Voces del Viento

Capítulo 17: No puedo huir

Luego de ese hermoso día con Heather, tuve que enfrentar a mi familia, estaban todos, incluso mi padre. Esa noche, cuando llegué, estaban sentados en el sofá, esperándome. No había forma de huir.

—Esto no tiene que ser difícil, ni por la fuerza, hermano. —Dijo Travis.

Él fue el primero en hablar, yo solo asentí. Mi hermano tenía el rostro cansado y envejecido, parecía mayor, pero solo tiene quince. Creo que hasta lo veo más alto.

Me senté frente a ellos y escuché todo lo que tenían que decir, supongo que les era necesario. Ahora los tendré vigilándome todo el tiempo, se van a asegurar que vaya a mis citas con el psiquiatra y que tome todas mis medicinas. Claramente saben que no estuve tomándolas.

Solo quería ser honesto conmigo mismo, enfrentar la vida sin drogas, sentir más allá de lo que se me permitía.

Entre la abstinencia y la presión de mi familia mi única conexión real era Heather.

—Esto será más fácil si cooperas —continuó Travis, las voces de mis padres eran titubeantes, mamá se veía muy afectada. Dijeron que todo esto era para que no termine internado en una institución mental. Estaban muy preocupados de que eso pase. Me pareció algo exagerado. He perdido el contacto con la realidad algunas veces, tuve algunos episodios y nada más. Sin embargo, mi padre insiste en que fueron varias y que durante mucho tiempo. Siento que entro en pánico No me había dado cuenta de eso, reflexiono y está claro que de cualquier forma para mí era algo imposible de notar.

—Tranquilízate hermano, vamos a hacerlo juntos…

Al día siguiente hablaron con Heather, pude escucharlos desde mi habitación y le explicaron con detalle todo. Los medicamentos que debía tomar, mi condición, pude escuchar la voz de Heather poco convencida. Yo nunca le había dicho nada sobre mi problema, creo que ella lo intuía, pero jamás imaginó algo así.

Es verdad, yo jamás le dije y tampoco lo pensaba hacer. No quería decir “Heyy, soy Leo y soy esquizofrénico.” Probablemente ella ya había percibido que tenía algún tipo de trastorno, en realidad planeaba decirle que tenía depresión psicótica, algo curable.

No he ido a la escuela en toda la semana, dijeron que me tenía que habituar a la nueva medicina, que esta era más fuerte que la anterior. Lo bueno es que Heather me visita todos los días después de clases.

Ari, Matt y Jesse dejaron de venir al tercer día, no es que los pueda culpar. Deben sentirse muy raros con todo esto.

—Trav, ¿viste a Heather hoy? —pregunto a mi hermano— Se supone que vendría hoy.

—No, no la vi. —Responde y se va.

Él sí que ha estado distante conmigo, no ha querido hablar más de lo necesario y lo entiendo perfectamente. Esto es demasiado. Incluso creo que la preocupación y el estrés lo ha envejecido, se ve mayor que yo.

Así son mis días últimamente. Me aburro, pero disfruto del silencio momentáneo que hay en mi cabeza. Hace tres días estoy solo en mi mente.

***

El tiempo pasa sin que lo sienta, de nuevo es lunes y mis padres dicen que aún no puedo salir. Solo los miro mientras escucho el mismo discurso de la semana pasada.

—Las pastillas son fuertes, hijo —dice mi padre. Incluso él ha estado quedándose en casa otra vez.

—Puedes marearte, desmayarte o tener un ataque de pánico —dice mi madre. Solo asiento y vuelvo a mi habitación.

No he visto a Heather en cuatro días y la extraño mucho, ¿se habrá cansado de mí? ¿se habrá asustado? ¿me habrá dejado? Ni siquiera responde mis mensajes y me duele, físicamente duele. Me estoy volviendo loco… más loco. ¿Será que le pasó algo?

Agarro mi celular y busco su nombre en mis contactos. No lo encuentro. Qué raro. ¿Se habrán metido a mi celular y borrado su número? La última vez que paso esto y me tuvieron en cárcel domiciliar, me quitaron el celular y prohibieron que hable con mis amigos.

Salgo de mi habitación y me dirijo a la cocina, donde se encontraban todos desayunando.

—¿Borraron el número de Heather de mi celular? —pregunto y todos me miran.

—No hemos tocado tu celular, cariño —responde mi madre con cautela—. Te lo hubiera dicho de ser así.

—¿Puedo ir a verla? —pregunto en tono suplicante.

—Hijo, sabes que no puedes salir aún —responde mi padre.

—No insistas, Leo —me dice mi hermano y yo solo suspiro derrotado.

Odio esto.

—Cambiamos tus citas con el psiquiatra, ahora las tendrás en la mañana. —yo solo asiento.

Me subo al auto con mis padres y nos vamos directo al consultorio que he frecuentado los últimos días, semanas, ya no sé.

Mis amigos dejaron de visitarme, ya no me escriben, no me responden, mi novia tampoco me habla. Todo es un desastre. Odio ser un bicho raro.

Quería que se vayan las voces, pero las voces se llevaron a mis amigos. No, las voces no se llevaron a mis amigos, ellos se fueron porque yo soy un bicho raro y deben tener miedo por ellos mismos. Hay personas con la misma enfermedad que yo y son bastante violentos.

Bajo del auto junto con mis padres, entramos al consultorio y nos quedamos esperando hasta que me llaman. Odio la nueva rutina.




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