Voces en mi Cabeza

Capítulo Cinco: La Clave

Salí de la comisaría perplejo, no sé qué es peor; estar muerto o terminar en un manicomio por un crimen que no cometiste.

Pero viendo mi situación, me alegra que esté en aquel lugar.

Son las siete de la tarde y como es invierno, ya oscureció, aunque, pensándolo bien, el manicomio está a pocas cuadras, y necesito ver a ese chico, necesito respuestas.

Saco mi celular del bolsillo derecho y le envío un mensaje a mamá, estoy llegando tarde a cenar, por lo que escribo que estoy bien y que no me esperen, que comeré en casa de Spencer, puede ser que mienta, pero así no harán preguntas cuando regrese.

Comienzo a caminar, esta parte de la ciudad es muy poco transitada, y mucho menos cuando oscurece, quizás, no debería estar aquí ahora.

Sigo caminando hasta ver el gran edificio escalofriante, aislado con una gran cerca al borde de la vereda, el edificio que por fuera está completamente despintado, con grietas y ventanas abarrotadas me causa una sensación que no puedo explicar, es una mezcla de angustia con miedo y enojo.

Creo que, en parte, ese "enojo" que siento, es por el hecho de que este lugar se reconstruyó por completo en el 2016 a causa de un incendio que se cobró la vida de muchos pacientes y ver en el estado en que esta, me genera mucho desprecio.

Presiono el timbre que está pegado a uno de los grandes barrotes oxidados de la reja y me quedo en silencio, esperando una respuesta, solo que, eso no sucede.

Lanzo un gruñido, pienso que no hay nadie, pero me parece imposible, quizás ya no hay personal a esta hora, y solo están los guardias, de todas maneras, me doy la vuelta para volver a casa.

Vuelvo a sacar mi teléfono, pediré un taxi, no tengo muchas ganas de caminar. Marco con rapidez el numeró y pongo el dispositivo en mi oído, pero en el momento en que lo hago, un chillido se escucha detrás de mí.

Giro mi cabeza con lentitud, un escalofrío recorre mi cuerpo al ver la puerta abierta, y, por alguna razón, entro en el lugar a los segundos siguientes, como si no pudiera controlar mi cuerpo, llego hasta la puerta de entrada.

Me encuentro con otro timbre, el cual presiono y, a diferencia de la anterior ves, se escucha un sonido magnético y el seguro de la puerta frente a mí se abre.

Respiro profundo y empujo la puerta, al cruzar el umbral de la misma, una ola helada golpea mi rostro, aquí hace como diez grados menos que afuera, lo que lo hace, por supuesto, más tenebroso.

Camino a paso firme hasta el mostrador, donde una mujer de unos cuarenta vestida completamente de blanco y con un sombrero del mismo color, me espera.

—Disculpe...

—¿Qué quieres? —Me pregunta la mujer de manera fría, sin siquiera mirarme.

—Quería saber si...—Pero me quedo callado, estoy sorprendido por lo que la mujer está haciendo.

Como si no estuviera aquí, ella comienza a pintarse las uñas de un color violeta intenso, que le queda horrible si puedo decir.

—Habla niño... —Me ordena de manera brusca, mascando demasiado fuerte el chicle en su boca, del cual, no me había percatado.

—Justin Mitchell... ¿Está aquí? —Pronuncio con firmeza.

—No... Acaba de salir... —Mis ojos se abren completamente, no puedo creer que tenga tanta mala suerte. —Quería que le comprara un helado y yo le dije "Ve tú mismo imbécil" —Agrega con una sonrisa, es entonces, que me doy cuenta que me está tomando el pelo.

Respiro profundo, si la trato mal no me dejará verlo. Exhalo el aire en mis pulmones y sonrío falsamente.

—¿Puedo verlo? —Cuestiono de manera inocente, tratando de dar la mayor pena posible.

La mujer me mira unos segundos, deja de masticar y de pintarse las uñas, dirige su vista a mis ojos, como si me estuviera estudiando, me siento incómodo, pero no digo nada, quizás así, me deje pasar.

La mujer se reclina en la silla y por fin deja de mirarme.

—¿Eres familiar? —Me pregunta.

Me quedo en blanco, ¿Por qué no pensé en eso? Lo he visto en miles de películas, solo dejan pasar a los familiares.

—Yo...

—¿Primo? —Una voz me interrumpe, la mujer y yo, miramos en esa dirección. —¿Eres tú? —Añade, es hombre de unos treinta años, vestido como paciente, él tiene los ojos puestos en mí.

—Justin, ¿Qué te he dicho sobre venir aquí? —Y en ese instante, me doy cuenta, es el, él es niño de la historia, no lo puedo creer.

—Tranquila mujer, que es hora de la cena, no me he escapado —Dice con tranquilidad, incluso, confiado.

—¿Asique lo conoces? —Pregunta la mujer arqueando una ceja.

—Pues claro, es mi primo, mi padre me lo ha mostrado en fotografías, nunca pensé verte por aquí eh amigo —Responde golpeando mi brazo amistosamente.

Que. Alguien. Me. Saque. De. Aquí.

—Me temo que tendrán que esperar —Comenta ella. —Las horas de visitas terminaron hace tres horas —Agrega mirando el reloj de la computadora frente a ella.

—Elsa, vamos... —Pide el, apoyándose sobre el mostrador.

—Sabes que no puedo... —Se niega con una mueca de disgusto.




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