Voces en el cielo

15

Nos encontrábamos corriendo por el estrecho camino que nos daban los árboles. Paso tras paso, cada uno más rápido que el otro, sintiendo el viento soplando con fuerza y disminuyendo mi velocidad. Los restos de hojas y polvo se introdujeron en mis ojos, lo cual hacía más difícil seguir avanzando. Atrás de mí, todos y cada uno se notaban tan débiles que temía lo peor.

A nuestro lado derecho empecé a notar ruidos entre las ramas y las hojas, veía como algún tipo de animal saltaba con rapidez tratando de huir de algo, su sombra nos rebasó en un abrir y cerrar de ojos para después desaparecer. Una bandada de pájaros color negro cantaba en el cielo, su canto parecía aterrador, los cuervos siguieron volando hacia el norte, tratando de evitar los rayos amenazadores.

La madre naturaleza castigaba a sus hijos como nunca antes, me preguntaba si esto estaría ocurriendo en todo el globo, o si sería solo por partes. Nunca en mi vida había tenido tanto frío, nunca antes en mi vida había querido gritar y llorar de esta manera, nunca imaginé que pasaría por algo así.

Delante de nosotros se encontraba una cueva, muy estrecha para todos, pero ¿qué otra opción teníamos? Volteé a ver a todos mis amigos, y con un simple gesto de asentimiento todos nos dirigimos hacia allá. Estaban sufriendo, se podía ver en sus rostros de terror, y en esas lágrimas ocultas por las gotas de lluvia, se podía sentir su arrepentimiento total.

 

— La lluvia es cada vez más fuerte, ¡está helada!

— ¡Lo que nos faltaba! — gritó Julio — está cayendo granizo también.

Nos golpeaba uno por uno, y su tamaño parecía ir en aumento, el camino a la meta llamada cueva se hacía infinito.

Un árbol se desplomó justo atrás de mí y un sentimiento de angustia inundó mi pecho, porque algo malo acababa de suceder. El aberrante sonido lastimó mis oídos mientras seguía corriendo.

— ¡Julio! — Sólo escuché ese agobiante grito proveniente de Flor. Se me congeló el corazón, y el tiempo se detuvo. Las gotas y el granizo cayeron en cámara lenta. Me detuve en seco y di la vuelta con ese miedo que sabía se volvería una triste realidad.

Un enorme tronco muerto estaba sobre el frágil cuerpo del que se hacía llamar Julio. Sus gritos de dolor ahogaban cualquier sonido, inclusive los de la lluvia. Sus manos luchaban por aferrarse a José y a Luis que lo tratan de ayudar. Podía ver qué ya agonizaba, lenta y dolorosamente mientras todas sus esperanzas se desvanecían en su mirada perdida.

Llanto, es lo que salía de todos nosotros, era la respuesta solidaria hacia él. Unimos fuerzas para quitar el pesado árbol de encima, y con mucha dificultad lo logramos, pero ya era muy tarde, el río color grisáceo se cubría ahora con un rojo intenso y se perdía en el fondo del terreno.

Se me partió el corazón al ver a Luis llorando por su mejor amigo, se me partió el alma al ver que no se atrevía a dejarlo atrás, sabiendo que debíamos continuar, o alguien más perdería la vida también. El gigante tronco sería arrastrado horas más tarde por la fuerte corriente de agua.

Tomé por el brazo a Luis, que no quería avanzar más, no quería abandonarlo.

— Corran todos hasta la cueva, ¡vamos!

— ¿Tú no vienes Matías?

— Enseguida los alcanzo

— Pero ... Matías, tenemos que ir juntos.

— Flor, te prometo que estaré con ustedes en un minuto.

— Una promesa es una promesa.

Me tomó de la mano y entrelazó nuestros dedos en el húmedo aire, después se acercó a mis labios y los besó rápidamente, pero sentí que fue eterno.

— Te quiero — dijo

— Yo también a ti — respondí.

Después se alejó sin quitar su mirada tierna de la mía, quisiera que no lo hubiera hecho. Sus ojos cristalinos se alejaron.

A pocos metros podía oírse el letal ruido de más árboles cayendo, y más rayos perforando la maleza.

— ¡Vamos amigo, es hora de irnos!

— ¡No! — me gritó — ¡No pienso mover un músculo!

— Por favor Luis, es hora de avanzar, él está ...

— ¡Cállate! ¡Cállate si no quieres que te parta la cara!

No pudieron salir palabras de mi boca, y mi única reacción fue asentir.

Entre una luz cegadora de un relámpago pude ver que la silueta de Edson se aproximaba corriendo con pasos torpes y torcidos. En su cara de susto se veía toda la angustia retenida.

— ¡Hay algo arriba! — gritó con desesperación — ¡Todos adentro, ahora!

Al caer al suelo lleno de lodo volteó sus ojos al cielo, como presa huyendo de un halcón. Todos nos apresuramos a levantar el cadáver tratando de arrastrarlo lo menos posible.

Era casi imposible, mi cuerpo estaba muy débil, la fuerza no estaba de mi parte.

Arriba, en las nubes se veían destellos amarillos chocando unos con otros a la velocidad de un rayo.

 

— Parecen aves — dijo Edson

— Eso no es un ave.



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En el texto hay: romance, aventura, tercera guerra mundial

Editado: 01.06.2020

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