29 de octubre 2019
Hola señor diario. Hace varios meses que no escribo, y créeme, todo tiene su justificación.
Lo acepto. No pude evitarlo, Charlie tiene razón. Soy muy débil. Fácilmente pudo tomar el control de mi ser y escribir todo eso. Aunque no digo que esté equivocado, todo lo contrario, tiene toda la razón. Ya es hora de actuar.
Ese día, antes de salir, me repetí una y mil veces, “No lo hagas, ellos pueden cambiar contigo, solo háblalo y todo se resolverá”. Pero en el fondo sé que ellos mismo me empujaron hacia este abismo, un pozo oscuro y sin fondo del que ya no puedo salir, aunque quiera.
El 13 de febrero, llegue pronto al colegio y en la entrada estaban esos malditos desgraciados esperándome. Recuerdo perfectamente lo que hicieron. Me abrazaron por el cuello, despeinaron y dieron varios golpes en el abdomen, gritando “La nenita de mamá”. Como era costumbre, nadie hizo nada, muchos rieron con ellos como si hubiesen contado el mejor chiste del año, y otros solo seguían de largo, evitando el espectáculo.
Me levante como pude, y me trague toda mi ira, ya ese sería el último día en que me traten como basura, de ahora en adelante ellos quedaran reducidos a cenizas. Me escabullí al baño hasta mitad de la primera hora de clase, esperando a que no hubiese nadie por los alrededores. Me dirigía al despacho del conserje y robe las llaves de todos los salones.
Subí al cuarto piso donde estaba mi salón de clases, me planté en el umbral de la puerta con mi mochila en mi pecho abierta, y una sonrisa enfermiza mostrando alegremente un bidón de gasolina. Estaban tan estupefactos por mi repentina llegada, que no alcanzaron a reaccionar a tiempo.
Regué todo el contenido del balde, encendí una cerilla y los encerré. Me fui caminando tranquilamente como si nada hubiese pasado, esperando en el pasillo mirando directo a la puerta a ver qué pasaba. Aun puedo recordar la sinfonía irresistible de sus gritos en agonía, fue verdaderamente hermoso.
Varias cosas pasaron, la profesora histérica por huir de las llamas, salto por la ventana y al parecer no volverá a caminar. Los bomberos salvaron a uno cuantos, pero creo que ya no volverán a molestarme nunca más. Me respetaran… desde el más allá.
Desde ese día ha pasado un buen tiempo, no he vuelto al colegio, pero tampoco a casa. Estoy en un lugar relativamente mejor. Acá por lo menos me creen, o eso dicen ellos. Aquí hay ciertas ventajas, no me maltratan, no me gritan, me alimentan todos los dias, aunque todo es muy frio y blanco, y me dan pastillas que me hacen estar tranquilo y me duermen.
Voy a ser sincero, muchas veces he pensado miles de formas de matar a una enfermera para salir de aquí, pero sé que debo controlarme, algún día me sacaran de aquí, eso lo sé.
Si alguien lee esto, quiero que sepa que me arrepiento mucho de lo que hice, lo juro…
Pfff, ¿a quién quiero engañar?