Alejé el papel de mis cansados ojos marcados por ojeras para posar la vista en el rostro de todos y cada uno de los que me rodeaban. No era el único, pues todos se miraban detenidamente como buscando una respuesta.
— ¿Me estás diciendo que el mundo está jodido? — rompió el silencio la pequeña Kelly.
— Al paguecer sí, mi pequeña amiga, el mundo está jodido.
— ¿Y qué procede entonces? — preguntó Julio.
— Es obvio — respondió Abadie con una sonrisa en sus labios — sobguevivig, únicamente sobguevivig tontuelo — la sonrisa se borró de inmediato.
La pequeña fogata comenzó a extinguirse, y el frío nos hacía temblar de nuevo. Arriba, en las nubes se asomaba una tormenta, los rayos amenazaban con bajar de ellas cada vez con más furia. Las primeras gotas podían hacer contacto con mi piel, las sentía tan frías, pero al mismo tiempo relajantes.
— Claro, ¿qué debemos hacer entonces?
— Lo principal es encontrar agua, sea como sea, en un charco si es necesario. Mi garganta está más seca que la piel de mi abuela.
— ¡Qué asco! — interrumpió Flor — yo creo que debemos ir al centro de la ciudad y ver qué podemos rescatar.
— Pero Flor, la ciudad más cercana la dejamos hace apenas treinta y seis horas.
— Lo sé, pero la que le sigue está a al menos 30 kilómetros — dijo — ¡y te apuesto lo que quieras a qué en ese lugar no hay ni una sola botella abandonada en alguna maldita tienda!
— ¡Tranquila por favor!
— ¿Y cómo diablos quieres que me tranquilice? ¿Eh? Si estamos en el final del estúpido túnel, Matías. ¡Cada vez nos hundimos más en el maldito hoyo!
— Lo sé, lo sé — le respondí mientras levantaba mis manos en el aire a la altura de mis hombros para tranquilizarla — Pero debemos mantenernos cuerdos y estar en condiciones físicas también para poder ganar esta lucha.
Me interrumpió un crujir en el oscuro techo natural que debería haber estado salpicado de estrellas, y no como esa noche. Era como el rugir de un león agonizando después de una lucha. Era como sentir terror y tristeza al mismo tiempo. Mis oídos sabían que quería seguir escuchando, pero mi más profundo temor comenzaba a salir.
— Otra vez ese sonido — susurré.
— Pog favog consegven la calma — nos dijo Émile, o al menos intentó.
Nos quedamos callados mientras el rugir del cielo nos hacía sentir inferiores, nos hacía sentir miedo. Miedo del bueno, ese que hace que te orines en los pantalones, y al parecer en Luis estaba haciendo efecto.
El ruido se expandió como un eco sonoro a través de kilómetros y kilómetros de nubes. Nubes que se teñían de gris oscuro, llenas de venas luminosas. A los pocos minutos, el nivel de terror aumentaba, pues aquel terrible rugir se transformaba en un soplido, un extraño lamento que no parecía humano, y venía de arriba, escondido en algún lugar, esperando el momento adecuado para liberarse.
Sucedió que vino un viento tremendo, tan poderoso que parecía que nos llevaría con él. La lluvia se dejó caer sobre todos y todo, pero con un extraño toque de carmesí en su composición, daba el helado parecido a la sangre. Uno de los rayos atravesó con gran ruido los árboles, y su impacto provocó fuego en el bosque iniciado de un árbol moribundo e hizo que el pánico se desatara. El fuego pudo llamar mucho la atención de un posible enemigo que estuviese cerca.
La torrencial lluvia caía a cántaros, por lo cual el incendio no se dispersó más, murió con aquel viejo árbol que generaciones vieron crecer.
—Tenemos que movernos si no queremos quedar sepultados bajo lodo y hojas secas — gritó desesperado alguno de los chicos.
Vimos como poco a poco se desprendía de la tierra un pequeño cerro lleno de piedras y material peligroso.
La ropa empapada me pesaba a tal grado de impedir mis movimientos. La desesperación se apoderaba de mi rápido, sentía que me ahogaba en un vaso de agua.
— ¡Agua! — les grité mientras corríamos hacia terreno abajo — ¡Agua!
— ¡Ay pero que listo eres! ¿Ya te lo habían dicho antes? — dijo sarcásticamente Kelly.
— Si como sea — respondí cortante, casi gritando porque el ruido de la tormenta bloqueaba los sonidos — ¡tenemos que aprovecharla!
Abadie y Émile volvieron rápidamente por unos botes que tenían escondidos entre la maleza.
— ¿Esto te segvigá? — decía al mismo tiempo que me daba uno de ellos.
— Claro que si — respondí entusiasmado. El agua me bañaba el cabello y toda mi cara. Parecía que tenía lágrimas constantes bajando por mis mejillas, pero no eran naturales de mi cuerpo.
Aseguramos rápidamente los botes en campo abierto y los dejamos ahí mientras nos dispusimos a correr para no ser electrocutados por un rayo.
¡Joder!, me salvé de morir en manos del enemigo hace unas horas y ahora podría perecer en manos de la naturaleza.
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Editado: 01.06.2020