Voces en mi Cabeza

Capítulo Once: La Sombra

Dejo las páginas a un lado, las náuseas aparecen de inmediato y no tengo otra opción que correr al baño de la planta baja, caigo sobre el inodoro, pero nada sucede, siento el reflujo recorriendo mis entrañas, pero no vómito, solo toso como si estuviera a punto de morir.

Escucho el sonido del timbre a lo lejos, me pongo de pie, apoyándome en el contorno del retrete y luego enciendo el grifo, remojo mi rostro y lo seco con rapidez.

Salgo del baño, respirando de forma honda para recuperar el control que acabo de perder y camino hasta la puerta principal, antes de abrir, miro a través de la cerradura quién está del otro lado.

Suspiro al mismo tiempo que dejo pasar a Spencer.

—¿Qué diablos Lucas? —Ella da unos cuantos pasos hacia mí con su teléfono en la mano. —“Una extraña chica me está vigilando, debo irme” ¡¿Es Enserio?! —Exclama al leer el mensaje de texto que le envié.

Muy bien, quizás no fui lo suficientemente claro y tranquilizador como imaginaba.

—Lo siento, ¿Si? Estaba aterrado y lo primero que se me ocurrió fue huir, después de todo, estabas con Tristan, nada iba a sucederte.

—¡Imagínate lo preocupada que estaba! ¿Por qué diablos no respondes el teléfono?

Frunzo el ceño y deslizo mi mano dentro de mi bolsillo para después tomar el pequeño aparato, al cual, lo tengo en modo “No molestar”. Mierda, ¿Cuándo hice eso?

—¿Tienes pensado responder hijo de tu puta madre? —Añade eufórica, y no puedo evitar lanzar una carcajada.

Ella se queda estática un par de segundos y después sonríe.

—Imbécil —Pronuncia golpeando mi pecho.

—Auch —Escupo frotando mi brazo. —Oye, ¿Y qué sucedió con Tristan? —Pregunto segundos después.

—Le dije que me sentía mal, estaba demasiado borracho para traerme hasta aquí, asique tomé un Uber del que por cierto, me debes siete dólares.

—¿Disculpa? —Abro los ojos.

—¡Tuve que venir hasta aquí! ¡Creí que encontraría tu cuerpo sin vida y completamente destruido, con las tripas afuera y todo eso…!

—Que gráfica —Digo actuando de forma seria.

Spencer no responde, solo me muestra una falsa sonrisa y mira por encima de mi hombro, su ceño se frunce y la expresión que ahora tiene es de una persona completamente molesta.

—¿Qué…? ¿Qué es eso? —Pasa junto a mí, chocando contra mi cuerpo bruscamente.

Me doy vuelta, solo para ver como toma el libro con sus manos.

—¿Sigues con esto? —Cuestiona con un tono desilusionado. —Acordamos que nos olvidaríamos de este asunto por un día —Agrega recordándome la charla que tuvimos durante la cena.

—Lo sé, lo sé —Reprocho. —Solo que… No lo entiendes, es como si algo me obligara a seguir leyendo, no puedo evitarlo…

—Exactamente como dijo Crystal —Musita.

—¿Qué…? —Arqueo una ceja.

—En el video, Crystal dijo que “algo” la obligaba a ver el cuaderno aun cuando ella no quería. Que lo que sea que es esa cosa, se hace más fuerte con el paso del tiempo —Me explica, ocasionando un escalofrío que recorre por completo mi cuerpo.

—Joder, gracias por levantar mi ánimo.

—¿Y qué descubriste? —Me pregunta.

—¿Eh?

—¿Qué dice la historia?

—Oh… Nada relevante en realidad, aunque… Hay algo extraño aquí —Me acerco, tomando las páginas más nuevas del cuaderno con el texto escrito de forma extraña. —¿Ves? —Señalo los párrafos. —Busqué en internet, ese idioma es inexistente.

—Mierda.

—¿Qué? ¿Qué? —Doy un pequeño salto.

—Mierda —Ella saca su teléfono. —Es un mensaje de Tristan. Quiere saber cómo estoy.

—Pues dile que bien —Ruedo los ojos.

—No lo entiendes… Ese “Estas bien”, significa envíame una foto de dónde estás.

—Tienes que estar bromeando.

—No, te dije que era un toxico de mierda, ni siquiera Chernóbil tenía tanta toxicidad.

—¿Entonces por qué sigues con él?

—Uff porque coge como los dioses.

—Muy bien… —Toso. —Creo que fue demasiado información. —Toso de nuevo, incomodo. —Solo envíale una foto vieja de tu galería.

—Carajo, ¡Está video-llamándome!

—No resp… —No termino de hablar que ella hace exactamente lo que no quería que hiciese.

—Amor —Saluda de forma falsa.

—¿Spence? Esa no es tu casa —Comenta moviendo su cabeza en diferentes detenciones como si sirviera de algo.

—Eh, no. Estoy en casa de Lucas, está deprimido porque una chica lo dejó —Miente.

—¡Hola! —Saludo levantando la mano con la que sostengo las páginas.




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