Nunca me imaginé encontrarme en una situación así: A punto de morir y salvado por un tipo que no conozco.
El disparo que se escuchó no fue el del rubio de ojos azules que me quería aniquilar; era de un chico que observaba todo desde la copa de los árboles.
El cuerpo del soldado alemán se desplomó sobre el húmedo suelo lleno de tierra fértil, justo a mi lado. Sólo me quedé perplejo cuando lo vi caer.
Tenía un pequeño agujero en la cien y tenían los ojos muy dilatados. Era obvio que estaba muerto.
No sé si corría peligro en aquél instante, pero le agradecí a la dulce criatura del señor que me salvó de ese demonio rubio.
Me levanté y lo observé; se bajaba rápidamente del viejo sauce que tenía a la izquierda a escasos metros de mi posición actual. Portaba un Franco Te que sostenía entre sus pálidas manos, y con él estaba otro sujeto, que hablaba francés. Ambos chocaron las palmas de sus manos una vez que se reunieron abajo. Se volvieron al frente y me intimidaron con sus miradas, mientras se dirigían a mí con elegancia propia de su cultura.
— ¿Están todos bien? — preguntó uno de ellos. — Vamos, sabemos que son más pegsonas las que están aquí. Los hemos visto.
— Así es — respondió el otro — no tienen nada que temeg amigos. No les haguemos daño.
Su acento francés era perfecto.
De entre lo profundo de la maleza se asomó una pequeña cara con unos anteojos muy grandes, y atrás de los gigantes árboles se asomaron tres rostros. Uno de ellos con cabeza simétrica perfecta, el otro con su mirada gris penetrante y la tercera con un cabello ondulado perfecto lleno de brillo. De entre los espesos arbustos salieron Julio y Luis, temblando de miedo, o de frío tal vez.
— ¿Es seguro? — me preguntó Flor con timidez y en voz baja.
— No lo sé — respondí con cautela.
<<Si estos tipos nos quisieran matar ya lo hubieran hecho>> pensé.
— ¡Pueden salig todos! No pasagá nada malo, se los gagantizo.
¿Por qué? — les pregunté
— ¿Pog qué, qué?
— ¿Por qué nos ayudaron? ¿Que no planean matarnos también?
Uno de ellos soltó una fuerte risa antes de volver a hablar.
— Pog que los necesitamos — dijo — Y ustedes nos necesitan también ¿a qué sí?
No respondí, sólo me quedé mirando a sus grandes ojos color miel, y él veía los míos, que a diferencia de los suyos eran muy oscuros.
Soltó otra risa fuerte, de hecho, más fuerte que la anterior.
— Calla — le susurré — todavía quedan otros dos sujetos como el que está ahí tirado, los vi irse en esa dirección. (señalé con mi índice hacia el frente)
— No te pgueocupes pog ellos — me soltó el tipo de ojos miel. — Ya están muegtos también — y me mostró un cuchillo lleno del líquido rojo de la vida.
Kelly se tapó la boca para evitar vaciar lo poco que llevaba guardado en su diminuto estómago.
— Genial — dijo José sonriendo a sus nuevos amigos extranjeros y moviendo la cabeza como asintiendo rítmicamente.
— ¿Pog qué no nos acompañan a nuestgro lugag de guagdia?
— No estoy seguro de confiar en ustedes dos — dije cortante.
— ¿Cómo sabemos que no nos cortaran la cabeza en cuanto lleguemos a su “lugar de guardia"? — Preguntó Flor.
— Niña tonta — dijo el francés — eso sólo lo haguíamos si no fuégamos cómplices en esta guega.
— Me llamo Abadie — dijo estirando la mano para saludarnos.
— ¿Abadie? — preguntó Kelly. — Pues Abadie, me gustan tus ojos, son hermosos — sus mejillas se tiñeron de un rosa chillón mientras sacudía la mano del chico.
Abadie la ignoró rotundamente, como diciendo: << claro como si una niña como tu pudiera llamar mi atención. >>
— Y yo soy Émile — dijo el francés de ojos verde claro y cabello negro mientras también estiraba su mano. La tomé y la sacudí ligeramente entre el aire denso de la mañana.
Era alto como su amigo y ambos tenían la nariz un poco grande. Sus labios eran delegados y su sonrisa era pequeña. Su piel blanca se veía contrastada por la nuestra y sus cuerpos atléticos nos hacían sentir mal a mí y a mis compañeros.
— Entonces, ¿vamos? — nos preguntó Émile.
— Por supuesto, vamos — respondieron Kelly y Flor al mismo tiempo. Sus sonrisas nos decían que esos chicos las hicieron perder la cabeza. Y no sólo a ellas, también a Edson lo traían como loco. Tuvo suerte de que sólo yo lo notara.
Minutos más tarde dábamos los primeros pasos después de librarnos de la muerte a manos de los soldados rubios, íbamos acompañados de los nuevos amigos; les debíamos mucho a esos dos tipos.
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Editado: 01.06.2020