Estaba de pronto en una calle solitaria en un lugar que jamás había visitado en mi vida.
Tenía mucho frío, tenía mucho miedo. Estaba descalzo sobre la helada carretera, sin un abrigo cerca. Sin nadie que me diera calor con sus brazos.
Mis dientes castañeteaban apresuradamente, y todo mi cuerpo temblaba violentamente.
El vaho que salía de mi boca delataba que no soportaba más estar allí. El calor abandonaba mi cuerpo.
Al otro lado de la calle vi un bar, parecía una discoteca, lleno de luces y humo, con una música aturdidora saliendo por las ventanas.
Todo se escuchaba más claro que al principio. La gente dentro de ese lugar estaba bailando, se estaban riendo, estaban besándose unos con otros. Estaban haciendo esas cosas que mi madre llamaba "de la perdición."
No sabía la forma de reaccionar, si debía moverme o no. Sólo me quedé parado, contemplando.
La neblina que estaba rodeando mis pies se esparció por el suelo, y estos empezaron a mojarse con una sustancia caliente, de un color negro brillante a la luz de la luna, algo que olía a hierro fresco, algo como la sangre.
Escuché risas por todos lados, la gente pasaba junto a mis hombros, pero era como si hubiera sido invisible, nadie me veía, nadie era capaz de darse cuenta de mi presencia. Comencé a asustarme más de lo que debía y a acercarme a ese lugar donde todos parecían estar pasándosela bien.
Algo llamó mi atención: Un ruido curioso que venía de la parada de autobús que estaba cerca del antro, parecida a la de los explosivos que veía en televisión cuando era menor en la caricatura de "El corre-caminos” Mis ojos se ensancharon cuando confirmaron mis sospechas, y lo único que quería hacer era escapar de allí, salvar mi vida, porque estaba en lo correcto, todos los presentes de ese momento corríamos un grave peligro.
Todo fue tan rápido, parecía que el tiempo se congelaba, hasta que se escuchó la gran detonación con una fuerza fulminante. Traté de llegar a ellos y avisarles de la bomba, pero la onda me arrojó contra el pavimento.
El fuego que se creó era enorme, la capa de humo que cubría la zona era monstruosa.
Sentía una terrible parálisis en las piernas, quería correr para no ser alcanzado por los restos de vidrio, pero estos salían de todos lados. Poco a poco mis brazos dejaron de responderme también. Lloré de miedo, gritaba lo más que podía, pero mi voz se debilitó, y luego se apagó. Nada estaba claro.
La gente a mi alrededor corría, y gritaban cosas en un acento extraño, un acento que no lograba entender. Traté de seguirlos, pero no fue sencillo.
El fuego del lugar consumió hasta el último rincón, en una bola enorme y caliente como el sol. Mi cuerpo cambió de temperatura rápido, y sentí el calor fulminante; ya no era frío lo que me hacía temblar, sino más bien el miedo que me recorría los intestinos.
Las sirenas de las ambulancias se podían oír cerca, con sus ruidos ensordecedores. Los bomberos venían ya, seguramente a toda velocidad por alguna calle bañada de luz artificial.
No pasó mucho para que pudiera correr de nuevo, y está vez más rápido. Llegué a la esquina de la calle apenas conservando la respiración, y lo que vi ante mi fue sorprendente: Ante mis ojos estaba una de las siete maravillas del mundo, la torre Eiffel que se encontraba con sus luces apagadas por alguna razón. Y en su base un extraño brillo llamó mi atención. Parecía un hombre, con complexión delgada, pero robusto, y todo su cuerpo brillaba con una intensidad segadora. Tenía a sus espaldas dos extraños miembros, que se agitaban con elegancia.
Caí de rodillas en el pavimento y comencé a ahogarme, el aire se escapaba de mis pulmones, y el llanto continuaba, pero era un llanto estúpido, y no sabía porque lo hacía.
— Matías — me dijo una voz proveniente de esa luz bajo la torre. —
— ¡Matías, despierta!
— ¡Matías tienes que despertar!
Cuando abrí los ojos mi madre estaba a mi lado limpiando el sudor de mi frente y mis lágrimas también. La respiración era casi nula para mí.
— Todo va a estar bien — susurró — sólo fue un mal sueño.
Entonces me abrazó con dulzura y me dio un ligero beso en la frente.
Para que el tonto niño asustado pudiera dormir de nuevo.
II
Estados Unidos se preparaba ya con sus tanques, sus ametralladoras, con sus hombres inocentes, listos para asesinar.
Rusia enviaba ya sus aviones a Corea del norte. Con las bombas terminarían con su gente, y tomarían el resto del agua potable que quedaba; pero necesitaba un aliado, uno tan poderoso que cuando estuvieran juntos fueran invencibles. Y a su vez, ese aliado necesitaba vasallos para reclutar gente.
Las aeronaves y los barcos se aventuraban ya en una misión suicida, en busca del recurso natural más necesario del mundo: Agua.
Los países tercermundistas no tenían más remedio que esperar, a ser tomados, a ser aliados.
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Editado: 01.06.2020