Voces en mi Cabeza

Capítulo Uno: Voces en mi Cabeza

Mi cabeza no para de dar vueltas, la fiesta de anoche estuvo demasiado alocada, tomé tanto que todavía no puedo recordar cómo es que llegué a casa.

Me siento sobre mi suave cama y luego miro el reloj digital de mi mesa de noche, ya casi es medio día, y como todos los domingos, hoy comeremos carne asada.

Me pongo de pie y en ese instante vuelvo a sentarme, un mareo repentino acaba de hacerse presente, no debí, no debí beber tanto.

Después de unos segundos de permanecer inmóvil, me estiro hasta la mesa de noche y abro el cajón superior, meto mi mano dentro y saco una aspirina, espero que esto me haga sentir mejor.

Saco la pastilla del empaque y la meto en mi boca para luego tragarla, ya estoy listo para comenzar el día.

Me cambio la ropa de anoche, la cual, jamás me quité y me pongo una camiseta completamente azul y un pantalón de buzo negro. Luego, y después de haberme lavado los dientes, bajo las escaleras para encontrarme con la casa completamente vacía.

Me rasco la cabeza, ¿Acaso se fueron de viaje y yo no me enteré? Termino de bajar los últimos tres escalones que me faltan y camino hasta la cocina, no hay olor a absolutamente nada, pero lo qué si hay, es una nota sobre la mesada:

“Estamos comiendo con los Johnson, en la heladera hay unos sándwiches, te amamos”

Lanzo un gruñido, se fueron a comer a la gran estancia de los Johnson y no me llevaron, con la comida rica que hacen ahí, eso es porque me odian, yo lo sé.

Me froto los hombros levemente, por alguna razón, hace mucho más frío que de costumbre, por lo que camino hasta el living y enciendo la chimenea

Con la tranquilidad de que no moriré congelado corro por las escaleras hasta llegar a mi cuarto y luego tomo mi teléfono, lo desbloqueo con mi hermoso dedo y entro a mensajes.

-Spencer, soy Lucas, estoy solo en casa, mi familia me abandonó, me cocinas y vemos unas pelis? Te quiero, tu hermano del alma.

-Sabíamos que algún día pasaría, estoy en camino...

-Por eso te quiero J

-Si… Si.

Los minutos pasaron y después de comer una rica pasta que Spencer cocinó, miramos una película de terror, porque como es mi casa, se ve el género que yo quiero.

—No lo entiendo… —Escucho a Spencer hablar.

—¿Qué?

—Que te guste tanto está película —Protesta acomodando su lacio y negro cabello.

—Marcó toda una generación —Explico.

—Sí, la del 2010, han pasado quince años, supéralo —Insiste golpeando mi brazo.

—No es mi culpa que no seas culta —Rio.

—Bue…

El silencio invade la habitación por unos segundos.

—¿Por qué no jugamos uno de tus famosos juegos de mesa? —Sugiere rompiendo el silencio.

—¿Qué? ¿Tenemos nueve años? —Bufo.

—Vamos, ¿No me digas que Monopoly te aburrió?

—Si —Miento.

—Lucas —Ella vuelve a protestar.

—Está en alguna parte del sótano, hay miles de cajas ahí.

—Oh, ya veo, tienes miedo —Me ataca con una media sonrisa.

—Estás loca —Contrataco.

—Okey, entonces ve y busca el juego —Me reta abriendo sus ojos.

Me pongo de pie, firme, sacando pecho, demostrando mi valentía, Spencer eleva sus manos en forma de celebración y luego, camina detrás de mi hasta llegar a la puerta que lleva al sótano.

Jamás me gustó ese lugar, cuando era más pequeño, siempre sentí que algo me vigilaba ahí abajo, y en la actualidad, después de estar más de cinco años en esta casa, sigue dándome una extraña sensación.

Spencer posa sus manos en mis hombros y me empuja hacia adelante para que ponga un pie sobre ese viejo escalón, lo cual hago al instante.

Miro levemente hacia atrás e presiono el interruptor para encender la luz, pero simplemente, no se enciende, por dios, ¿Por qué papá no cambió la bombilla?

Lanzo un gruñido y agitando mi teléfono para que la linterna se encienda, poso mi otro pie en el escalón.

Continúo bajando lentamente, alumbrando cada escalón que piso, los cuales, rechinan al tener mi peso sobre ellos, llego al sótano, al polvoriento piso de lo que algunos llaman subsuelo.

Camino evitando chocar con las cajas a mi alrededor, sigo mi paso por entre las góndolas que papá acumulo aquí abajo hasta llegar al escritorio donde están los juegos de mesa y mis viejos juguetes.

Sonrío levemente y me acerco a ellos, les quito el polvo con mis manos y levanto los demás juegos hasta ver el Monopoly, lo tomo con ambas manos, doy media vuelta y en ese momento, tropiezo, cayendo al suelo con fuerza, soltando el juego y mi teléfono.




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