Matías
Lo miré, me miró sin dejar de temblar; estaba perdiendo la cordura.
Edson jamás fue de esta forma, siempre era un buen líder que tenía las respuestas para muchas cosas. Siempre dando consejos y brindando su ayuda en todo lo que podía; ese era mi mejor amigo, desconocía a la persona que se encontraba ante mí.
Traté de acercarme a él para consolarlo, pero me rechazó totalmente con un empujón tan fuerte que mis heridas lo resintieron.
— ¿Qué te pasa? — le pregunté con un tono dominante — ¿Eh? ¡Dime!
Levantó lentamente la vista hacia mi lloriqueando. Las gotas transparentes caían desde sus lagrimales y sus pupilas grises se tornaron cristalinas.
— Lo siento — susurró. Le temblaban los labios y más lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
— ¿De qué estás hablando? — se me formó un nudo en la garganta.
— Lamento haber permitido que muriera — su llanto se hizo más intenso y el aire le faltaba, se notaba por la manera en que suspiraba y lo exhalaba con cuidado.
— ¿Qué muriera?, ¿quién murió, de qué carajo hablas? — me comenzaba a alterar.
— José — dijo entre resoplidos, lamentándose.
Era cierto que no recordaba al chico de cabeza simétrica, el que estuvo desde el principio, aquel chico tan asustado como yo. No lo vi desde que desperté de mi inconsciencia aquella noche.
— No fue tu culpa — le dije. Sentía una empatía tan grande hacia él, no pude contener las lágrimas.
— ¡Claro que sí! — dijo alterado — ¡si lo fue!
— Me correspondía a mi cuidarle la espalda cuando nos atacaron, pero no lo pude hacer.
Estiró las piernas sobre la vieja cama y me miró detenidamente sin dejar de llorar.
— No puedes comprender mi dolor, Matías, ¡no puedes!
— Lo haré si me cuentas — respondí.
Puse la mano sobre su hombro, como lo había hecho en los últimos ocho años.
— No sé si pueda — susurró, mientras giraba la cabeza para evitar mi mirada.
— Yo sé que, si puedes, no soy quién para juzgarte, tampoco para culparte, pero si estaré aquí para brindarte todo mi apoyo incondicional, porque eres mi familia también.
Volteó de nuevo hacia mí y me vi reflejado en sus ojos llenos de tristeza, con una capa móvil de lágrimas, tan sinceros.
— Trataré — sollozó. De su boca salieron las palabras para describir la trágica historia del último día de José sobre la tierra.
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La última noche de José.
Edson.
Después de llegar a la casa que utilizamos como refugio, Abadie y Émile se dedicaron a curar tus heridas, era muy desgarrador para mi verte tirado, moribundo. Lloraba cuando ellos no me veían, sufrí en silencio.
Me gustaba estar en esa esquina del cuarto, pues ahí no llegaba la rojiza luz de la vela que Kelly colocó junto a ti para mantenerte vigilado.
El primer día, después de que te habían suturado, Abadie dijo que era necesario que saliéramos por provisiones, después de todo había miles de tiendas abandonadas en la ciudad, así que supuso que no sería problema. Me negaba a abandonarte, tenía miedo de morir allá afuera sin despedirme de ti como yo quería. Tenía miedo de no volver a verte otra vez.
Ese mismo día José encontró la entrada al ático de la casa, y por simple curiosidad decidió subir a investigar. La sorpresa para él, y después para nosotros, era que en ese ático estaban escondidas varias armas de fuego, algunas largas y la mayoría cortas. Estaban tres botiquines médicos en perfecto estado, y estaba una maleta llena de latas de maíz y de frijoles. Lo mejor de todo fueron las botellas de agua pura que se encontraban también dentro; era lo más importante para sobrevivir, lo suficiente para sobrevivir unos días. Supusimos que era la casa de algún hombre que trabajaba en el ejército o la marina, y en el peor de los casos, de un hombre de la mafia muy bien preparado para un ataque.
Yo les dije a los demás que no era necesario salir en busca de más provisiones, pero Abadie insistía en que si, pues eso no nos duraría para más de una semana, por lo tanto, hicimos lo que nos propuso.
La primera vez salimos todos los hombres, los cuatro, y Flor junto con Kelly se quedaron contigo, vigilando que todo estuviera en orden mientras tú dormías. Ese día de verdad tenía miedo de no regresar, pero por suerte lo hicimos, aunque con las manos vacías. Cuando entramos te vi y sonreí al saber que estabas vivo aún, Matías. Eras lo único que me importaba, sólo tú me importabas en ese momento.
Me quedé contigo un rato, observando tu rostro y orando por tu bienestar. Sólo quería que te recuperaras, y si algo te pasaba no lo habría soportado.
José se acercó a mí y me dio ánimos, pues juraba que te recuperarías pronto, y que saldríamos todos de la trágica situación.
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Editado: 01.06.2020