Empezar en una nueva escuela es difícil, pero ser nuevo en la ciudad lo es más, a pesar de eso, no puedo quejarme. Siempre me ha gustado conocer lugares nuevos y en parte estoy acostumbrado a eso, mi padre siempre está viajando por su trabajo y toda la familia viaja con él. Mi padre viaja por un tiempo indefinido, por lo que mi hermano Travis y yo, cambiamos constantemente de escuela.
En un principio nos molestaba, pero con el tiempo aprendimos a no quejarnos, no es algo que podamos evitar y lo entendemos. Mi madre, por otro lado, es feliz mientras nos mantengamos unidos como familia.
Después de una ducha tibia, decido usar unos jeans negros, una polera negra y mis converse negros. Sí, me gusta bastante usar colores oscuros en mi vestimenta, siento que combina muy bien con mi cabello y ojos cafés, también iría bien una chaqueta o camisa, pero estamos a principios de septiembre y el clima sigue cálido. Hace poco volvimos de vacaciones de verano y bueno, yo soy nuevo en la cuidad.
Soy otro latino en Gringolandia y como los gringos son tan raros, seguramente van a estar con el cerebro por explotar al toparse con latinos de tez blanca. ¿En serio creen que no hay latinos blancos? No los entiendo.
—Buenos días, mamá —dejo un beso en la mejilla de mi madre, que se encuentra sirviendo el desayuno a Travis.
—Buen día, cariño —saluda mi madre con afecto.
Miro a mi hermano que empieza a devorar su desayuno y con razón. No es por presumir, pero mi madre es la mejor chef del mundo, no hay plato que le salga mal y Travis heredó su don.
—Buenos días, para ti también, torpe. —Despeino el cabello de mi hermano y me siento a su lado. Él me saca la lengua.
No somos demasiado afectuosos el uno con el otro, porque bueno, somos chicos y se supone que no debemos ser así, tenemos que ser rudos y esas porquerías. Pero no puedo negar que quiero mucho a este niño, bueno, no es tan niño, ya tiene quince. Nos llevamos con tres años.
Al terminar de desayunar mi madre me pide que lleve a mi hermano a la escuela conmigo y claro que lo haré. Él está cursando su primer año de secundaria, lo que implica que nos veremos en los pasillos, tal y como hacíamos en la escuela de nuestra ciudad.
Ambos estamos muy nerviosos, porque aparte de que estamos en un nuevo país y nuevo colegio, acudimos una semana tarde a clases.
Cuando llegamos, aparco en un lugar vacío y noto a Travis soltar un suspiro tembloroso, le hago una mueca para mostrarle que yo también estoy nervioso y bueno, cómo no estarlo. Ambos estuvimos investigando como iba a ser nuestra situación y aparentemente hay mucho racismo, creo que esa es la parte que más asusta. Sin embargo, como soy el mayor aquí, creo que es mi trabajo calmarlo.
—Tranquilo, lo hemos hecho antes, ¿no es así? —le doy un pequeño apretón en el hombro y el asiente.
Hoy en teoría es nuestro segundo día y entiendo que siga nervioso, es difícil, porque durante nuestro primer día nos presentaron a la directiva del colegio, nos vacunaron contra mil plagas, de las que nunca había escuchado. Realmente consideran a los latinos peligrosos. Luego durante esa primera jornada solo llegamos a pasar una corta clase.
Bajamos del auto dándonos una última mirada y vamos por caminos separados, yo voy directamente por el pasillo principal, notando la mirada de muchas chicas y sonrió por cortesía cuando me topo con la mirada de una de ellas. No tengo interés alguno en ligar con nadie por el momento, obvio que el momento puede durar solo el fin de semana.
Sigo caminando hasta llegar a mi casillero para sacar lo necesario e ir a mi primera clase.
—Veamos… —digo en voz baja— según el horario, que pegué en la puerta de mi casillero tengo literatura.
—Heyyy, Leo. —me saluda Jesse mientras acomoda su cabellera rubia oscura. Lo conocí ayer en química y él me presentó a sus amigos. Todos son buena onda, hasta donde sé—. ¿Qué te toca?
—Jesse!!! —sonrío mientras cierro mi casillero—. Literatura, ¿a ti? —Suspira teatralmente y me hace reír.
—Álgebra avanzada —se apoya en el casillero de al lado y lleva la mano a su frente— ser un genio es agotador —me río. Este chico es un verdadero chiste.
Charlo unos minutos con él hasta que toca el horrible timbre y nos despedimos para ir a nuestras correspondientes clases. Llego a la puerta del salón, pero al ver que el profesor no está, me dirijo hacia el baño. No tengo realmente ganas de ir, pero sí de perder el tiempo, por lo que entro, me lavo las manos y salgo.
—Buenos días, clase. Es lamentable escuchar que… oh, pasa, pasa —dice la profesora, ahora sé que no es profesor—. Soy Sandra Greene, tu nueva profesora de literatura. Siéntate en algún sitio vacío y bienvenido.
Como decía, es lamentable escuchar que las vacaciones hayan acabado y estén de vuelta a las tareas —trata de sonar divertida, pero no lo consigue.
Miro hacia la sala, para buscar un lugar y lo encuentro. El único sitio vacío está en el fondo, junto a una chica y mientras me voy acercando noto que es la misma que vi sentada en aquel árbol ayer cuando nos mostraban un poco de los alrededores del colegio.
—Hola, soy Leo Andrade —saludo en voz baja, ella no me mira, ni siquiera se inmuta de mi presencia, solo sigue dibujando espirales en los bordes de su cuaderno.