Matías.
Las horas siguientes sólo estuve pensado en lo que me contó Edson. No podía asimilar la idea de que José estuviese muerto, simplemente no lo quería creer.
Nunca se acercaba a mí para platicar, para reír, jamás demostró algún tipo de interés. Siempre era yo el que daba el primer paso.
Recuerdo la última vez que lo vi llorar; fue cuando vagamos por el bosque y él estaba triste por haber perdido a sus más grandes amigos; Julio y Luis eran todo lo que le quedaba, y el hecho de que ellos murieran de manera tan trágica lo destrozó.
Por otra parte, era gracioso de alguna forma ver su cabeza cuadrada caminando entre los árboles. Verlo sonreír con Flor y Kelly y escuchar sus bromas sin sentido. Cuando eso se acabó en él, fue cuando todo se vino abajo.
Edson se había quedado dormido, al parecer era todo lo que necesitaba después de aquella crisis nerviosa. Sus párpados se cerraron y comenzó a roncar. Se acurrucó en la cama como un niño de ocho años. Yo me senté junto a él, en la orilla y miré atentamente hacia afuera, por la ventana. Trataba de ver a través de la densa oscuridad que había. Los relámpagos continuaron cayendo sin parar, y su luz se veía de alguna manera, hermosa.
La lluvia se desató, por lo cual aproveché la oportunidad para poder atrapar un poco de agua. Coloqué en el marco de la ventana un balde rojo con algunos agujeros en la parte superior; apagué la vela mientras mantenía abierta la ventana para evitar que nos viera alguien. Los trozos de madera se veían viejos y llenos de astillas. << ¡Dios! Esto si funciona >> pensé al ver como los chorros se escurrían y se quedaban dentro del balde.
Se había callado la humanidad. Los cuerpos heridos de los soldados extranjeros yacían en el pavimento; la mayoría sin vida, llenos de lodo y sangre.
Sonó la melodía de una sola trompeta en el cielo y me estremecí.
Se me erizaron los vellos de los brazos y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
<< Tuuuuuuuurúuuuuuuuuurúuuu>>.
Luego vino el canto del viento silbando fuertemente, y después un momento de silencio. Cesaron los fuertes relámpagos, y dejó de llover, pero el sol siguió siendo eclipsado, la oscuridad permaneció.
Hacía más frío que de costumbre, y yo sólo tenía puesto una vieja sudadera negra maltratada, y unos vaqueros azules. Mis labios se empezaron a dañar y mis mejillas también, estaban partiéndose. Si hubiera tenido alguna de esas cremas que mi madre usaba, la habría colocado en mi cuerpo sin problema.
Necesitaba encontrar a los demás, necesitaba saber que estaban bien. Teníamos que estar todos juntos para poder idear algo, tenía que terminar de alguna forma. Sólo quería sobrevivir y que la gente inocente lograra salvarse también. Sólo eso pedía.
¿Por qué Dios no me escucha? Perdía las esperanzas.
Bajé la cabeza y lloré un poco, debido a la desesperación y el miedo. No sabía qué hacer.
Escuché algunos golpes afuera, <<toc toc>> llamaban a la puerta. Me atemorizó la idea de que fuera una persona no deseada. << toc toc >> de nuevo. Golpeaban vez tras vez, con una suavidad y elegancia que sólo yo podía reconocer.
Aun así, no me confié y sujeté el R-15 de Edson, que estaba recargado al cabezal de la cama. Lo cargué con la máxima discreción posible y me coloqué de espaldas a la orilla de la puerta. Apreté el arma al pecho y un latigazo de dolor me sacudió el abdomen. <<mierda>>. Mi herida sangró de nuevo.
El brazo izquierdo no me respondía bien, pero eso no me detenía para poder disparar.
<< Toc toc >> nuevamente.
Cerré los ojos con fuerza y apreté los labios haciendo una fina línea con ellos.
— ¿Hola? — pregunté << estúpido >>.
No me respondieron, mi adrenalina comenzaba a subir, estaba realmente asustado.
— ¿Hay alguien ahí?
Fueron diez segundos de silencio, después una voz conocida me respondió bruscamente.
— ¿Acaso piensas que nos vamos a quedag aquí afuega todo el día?
— Si es que se le puede llamag día.
Sonreí de oreja a oreja y abrí la puerta rápidamente. Fue como ver la luz al final del túnel.
— ¡Ahí están zopencos! — les grité. Me lancé sobre Émile y lo abracé con fuerza. Él me correspondió el abrazo, pero me miró de forma extraña.
Hice lo mismo con Abadie, que estaba sonriendo también.
Tras ellos iban las chicas, que me observaron con miedo.
— Hola Mat — me saludó Kelly. Llevaba las gafas rotas y su nariz sangrante. Le faltaba un diente, el canino superior derecho para ser exactos.
— Hola — respondí. — Adelante, entren.
Asintieron y pasaron con cautela dentro de la abandonada choza.
Entonces me pude ver reflejado de nuevo en esos ojos verdes intensos. Estaban llenos de miedo y angustia.
— Estaba muy preocupada por ti — me dijo. — Sólo quería encontrarte de nuevo y saber que estabas bien.
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Editado: 01.06.2020