Voces en mi Cabeza

Capítulo Siete: Realidad

Un extraño sonido me despierta, abro mis ojos al instante, lanzando un gruñido y mirando el reloj holográfico de mi mesa de noche; son casi las tres y media de la mañana, mierda.

Bufo cansado, no he dormido muy bien estos días, bueno, no desde que ese libro apareció, y mañana tengo que ir a la escuela, no puedo seguir durmiendo en clase, no puedo reprobar.

Me reacomodo de costado sobre mi cama y doy vuelta la almohada para sentir el lado fresco de esta, pues, por alguna razón, está haciendo calor aquí adentro.

Vuelvo a cerrar los ojos, y en ese instante, ese sonido, el que me despertó, hace presencia. Trago saliva, sintiendo un escalofrío que logra estremecerme. El sonido se hace cada vez más intenso, y no pasan diez segundos hasta que me doy cuenta.

No es un sonido, es una risa.

Una tenebrosa risa.

Presiono mis párpados, tratando de distraerme. Es solo mi imaginación, solo eso.

—Oh Lucas, sabes que no es tu imaginación —Una voz susurrante entra a través de mis oídos, mi piel se eriza y no tengo más remedio que sentarme sobre la cama y mirar a mi alrededor.

A primera vista no hay nada, pero al volver a registrar, me percato de una sombra moviéndose en una esquina de mi habitación.

Contengo las ganas de gritar y me apresuro a encender la luz de la noche. El foco ilumina el cuarto por completo, revelando una montaña de ropa sucia sobre una maldita silla.

Me le quedo viendo durante un par de segundos, sin pestañar, sin moverme, solo mirando, asegurándome de que en realidad es lo que mis ojos están reproduciendo.

Lanzo una pequeña carcajada irónica, por Dios, como es que siquiera lo pensé.

Creo que debería volver a tomar mis medicinas, parece ser la solución más rápida a estás alucinaciones, bueno, al menos hasta que acabe con toda esta mierda del cuaderno.

Apago la luz y vuelvo a acomodarme en la cama, esta vez, sin sentir ese frío que recorría mi cuerpo antes.

Pero la risa aparece por enésima vez, y al abrir los ojos, un rostro completamente ensangrentado se reproduce frente a mí.

Grito con todas mis fuerzas y me retrocedo, cayendo al suelo de forma torpe y chocando mi cabeza contra la mesa de luz.

—La hora se aproxima pequeño —Esa cosa, de la que solo puedo distinguir bien sus ojos amarillos y su sonrisa siniestra, comienza a rodear la cama.

Lanzo otro grito y continúo arrastrándome hasta toparme contra la pared de la habitación. Miro en todas las direcciones al mismo tiempo que esa cosa se acerca, veo el cuaderno, ese infernal cuaderno y lo tomo con ambas manos.

La cosa está a pocos metros de mí, y en un inútil intento de defenderme, le arrojo el cuaderno con todas mis fuerzas.

El objeto lo atraviesa, como si fuera un maldito fantasma. Cubro mi rostro al sentir su aliento con aroma a cadáver entrar por mis fosas nasales.

Grito otra vez, aún más fuerte y entonces, me toma del brazo.

Comienzo a retorcerme para zafarme, pero su agarre es demasiado fuerte, y cuando me toma el otro brazo, levanto la mirada.

—¿Hijo? ¿Estás bien? —Mi madre está parada frente a mí, y detrás suya está papá, mirándome preocupado.

La luz del techo es encendida y por un instante me ciega, las lágrimas comienzan a brotar a través de mis ojos, me aferro a mi madre por unos minutos.

—Tranquilo... —Ella acaricia mi cabello. —Ya pasó, y pasó...

Los rayos de luz solar me despiertan        

Los rayos de luz solar me despiertan. No sé cómo es que volví a consolidar el sueño, y tampoco recuerdo cómo es que llegué al sofá del living. Estoy solo, bueno, eso creo, es día de semana y mamá y papá trabajan hasta las cinco de la tarde. El problema es que de la cocina proviene el sonido de una licuadora, y aunque podría ser esa maldita cosa preparándose una malteada de sangre con ojos y corazones de personas inocentes, lo veo poco probable.

Quito la manta que cubre mi cuerpo y camino lentamente hacia la cocina, encontrándome a mamá preparando el desayuno, frunzo el ceño, ella jamás prepara el desayuno, y cuando dijo jamás, me refiero a NUNCA.

—¿Hola...? —Saludo con un tono que demuestra la confusión que hay en mi cabeza, al mismo tiempo, me sirvo un vaso de jugo.

—Hola cielo —Me saluda ella con una media sonrisa. —O no... No vas a tomar esa porquería hoy, preparé un gran desayuno —Añade quitándome la bebida antes de que pueda siquiera darle un sorbo.

—En primer lugar, no es "porquería", aporta el cien por ciento de vitamina C que mi cuerpo necesita cada día, y segundo, ¡Es el maldito jugo de naranja de el Basquetbolista nato Charles Griffin! "¡Calidad y energía aseguradas!" —Exclamo citando la frase que aparece al final del comercial.

—Ajam... ¿Y si ese tal Griffin mañana comienza a vender su orina vas a comprarla?




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