Voces en el cielo

26

 

— ¡Tenemos que largarnos de aquí! — grité desesperado — ¡ya!

Tomamos a Flor en nuestros brazos y la cargamos con algunos errores, se sentía más pesada que antes. Ella gimió cuando por accidente toqué su pierna herida.

Salimos sigilosamente por la parte trasera del autobús, Kelly llevaba a Duque en sus manos y podíamos ir con mayor velocidad.

En algún momento el cansancio nos derrumbó, no tuvimos más opción que bajar a Flor y simplemente sujetarla por los hombros para darle un mejor apoyo, su rostro reflejaba demasiado dolor, estaba soportando lo más que podía.

Chocaba los dientes con fuerza cada vez que ponía el peso de todo su cuerpo sobre la pierna, gimiendo con cada paso que dábamos.

— Te tienen que revisar Émile o Abadie — le dije — no puedes seguir así.

— Estoy bien Matías, sólo sigamos — respondió con indiferencia.

— De acuerdo, continuemos.

 

Cesó la melodía en las nubes y luego vino un silencio perturbador. Literalmente no se escuchaba ni una mosca en aquel momento.

Poco a poco pudimos sentir las gotas de lluvia haciendo contacto con nuestra piel. Se sentían frías, ardientes y a la vez tan relajantes.

— Esto no puede empeorar.

Las gotas caían con más frecuencia, y en un momento inesperado millones de estas gotas formaban una lluvia aterradora; a cántaros.

— Es solo lluvia, no se asusten.

— La última vez que no quería asustarme terminé casi muerta — respondió Flor.

 

En las pequeñas corrientes de agua que corrían por la calle se iba la sangre, el lodo y algunos cuerpos que aún quedaban intactos. Los relámpagos se dibujaban sobre nosotros, dejaban ver las nubes cargadas.

Fue entonces cuando bolitas de hielo alteraron todo. Cuando caían hacían un ruido perturbador en el suelo, parecido al de las castañuelas. Tuvimos que ser más rápidos si queríamos encontrar refugio.

El granizo se hizo sin avisar de una magnitud mortífera. Tenía un tamaño aproximadamente de siete centímetros, ese granizo tan inusual que desearías jamás conocer.

Me golpeó el primer trozo de hielo en el brazo, y una punzada de dolor me castigó de repente. Se me escapó un grito y unas ganas de quererme tumbar a llorar invadieron todo mi ser.

Cayó la segunda piedra sobre mi hombro derecho y una lágrima de dolor resbaló por mi mejilla. <<No soportaré tanto>>. Pensé.

Escuché los chillidos de los demás, porque a cada segundo que transcurría caían más y más piedras enormes. El dolor se manifestaba.

— ¡Muevan sus traseros si no quieren terminar como los chicos de la novela "Eso" después de su pelea a pedradas!

— De verdad me estoy esforzando — me susurró Flor al oído. Su pierna se arrastraba cada vez más.

Sólo asentí y continuamos avanzando.

Las gotas heladas nos empapaban los ojos, no nos dejaban ver con claridad hacia donde nos dirigíamos entre tanta oscuridad. Lo único que se notaba eran las nubes grises tocadas con un ligero tono rojizo. Quién iba a pensar que nuestro martirio vendría del cielo.

Las piedras de hielo caían muy dispersas, pero lo hacían muy rápido. Bastante separadas una de otra, y tan pesadas como las de un río.

Kelly trató de proteger a Duque entre sus delgadas manos, pero no funcionó, ya que el perrito prefirió saltar de sus brazos y correr por su cuenta.

Pasaron los minutos y el nivel de agua alcanzó cinco centímetros de altura sobre la calle, con una velocidad y fuerza increíble se formó un río capaz de arrastramos a la muerte a todos si no nos movíamos con velocidad.

— ¡Kelly! — le grité con fuerza — toma a Duque y ponlo en tus brazos de nuevo por favor!

Ella asintió y lo hizo, mientras el asustado perro temblaba de angustia.

— ¡Por allá hay una escuela en la que podemos refugiarnos! — gritó Kelly —vamos.

— Se encuentra a unos dos kilómetros, Flor — le dije.

Ella me miró y trató de disimular, pero yo sabía que sufría.

— Si puedo — respondió con una voz muy débil.

Cojeaba con grandes esfuerzos y en algún momento se derrumbó; pecho tierra fue su caída.

— ¡Maldita sea! — exclamó — déjenme aquí y sigan ustedes.

— ¡¿Acaso estás loca?! Sólo falta un pequeño tramo, debemos seguir.

— No puedo Matías, enserio siento un intenso dolor y me mata cada vez que trato de avanzar.

Nos detuvimos justo a escasos novecientos metros de la escuela y tratamos de idear un plan rápido para poder llegar.

— ¡Sigue Kelly! — le gritó Edson. <<Esa enana se mueve rápido.>> Pensé.

— ¡Vamos detrás de ti!

Ella asintió y se dio la vuelta para seguir corriendo con el perro entre sus brazos.



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En el texto hay: romance, aventura, tercera guerra mundial

Editado: 01.06.2020

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