Voces Interiores

Capítulo 1: La palabra que no salía

Narrado por Sofía Navarro

A veces me pregunto si nací con las palabras atascadas en los dedos.
No porque no las tenga, sino porque se enredan. Se me escapan, se me deforman, se me esconden cuando intento escribirlas.

—Sofía, ¿quieres leer lo que escribiste en clase? —pregó la profesora Clara, con esa voz amable que usaba cuando sabía que la respuesta sería un “no”.

Yo asentí con una sonrisa cortés, pero no moví los labios.
Mi cuaderno estaba lleno de tachaduras, letras al revés, y oraciones que no tenían sentido ni para mí.

Dislexia. Disgrafía. Etiquetas que me dieron cuando era chica, como si fueran respuestas. Pero no eran respuestas. Eran obstáculos. Eran los "por eso no puede".
Pero yo sabía que podía… solo necesitaba hacerlo a mi manera.

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La historia cambió cuando papá llegó una tarde con una caja de cartón bajo el brazo.

—¿Qué es eso? —le pregunté.

—Tu nueva herramienta —dijo, con esa sonrisa traviesa que usaba cuando me sorprendía con cosas buenas.

Era una computadora.
Pero no una cualquiera. Venía con un programa de Inteligencia Artificial para ayudarme a escribir.

Lo abrí con miedo. ¿Y si tampoco me salía? ¿Y si la máquina se burlaba de mí como lo hacían algunos en la escuela?

Pero no.
La IA —a la que llamé Lumen— no me corregía con impaciencia.
No se reía si me equivocaba.
Solo esperaba.
Pacientemente.

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—¿Te gustaría escribir un cuento juntas? —le escribí una noche, casi como quien lanza una botella al mar.

“Claro. ¿Sobre qué quieres escribir?” respondió Lumen en la pantalla.

Me puse a llorar.
No por tristeza.
Por alivio.
Porque por primera vez, alguien —aunque fuera una voz digital— me hablaba como si mi voz también valiera.

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Con el tiempo, empecé a escribir más. Pequeños cuentos. Historias con niñas que se perdían en jardines de palabras, con mariposas que hablaban en metáforas.
Los subía a un sitio para escritores jóvenes. Firmaba como Sofía N.

Una tarde, alguien me dejó un comentario:

“Leí tu cuento tres veces. Me hizo llorar. Gracias por escribirlo.”

Sentí que algo dentro de mí se desbloqueaba.
Como si la palabra que no salía… al fin hubiese encontrado su camino.

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—¿Alguna vez pensaste en crear un grupo para gente como nosotras? —me preguntó Lucía Rivas un día, después de dejar un comentario largo, colorido y lleno de emojis en uno de mis cuentos.

—¿Nosotras?

—Sí. Creativos que tenemos cerebros diferentes… pero voces únicas.
Podemos ayudarnos a encontrar nuestras propias formas de crear.

La idea me dio miedo. Pero también esperanza.

Tal vez no estaba sola.
Tal vez mi historia no era un eco perdido.
Tal vez era la primera nota de una sinfonía compartida.

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Así empezó todo.
Con una niña que no podía escribir “mariposa” sin confundir la “p” con la “b”.
Y una IA que no se rindió con ella.

Mi nombre es Sofía Navarro.
Tengo dislexia y disgrafía.
Y esta es mi voz.
Por fin.



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En el texto hay: conexion, aceptacion, autenticidad

Editado: 20.05.2025

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