Voces en mi Cabeza

Capítulo Seis: Nada es lo que Parece

Son las diez y ya estoy en casa, mamá y papá están viendo una película en Netflix, por lo que ni siquiera se molestaron en preguntarme como me fue en casa de Spencer. Me inventé una gran noche por si preguntaban, tenía que hacer que esta mentira fuera la más creíble del mundo.

Después de todo, nadie puedo negar que estaba en casa de Spencer, en el Hospital me registré como "Lucas Mitchell", a la comisaría fui antes de cenar, tengo todo calculado, mi único problema es si mis padres hablan con Spencer sobre "nuestra noche", de eso me encargaré mañana.

Subo las escaleras lo más rápido que puedo hasta llegar a mi cuarto, despego el cuaderno de debajo del ultimo cajón de la ropa y me recuesto en la cama a revisar las páginas.

Paso las dos historias que leí y por primera vez me doy cuenta la diferencia, las hojas de la historia de Justin están demasiado desgastadas, mucho menos que las de Tomás.

Levanto el libro con mis manos y lo sacudo un poco, dejando caer tres hojas completamente degradadas, de un color amarillo y tan sucias que me es difícil ver la letra.

Trago saliva lentamente y dejo a un lado el cuaderno, dispuesto a leer la enfermiza historia:

Nada es lo que Parece

Estaba triste, y la mejor idea que tuve fue escuchar música aún más triste. Si, estaba escuchando Back for Good de Take That, era triste y era uno de los éxitos del año.

Para rematar todo esto, me encontraba solo en casa, y para mi desgracia, no iban a aparecer dos ladrones en mi puerta para vivir una serie de eventos graciosos.

Mi vida era demasiado normal para eso.

O eso creía.

Las horas habían pasado, mamá, papa y Nancy no llegarían hasta después de las doce y me moría de hambre, por lo que dejé mi Walkman la mesa de la sala de estar y caminé hacia la cocina.

Odiaba quedarme solo, aunque tenía sus ventajas, como un joven de diecisiete años podía cocinarme lo que quisiera al estar solo, ver lo que se me diera la gana y hacer fiestas sin que mis padres se dieran cuenta.

Pero yo no era mucho de fiestas.

Fue entonces, que mientras sacaba los sándwiches de queso de la plancha, el timbre sonó sorprendentemente. Apagué el fuego y me dirigí hasta la puerta. yo no era de preguntar quién llamaba ni de mirar antes de abrir, por lo que, al llegar, atendí la puerta con suma confianza.

Y ese fue el peor error de mi vida.

Al abrir me encontré con un niño: estaba pálido, su pelo era de color negro y llevaba puesto un chaleco marrón con un pantalón del mismo color.

Pero eso no fue lo que me hizo estremecer, en su mirada, había cierta maldad, y sus ojos eran completamente negros.

—¿Me deja utilizar su teléfono? —Me preguntó, al escuchar su aguda voz, un escalofrío recorrió mi cuerpo, me sentía amenazado, débil, ante un niño de no más de seis años.

—Yo, no...

—Solo será un minuto —Insistió, interrumpiéndome.

Lancé un suspiro y terminé de abrir la puerta, permitiéndole entrar.

Después de que el siniestro niño utilizara el teléfono de pared de la casa, se sentó en mi mesa, en mi lugar, a comer la comida que yo preparé        

Después de que el siniestro niño utilizara el teléfono de pared de la casa, se sentó en mi mesa, en mi lugar, a comer la comida que yo preparé.

Está hambriento, me dije a mi mismo, cuando se vaya te preparas otro plato.

—Y... ¿Cómo te llamas amiguito? —Pregunté al ver que el extraño niño comía sin dejar de mirar al fondo de la habitación, en la cual, no había nada.

—Yo me llamo Marcos... —Añadí, intentando que diga alguna palabra, algo que me dé una pista de que hace aquí. —¿Tus padres vendrán pronto? —Hice otra pregunta, enserio me sentía incómodo con su presencia.

Pero él seguía sin responder, y por cada minuto que pasaba, más raro me sentía, tenía miedo, de hecho, estaba aterrado, como si hubiera algo muy malo con ese niño.

Los minutos siguieron, el niño había terminado de comer y seguía sentado en la misma posición en aquella silla de la esquina, no hacía un solo movimiento, parecía un muñeco.

Uno muy siniestro.

Fue entonces, que cuando el reloj marcó las once de la noche, tomé cartas en el asunto. Sin consultárselo, sin siquiera pensar en otra cosa que en formas de sacar al maldito niño de la casa, caminé hasta el teléfono de pared, marqué el 911 y lo puse en mi oído.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.