Voces del viento

Otra vez

Abrí los ojos y me asombré al notar que la cabeza no parecía estar a punto de explotarme.

Entonces recordé que hace más de siete años que no me pego una borrachera junto a los muchachos. Si parece que apenas ayer estábamos todos tirados en el patio de la casa de algún desconocido después de habernos colado a una fiesta.

Solíamos hacer eso cada fin de semana, antes de que nuestra banda tuviese algo de éxito, cuando eso sucedió las fiestas las organizamos nosotros y, como los anfitriones, ya no amanecíamos en el patio, rodeados de personas de quienes no conocíamos ni el nombre; amanecíamos en la sala, igualmente rodeados de desconocidos.

Me paso una mano por la cabeza y vuelvo a sorprenderme, mi cabello está más corto de lo que lo recordaba. Mi padre me dijo un montón de veces que me lo cortara, que con mi pelo así y mis pantalones rotos parecía uno de esos vagabundos que se quedaban tirados en las esquinas. Yo le decía al viejo que vería mi cabello corto hasta el día en que me quedara calvo como él ¿Quién diría que pasaría mucho antes?, de seguro que me ve y se ha de estar riendo desde allá arriba.

Porque no me queda duda de que está arriba, si el viejito tenía su carácter,

pero era un pan de Dios, siempre preocupado por todos sus hijos, y en especial por mí: su oveja negra. Todo el tiempo pidiéndome que sentara cabeza y que sentara cabeza; mientras yo solo le respondía que la cabeza no era para sentarse, entonces él me contestaba que tenía razón, que la cabeza servía para pensar, pero que yo ni para eso la usaba.

Nunca le pude ganar en el dominó y tampoco en una discusión.

Cuando me dijeron que estaba enfermo fui rápido al hospital, y me lo encontré en una camilla, conectado a un montón de aparatos que no sabía bien para que servían. Yo le pregunté cómo estaba y por primera vez quise supe que me estaba mintiendo en el instante, pero no me importó, quería que esa mentira fuera real. Me dijo que estaba bien y que mi mamá era una exagerada, que no le pasaba nada.

Cinco días después lo enterramos. Vaya que lo extrañé ese día, quería que saliera del féretro y me dijese que era una broma como las que me hacía de pequeño, pero no, el jefe se nos fue de verdad.

Aunque, el día en que más lo extrañé fue cuando apareció Fernanda, entonces mi novia, diciéndome que estaba embarazada. Lo primero que pensé fue que yo no era él, yo no sabía cómo hacer eso de criar niños, si mis hermanas no me dejaban ni acercarme a sus hijos porque era una mala influencia.

En el momento traté de tranquilizarla a ella, le dije que me iba a hacer cargo y un montón de cosas más de las cuales no me acuerdo, pero cuando se fue me encerré y me puse a llorar como un crío, quería que mi padre estuviera ahí, para darme un sermón sobre la responsabilidad, palmearme la espalda y luego decirme «hágale ganas, mijo».

Cuando supimos que iba a ser una niña, yo pedí que la llamáramos Camila, por el viejito. suerte que se llamaba Camilo y no Pancracio, si no, pobre de mi niña.

Si él pudiera verla ahora, estaría feliz porque salió a mi mamá, con esos ojitos negros al igual que su cabello, pero el carácter es igualito al de él. Se levanta antes que todos, siempre a las seis, como reloj suizo, ha ordenado sus muñecas por tamaño y color, no se come algo que tenga cebolla ni por error, siempre se va a la cama temprano, aunque nunca se duerme si no es hasta que yo llego, me espera con la cobija medio puesta para que yo la termine de arropar y cuando escucha la puerta abrirse cierra rápido sus ojitos para hacerse la dormida.

Cuando nació, yo me preguntaba qué iba a enseñarle, si yo no sabía nada. No me esperaba que ella fuese quien de verdad me enseñara a mí. Con ella he aprendido a caminar otra vez, he aprendido lo que se siente que alguien te importe más que tú mismo.

Por fin entendí todo lo que mi padre me quiso.

Ojalá en el cielo les dejaran tener un día de visitas o algo, hay muchas cosas que quiero decirle al viejito y quisiera que Camila lo conociese. El otro día me preguntó en dónde estaba mi papá y yo le dije que se había muerto, ella me abrazó y dijo estaba bien, que yo llorara si quería.

Si alguien lee esto, y por casualidad le toca irse antes de que me toque a mí, hágame un favor, y dígale a don Camilo que aquí lo extrañamos mucho, que mi mamá paga una misa para él cada mes, que su oveja negra por fin sentó cabeza y se dio cuenta de que él siempre tuvo razón. 

 



#25898 en Otros
#7909 en Relatos cortos

En el texto hay: misterio, amor, famila

Editado: 14.10.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.