Han pasado alrededor de 72 horas desde que el planeta quedó en oscuridad total, las aves dejaron de cantar hace mucho, y los árboles dejaron de lucir tan hermosos como siempre.
Abadie se encontraba parado contemplando la calle a través de la ventana, su mirada se concentraba en un cuervo que posaba sobre un viejo arbusto lleno de lodo; el cuervo tenía la mirada fija hacia abajo, el pico abierto y una especie de saliva color marrón le escurría por este hasta el suelo.
— Ya no hay más vida ahí — susurró con claridad — todo se ha ido al demonio.
Tocó el vidrio estrellado con las yemas de sus dedos y recorrió con lentitud el cristal, dejando que su aliento lo empañara.
Me levanté de la cama y me acerqué a él siendo lo más cuidadoso posible, evitando que la sangre saliera de nuevo de mis heridas.
— Aún hay esperanza — le dije — no todo está perdido, en algún lugar debe haber alguien esperando por nosotros, seguros y sin riesgos.
Giró la cabeza para poder verme y frunció los labios.
— ¿Cómo lo sabes, Matías?
— Sólo lo sé.
— ¿Acaso no sientes el miedo que se espagce pog tu cuegpo? — me preguntó. — ¿Acaso no temes que no haya un mañana?
Asentí y bajé la mirada mientras juntaba mis dedos por las puntas, un poco preocupado.
— Ellos son mi prioridad — le dije, y señalé a Flor, Kelly y Edson, dormidos profundamente en el suelo.
Asintió y me miró mientras me respondía.
— Y él la mía — señaló con la mano a Émile, que vigilaba la puerta desde horas antes, con su arma de francotirador apoyada al suelo.
Vino un silencio incómodo por unos minutos, sentí el ambiente más frío que de costumbre. La vela que teníamos en el cuarto no era suficiente para alumbrar todo, y las provisiones durarían al menos dos días más.
Sacó su reloj de bolsillo que tenía en la bolsa izquierda del pantalón y lo puso contra la luz rojiza de la vela para poder apreciar la hora.
Al menos eso nos mantenía informados del tiempo, podíamos calcular cuántas horas llevaba de oscuridad allá afuera.
— Cinco minutos paga las tgues de la tagde — murmuró. — ¿Qué debemos haceg ahoga?
— No tengo idea amigo, no tengo idea — solté un suspiro.
La preocupación se apoderó de mi por completo, porque me sentía responsable por sus vidas. Me hice acreedor de un compromiso que tal vez no podría cumplir.
Pensaba cada maldito momento en qué tenía que hacer para salvarlos un día más, para que pudieran seguir conmigo, porque ellos eran mi familia.
Abadie y yo seguimos contemplando el exterior, viendo los trozos de unicel salpicados por notas rojas y grises rodando por el suelo. En un segundo descontrolado ocurrió un movimiento leve, luego el suelo se sacudió con fuerza, y el polvillo de las paredes caía con violencia, mientras un ruido detonante nos castigaba los oídos.
— ¡¿Qué diablos?! — gritó Kelly, que se levantó asustada. — ¡¿Qué está pasando?! — se llevó las manos a la cara.
Edson y Flor también se despertaron con brusquedad, asustados por el ruido y el movimiento brutal.
— ¡Nos están bombagdeando! — gritó Émile. — Al otgo lado pude veg aviones.
Uno de mis peores miedos se estaba volviendo realidad; toda mi vida había temido morir de asfixia al quedar debajo de los escombros de una casa o edificio.
Mi piel se tornó pálida y no reaccioné a la situación que se presentaba.
— ¡Salgan todos! — nos gritó Abadie — ¡Ahoga!
Sin pensarlo corrimos hacia la puerta de la casa, que se caía poco a poco, se desprendían piedra por piedra.
Una segunda bomba sacudió la ciudad y al paso de la onda de energía arrasaba con todo. ¿Eran bombas atómicas acaso?
El polvillo siguió cayendo del techo.
Llamé a Duque que se encontraba escondido bajo la cama.
— ¡Hey Duque! — grité — ven aquí muchacho.
Le hice gestos con las manos, aplaudiendo y rozando mis dedos unos con otros para atraerlo, hasta que por fin me siguió.
Fue rápidamente tras nosotros y se puso a mi ritmo de velocidad.
Cuando Flor abrió la puerta, salimos, cada quien escondiéndose entre los autos y los árboles para evitar ser vistos desde arriba.
Nuestro objetivo no era claro, pues toda la ciudad era insegura.
Aviones con luces cegadoras se paseaban en el cielo oscuro, en sus alas destellaban círculos de colores. Revisaban cada área que podían.
— Son Bguitanicos — susurró Émile.
— Ciegto, se puede veg su bandega en el vientgue del avión, las luces son escasas, pego gueconoceguía esa bandega donde fuega —. El viento casi ahogaba sus palabras.
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Editado: 01.06.2020