Es uno de los días más tristes de mi vida y me siento nervioso por el discurso que debo dar, no sé cómo van a tomarlo mis padres, pero sé que esto le gustaría a mi hermano y todos estamos aquí por él. Todos vestidos de negro y rodeados de flores blancas.
Me acerco al ataúd de Leo y observo su rostro, nunca lo había visto tan sosegago. Mi pobre hermano vivió atormentado, el infierno estaba en su mente y ahora, por primera vez en veinte años, lo veo en paz. ¡Qué desgracia que sea en estas circunstancias!
Creo que nunca podré borrar el recuerdo del día que lo encontré en su habitación. Nunca voy a olvidar sus últimos gritos, la impotencia que sentí al no poder abrir la puerta trancada y cuando logré hacerlo, era tarde, estaba desangrado, pero con una sonrisa en el rostro. Ver a mi hermano sin vida, fue sentir que una parte de mí, moría junto a él, un dolor inimaginable. Mi mente solo repetía “Leo, hermano te haz ido, dime dónde encontrarte” y hasta ahora mi pensamiento lo sigue haciendo.
—Hijo, ya es hora —me dice mi padre dándome un pequeño apretón en el brazo. Suelto un pesado suspiro y miro a mi futura esposa en busca de apoyo.
—Tu puedes, aquí estoy —me acaricia la mano y con su apoyo logro acercarme al micrófono.
—Buenos días a todos, gracias por venir —carraspeo para mandar lejos el nudo de mi garganta—. Muchos de ustedes nunca pudieron entender a mi hermano, a veces a mí también me costaba, pero no porque el haya sido distinto a todos, sino porque no podía seguirle el paso a sus historias. Leo vivió muchas vidas, todas diferentes y me encantaba saber, que en todas ellas, siempre éramos buenos amigos. Él me ha cambiado la edad un montón de veces, como en la última aventura que tuvo, fue la que más disfrutó, en ella, yo era su hermano menor —sonrío levemente—. Cuando en realidad soy el mayor. En fin, me gustaría que comprendieran un poco mejor a Leo aunque él siempre fue un enigma.
Al menos la mitad de su vida se la ha pasado en instituciones, lo que significa que yo también he estado mucho tiempo ahí. A veces no sabía cuál de los dos estaba más loco —digo con tono irónico y con mucho pesar—. Mi pobre hermano nunca tuvo una vida normal, pero me reconforta saber que, pese a la enfermedad, su mente le permitió vivir en su imaginación —diviso a mis padres y ambos lloran desconsolados. Aunque siento que, de cierta forma, están aliviados. Todos lo estamos—. Cuando esto empezó, él pensaba que éramos alemanes y nos habíamos mudado a Roma, para mí era divertido, porque aún éramos niños. Nuestra vida en Roma duró seis meses. —Me giro para ver a mi hermano tendido en el ataúd—. El disfrutó muchísimo y a la vez el sufrimiento estuvo presente al mismo tiempo, él se deprimía profundamente cada que una de sus vidas terminaba, porque perdía personas que él amaba, pese a que los demás no podíamos verlas —siento que las lágrimas se apoderan de mi rostro—. Como ya les había dicho, esta última vida fue la que más disfrutó y mi favorita. Resulta que allí éramos bolivianos y nos habíamos ido a vivir a Los Ángeles, él tenía dieciocho y yo quince— muchos soltamos una risa—. Puedo jurarles que había drama en nuestras vidas, eran intensas, Leo hizo buenos amigos y se enamoró por primera vez, cuando me contaba sobre Heather me daban ganas de conocerla, quería que fuese real, incluso me ponía triste cuando acababa el horario de visitas y notaba que nunca iba a conocer a la novia de mi hermano —el nudo en mi garganta se hace más grande, por lo que me toma unos momentos poder seguir con mi discurso.
—Me di cuenta, que él a veces me escuchaba cuando yo le hablaba. Mi prometida se llama Ginny y no saben, cómo se me cayeron las lágrimas, cuando lo escuché hablar sobre una Ginny de quince años que estaba conmigo —miro a mi hermano nuevamente, siento que él me da fuerzas de alguna forma— Leo se merecía una vida llena de paz y nunca pudo tenerla. Fuera de todas las aventuras increíbles que ocurrían en su cabeza, estaba también el ruido que lo atormentaba y a veces hablaba de las voces, recuerdo que salía aterrado y sí, a mí tambien me daba miedo con solo escuchar sobre ellas...
Mi mamá está llorando muy fuerte, creo que es mejor que pare.
—Leo, hermano —ahora me dirijo solo a él— Toda mi vida anhelé verte feliz y en paz, me duele mucho que sea en estas condiciones, pero me reconforta, porque ahora estarás con tu amada Heather para siempre. Si era real para ti, entonces lo es para mí. —Dejo el micrófono agobiado y me voy lejos de toda la gente. Necesito respirar.
El haber dado ese discurso, hizo que esto se sienta más real.
Es horrible, pienso, ojalá estuvieras aquí querido hermano, para hacerme sentir mejor. Pero ahora eres libre y es todo lo que me importa.
Todas las personas empezaron a salir del salón velatorio, algunas estaban en silencio, otras lloraban, unas cuantas conversaban y luego estaba esa joven, vestida con un impermeable que parecía quedarle grande, de color gris, en la mano derecha sostenía un girasol medio marchito y desde lo lejos, observaba el ataúd con pesar.
Una ráfaga fuerte de viento, hizo que la capucha del impermeable caiga y revele su rostro. Nunca la había visto, pero de cierta forma me era familiar.
La lluvia que antes no había notado, empieza a caer con furia y todos corren para arrinconarse bajo el techo del pasillo o dentro del salón, menos ella.
Sin pensarlo dos veces, empiezo a caminar en su dirección, hasta posicionarme a su lado, bajo las enormes gotas de agua.