Matías
Duque no estaba, lo había perdido al correr hacia el parque. Me sentía desesperado, no podía perderlo, era como mi hijo, mi cachorro que estuve criando desde que era una pequeña bola de pelos de diez centímetros, y se había ido, no podía seguir sin él.
— ¡Duque! — grité sobre el eco de los relámpagos — ¡Duque!
Las lágrimas acudieron a mis ojos, mientras corría junto a los demás, buscándolo como loco. Me sentía culpable por eso.
— ¡Cuidado! — me gritó Émile, y me empujó para evitar que un trozo de concreto me aplastara la cabeza.
Sentía que el tiempo pasaba muy despacio, me giré para ver el trozo de cemento con metal cayendo justo donde yo estaba, y a Émile, levantándose rápidamente después de haberme quitado de ahí.
— ¡Sigue, sigue! — me dijo con voz ronca — no te detengas.
Asentí, no podía darme el lujo de perder tiempo, no podía, a pesar de saber que había perdido a un gran amigo: Duque.
Todos perdemos lo que más queremos en algún momento. Nada dura para siempre y, debemos aprovechar lo que la vida nos obsequia y agradecer por ello. Sé que le di una vida de alegría y tranquilidad.
Caían bolas de fuego del tamaño de llantas de carro, y cuando chocaban contra el suelo dejaban una marca negra en llamas consumiendo el pavimento.
El granizo no era el problema, y correr mientras la tierra temblaba no era nada fácil. Tenía más de dos minutos que no dejaba de sacudirse la superficie terrestre.
Llegamos a una carretera llena de neblina, cargada de un ruido estremecedor. Nos alejamos de los peligrosos edificios que se derrumbaban, pero había otro inconveniente: hubo un embotellamiento y los conductores dejaron abandonados sus vehículos, con esa horrible alarma contra robo encendida. El sismo debió haberla activado.
Me tapé los oídos mientras me movía entre el corto espacio que teníamos, los carros se sacudían violentamente unos contra otros y el suelo lleno de grietas no era una buena señal.
A un kilómetro de mi cayó un avión del ejército envuelto en llamas, la onda que nos llegó fue poderosa. El calor te quemaba las cejas, literalmente.
— ¡Al suelo! — Gritó Flor desesperada — y sentí como me atraía hacia ella.
La miré detenidamente a los ojos mientras el calor quemaba mi espalda. Ardía en cada centímetro de ella.
— Tenemos que movernos — nos dijo Edson — ¡ya!
Tomó de la mano a Émile y lo condujo entre los coches rápidamente — como si Émile no pudiera sólo, y al salir corrieron sin parar.
Hicimos lo mismo y sentimos la adrenalina corriendo por todo nuestro cuerpo.
Se me durmieron las rodillas y los tobillos, cada paso que daba era un martirio.
La maldita punzada de dolor del abdomen estaba regresando. Creí que ya había pasado esa etapa.
Me resbalé de pronto con el lodo que tenía en los pies y mi cara cayó con fuerza sobre la tierra mojada. Flor no me había soltado hasta ese momento por lo que, sentí un fuerte tirón en la mano al caer.
— Tienes que levantarte Matías — me dijo con apuros — ¡vamos!
Me levanté usando toda la fuerza que quedaba en mis piernas. Al incorporarme me sacudió un fuerte dolor en el vientre y en el hombro izquierdo.
Los rayos aturdían demasiado y las bolas de granizo me golpeaban en la cabeza.
Me encontraba prácticamente cojeando, y vi que Flor hacía lo mismo. Estábamos acabados.
Arriba, el cielo cubierto por un manto de nubes negras salpicadas del color sangre parecía moverse con lentitud hacia la izquierda. Las nubes se desplazaban lentamente mientras la luz de los relámpagos las encendía en un tono fluorescente.,
Vi de pronto criaturas que salían de ellas, era como un oscuro portal que los dejaba libres y que, se cerraba una vez que todos escapaban. Los ángeles emprendieron vuelo en distintas direcciones, soltando bolas de fuego con sus arcos, castigando.
Después del sismo, había daños en toda estructura en pie. Salía agua subterránea a chorros, creando inundaciones lentamente. El mundo se estaba yendo al carajo.
Delante de mi veía a Edson correr mientras llevaba a Émile apoyado en su hombro. Seguramente tuvo un esguince cuando me salvó de morir aplastado.
No entendía a donde nos llevaba esta locura. Había perdido por completo la esperanza, esa que solía tener todos los días, moría lentamente.
La maldita sirena de la ciudad no dejaba de chillar a todo volumen, seguramente ya no quedaba nadie para apagarla; todos estaban muertos, todo estaba muriendo.
No veía ningún rastro de vida en metros, y posiblemente así sería en kilómetros. <<Ya no quiero esto, ya no, ya no.>> Pensé.
Los tanques del ejército estaban ahí, totalmente destruidos por los ángeles, no tuvieron oportunidad alguna. Me recordó a la escena en que Magneto aplastaba a los carros con solo levantar sus manos.
Sentí una inmensa luz que me inundaba la vista, y un hermoso aleteo que me cautivaba. Antes de caer derrotado lo vi acercarse, uno de ellos bajando hasta nosotros.
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Editado: 01.06.2020