Cerré los ojos con fuerza, los apreté tanto que recuerdo que me dolieron.
Abracé al perro con todo mi ser para evitar que se me escapara. Le apreté el hocico lo más que pude, evitando lastimarlo.
Recé todo lo que mamá me había enseñado, esperaba un milagro. El silencio comenzó a desesperarme en segundos. Lentamente dejé que la luz del alba bañara mis pupilas y solté mi cuerpo un poco para poder respirar correctamente. Estaba allí, parado con sus enormes ojos azules, tratando de encontrar el origen del ladrido, se quedó paralizado mientras su cabeza recorría cada centímetro del bosque. Su mirada se enfocaba por arriba de donde yo me encontraba, por suerte. Movía su elegante mostacho de izquierda a derecha mientras se lo relamía. Vi que entre ellos tres se comunicaban cosas, pero no lograba entender su dialecto, me era difícil comprender palabras de mi propio idioma, así que menos entendería el alemán.
<< ¿Qué diablos pasa contigo? Pudieron habernos encontrado por tu culpa >> pensaba mientras acariciaba el brillante pelo de perrito.
<< Nada amigo, no es mi culpa que mi instinto me traicione >> me respondía en mi imaginación.
Seguía agachado y cada vez más incómodo. Sabía que, si movía un maldito músculo, mi cuerpo terminaría lleno de plomo de alto calibre.
Vi que los otros dos se fueron al interior de los arbustos que tenían detrás. Uno de ellos, que en ese momento era mi preocupación, estaba observando los árboles, buscándome sin saber que con certeza que estaba ahí.
Sentía que me había encontrado, sentía que el mundo se venía encima. Estaba desesperado, quería salir corriendo y ocultarme donde no me encontrara aquel extranjero asesino.
Mi mente era un caos: << ¡Ay Dios! Viene hacia mí, se está acercando cada vez más, está asomando su cristalina mirada sobre mi mugriento cabello castaño.>>
Tenía miedo, pero eso no era raro en mí. Un escalofrío me recorrió por la espalada y se pasó por mi tórax también.
No quería mirar, pero tenía que hacerlo, no sabía cómo reaccionar, seguramente estaba tan blanco del susto como el papel.
Un metro, ¡estaba a un metro de mí! Me había detectado. Era el fin de aquel chico tonto que se hacía llamar Matías.
Cerré los ojos llenos de lágrimas, pensando que sería la última vez.
Sentí la boca del frío R-15 sobre mi cráneo y una risa esquizofrénica salir del sujeto que me apuntaba.
<<Todo por tu culpa querido amiguito.>> Escuche que quitaba el seguro. << No puedes quedarte callado ni porque ves el peligro frente a tus pequeños ojos perrunos>> puso su dedo sobre el gatillo. << Ya ni resignarse es bueno.>> Escuché su risa nuevamente.
<< Te extrañare mucho Duque.>> Se escuchó el disparo.
4.- Alemania; 02 de octubre del 2029.
Era la tarde-noche en un hermoso pueblo a orillas de la ciudad, o bueno, solía ser un hermoso pueblo. Las familias se escondían en los sótanos de sus casas, otros tenían protección en un refugio bajo tierra cerca de un pastizal abandonado.
Había francotiradores en cada esquina, en las copas de los árboles, entre los matorrales secos color paja. Los aviones americanos surcaban el cielo cada veinte minutos, y apenas uno veía un rastro de vida detonaba una bomba que alcanzaba los quince metros a la redonda.
Dieron las 8:00 de la mañana, pero la luz solar no se notaba en lo más mínimo, la preocupación y desesperación hizo que algunos hombres salieran de sus escondites, y con tan solo dar tres pasos caían sin vida en la tierra húmeda. Las mascotas huyeron dos días antes sin ninguna explicación, sencillamente desaparecieron. Entre las nubes veían extrañas luces que se paseaban rápidamente, saltando de una en otra.
Pasó entonces que una pequeña bola de fuego tan caliente como la superficie del sol se estrelló sobre uno de los árboles más altos y viejos; al tocarlo apenas se pudo escuchar el grito de un soldado que espiaba en la penumbra, su cuerpo fue reducido a cenizas para cuando tocó el suelo, al igual que su poderosa arma que tantas vidas había cobrado.
Un extraño ruido estremeció a todos, sin saber de dónde provenía, y parecido a muchas trompetas entonando juntas una triste melodía.
Mas flechas bañadas en fuego bajaron a prisa desde las nubes, como estrellas fugaces en un cielo otoñal, todas tan coordinadas y perfectamente apuntadas hacia sus blancos. Dieron contra los cincuenta hombres que Estados Unidos había mandado y los regresaron al polvo, de dónde provenían. Sus restos se consumieron en segundos, y sus armas quedaron hechas trizas.
12:00 PM A 11 kilómetros de la capital de Alemania.
La pequeña rubia no tenía a donde más ir, era perseguida por cuatro gigantes hombres armados y decididos a liquidarla, la pequeña rubia tropezó cayendo con violencia sobre el pavimento, sus pies descalzos estaban dañados por tantos días sin protección. Corrió lo más rápido que pudo hasta un extraño campo de fútbol viejo, con porterías oxidadas y pasto seco, se colocó en cuclillas tapándose los oídos con las manos llenas de heridas y moscas, dejando caer el oso de peluche que llevaba botones por ojos. Lo único que le quedaba era esperar el fin.
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Editado: 01.06.2020