a una vida normal. Korabelle, por otro lado, no mostraba ningún rastro de duda en su propio sentido de justicia. Era implacable, como una máquina bien engrasada, moviéndose por una lógica que solo ella podía entender.
El psicólogo decidió cambiar de enfoque.
—Cuéntame sobre Somnium —dijo, observando cuidadosamente su reacción.
Por un breve momento, Korabelle se tensó, pero luego su expresión se relajó, y sus labios se curvaron en una sonrisa casi maliciosa.
—¿Así que te han hablado de Somnium? Interesante.
—Quiero entender lo que significa para ti. Parece que es importante.
Korabelle entrecerró los ojos, analizando al doctor.
Editado: 19.12.2024