Otra vez lunes, no es que quiera quejarme, pero fue un fin de semana horrible. Travis y yo vimos a papá con la zorra apunto de entrar en acción. Ellos no nos vieron. Tuvimos que aguantarnos las ganas de tirarlos a patadas a la calle. Odio a mi padre y sobre todo a esa zorra hipócrita.
¡Quiero ver sangre! ¡Hazlo ahora!
Fuerte ese brazo largo y con el otro puñito corto sobre su cuello.
Suspiro al escuchar una de las voces, cada vez están empeorando y no sé qué hacer. No quiero más drogas, aunque sean prescritas, detesto a los psiquiatras, y lo peor es que hoy tengo cita con un puto médico. Como si eso fuera a ayudarme, como si alguna vez me hubiese ayudado ¡No lo hará! No tiene sentido. Literalmente solo me queda obedecer a las voces o simplemente ignorarlas, lo que a veces no es posible, porque son manipuladoras y tan insistentes.
¡¡Toma la navaja!!
Navaja. Navaja. Navaja. Navaja.
Apoya la hoja de la navaja y ¡¡¡Saz, saz, saz, corta!!!
Jalo mi cabello con frustración al escuchar tantas voces al mismo tiempo pidiendo lo mismo. Tomo la navaja y con rudeza la paso por la piel de ambos brazos, una y otra vez, sin piedad. Cuando escucho las risas en mi cabeza, decido que es momento de parar.
Voy hacia el baño, abro la llave del lavamanos y meto mis antebrazos en el chorro de agua, viendo como la sangre cae y se va por el desagüe. Por lo que veo, los cortes son profundos y realmente no me importa.
Una parte de mí desea hacer un corte en falso y ocasionar mi muerte. Creo que nadie entendería mis ganas de quitarme la vida. No quiero que cualquiera me mate, si alguien va a tomar mi vida, ese alguien quiero ser yo.
Suicídate.
Débil.
Cobarde.
Cobarde por querer matarte.
Cobarde por querer vivir donde no perteneces.
¡Cobarde por existir, eres un puto cobarde!
Una vez listo para la escuela, voy escaleras abajo como siempre, parece que hoy es uno de esos días en los que todo me molesta y encuentro a dos indeseables junto a mi mamá y a Travis. Solo los saludo a ellos, a mi padre y a la zorra, ni siquiera les dirijo la mirada.
Rebana la garganta de esos dos.
No te quieren.
Esa aventura es tu culpa.
Préndeles fuego, fue-go…
No desayuno nada, no tengo ganas, así que espero a Travis y nos vamos.
—Vas a tener un mal día, ¿no? —pregunta Travis, tratando de aligerar el ambiente en el auto.
—Al parecer —nos quedamos en silencio hasta que llegamos a la puñetera escuela. Ambos bajamos del auto y nos despedimos.
No veo a mis amigos por ningún lado, así que me quedo por ahí sin hacer nada. Suena el timbre y no me muevo de donde estoy. Espero a que todos entren a sus clases, cuando me aseguro de que ya no hay nadie, resoplo con frustración y escucho risas en mi cabeza, combinadas con el sonido de estática y alarmas.
—¡Maldita sea! —golpeo con mis dos puños el casillero en el que estaba apoyado. Siento como las heridas se abren, en realidad no pude sentir dolor, solo sentí un ardor y que algo escurría por mi antebrazo.
—Hey, tranquilo, ¿Qué ocurre? —escucho la voz de Heather, me doy vuelta para mirarla.
—Nada, estoy excelente —creo que el sarcasmo me salió natural en esa frase. La expresión de Heather cambia y ladea la cabeza.
—Vamos —empieza a caminar. No necesito preguntar a donde vamos, pues vamos a nuestro sitio. Nuestro sitio. Vaya… es tan cliché. Tiene razón, esto es un jodido cliché.
No son un cliché, quieres que esto sea un cliché. Para escapar jejejejeje
Eres un chiste.
No tienes a dónde volver. Vergüenza, no te soportan, ella no te soporta, solo tiene compasión//////haz tu performance//////enigmaaaaaaa.
Al llegar, ella se sienta donde siempre y yo igual, solo que esta vez mis codos están apoyados sobre las rodillas y mis manos en mi cara. Escucho que Heather rebusca en su mochila y luego la cierra.
—Ven aquí —la miro y en sus manos veo vendas y un pequeño bote de alcohol. La miro sin entender.
—¿Qué? ¿Para que eso? —pregunto y sus ojos van a parar a mis brazos. Las mangas de mi sudadera están manchadas con sangre. Suspiro con frustración.
¡Eres un idiota! No haces nada bien.
Dejaste que se diera cuenta, jijjijii Raining again…….
Heather no dice nada. Con delicadeza levanta mis mangas, hasta que llegan a mis codos. Hace una mueca y vuelve a rebuscar en su mochila, hasta que saca un paquete de algodón. Moja el algodón con alcohol. Se ve muy concentrada.
—Vienes preparada —murmuro.
Con cuidado, sus manos esqueléticas pasan el algodón por las heridas. Siento el doloroso ardor, pero no digo nada. Me gusta sentir dolor.