Voces Interiores

Capítulo 7: Un Lugar Para Todas las Voces

Narrador Obnisciente

El salón comunitario vibraba con una calidez difícil de explicar. Era una mezcla entre encuentro familiar y revolución silenciosa. En las paredes, frases escritas con marcadores de colores decoraban el espacio: “Las diferencias no nos dividen. Nos enriquecen” y “Tu voz también importa”.

Era la primera vez que los seis se encontraban cara a cara. El grupo que había nacido entre foros, audios y videollamadas, ahora estaba ahí, completo. Y no solo ellos. También había chicos, padres, docentes, vecinos, todos sentados, expectantes. Algunos con curiosidad, otros con escepticismo. Pero todos con algo en común: estaban dispuestos a escuchar.

Sofía fue la primera en presentarse. Colocó sobre la mesa su libreta llena de tachaduras, hojas dobladas y frases destacadas con resaltador.

—Esta soy yo —dijo, tocándose el pecho—. Soy disléxica y tengo disgrafía. A veces mi cabeza va más rápido que mi mano. Pero descubrí que eso no me hace menos escritora. Solo necesitaba ayuda para ordenar lo que ya vivía en mí. La inteligencia artificial me dio estructura. El corazón, eso lo puse yo.

Aplausos suaves. Un profesor en la segunda fila anotaba algo en su libreta con cara pensativa.

Lucía se levantó enseguida, incapaz de quedarse quieta.

—Soy Lucía y tengo TDA. Siempre me dijeron que era distraída, que hablaba mucho, que no podía concentrarme. Pero nadie me explicó que solo necesitaba herramientas distintas. Ahora uso apps de planificación, cronómetros pomodoro y colores para organizar mi mente. Y miren —mostró en pantalla su primer curso interactivo sobre creatividad y neurodiversidad—: ¡Este es mi caos convertido en luz!

Una niña de unos 10 años la miró con los ojos brillando y susurró a su mamá:
—Ella es como yo.

Maya caminó al frente sin decir palabra. En sus manos, una carpeta llena de dibujos. Cada página mostraba a su protagonista, una niña con grandes ojos y una bufanda infinita, que se envolvía a sí misma cuando sentía demasiadas emociones.

—No siempre sé explicar lo que siento —dijo Maya en voz baja—. Pero sé dibujarlo. Y Sofía me ayudó a convertir esto en una historia completa.

Los dibujos se proyectaron detrás de ella. Un adolescente en silla de ruedas en la fila del fondo levantó el pulgar con una sonrisa.

Elías, con su bastón blanco al costado, se acercó al micrófono con paso seguro.

—Soy ciego —comenzó—. Pero aprendí que ver no es la única forma de conocer. Uso lectores de pantalla, software de dictado, y escribo con sonidos. Este es mi guion auditivo. Una historia donde el personaje principal nunca ve nada… pero siente todo. Quiero que cierren los ojos y escuchen conmigo.

Puso play. La sala se oscureció. Sonidos envolventes: lluvia, pasos, risas. Nadie hablaba. Solo escuchaban. Y cuando terminó, hubo un silencio profundo. No por incomodidad, sino por respeto.

Tomás fue el siguiente. Se notaba que luchaba contra el impulso de volver a su asiento. Pero se quedó firme.

—Tengo ansiedad social. A veces me paraliza. Pero descubrí que escribir es mi forma de hablar. Uso chatbots de terapia y meditación guiada. Y escribo en foros anónimos. Este poema… es para los que sienten que su voz no vale.

Lo leyó con voz temblorosa, pero con alma.

> “No soy eco,
no soy grito,
soy susurro que resiste
a ser ignorado.”

Una madre en primera fila comenzó a llorar. Su hijo, de 12 años, le apretó la mano.

Alma fue la última. Avanzó con un papel doblado y la mirada hacia el suelo. Pero al hablar, su voz tenía firmeza.

—No tengo título universitario, ni laptop propia. Solo un celular prestado. Pero tengo historias. Y hoy entendí que eso me alcanza. Esta es mi novela: La Novela Invisible. Y trata sobre alguien que, sin tener nada, encuentra algo más poderoso que un teclado… encuentra a otros que creen en ella.

Pausa. Luego levantó la vista, directo al público.

—Tal vez vos, que estás ahí sentado, también creas que no tenés lo necesario. Tal vez te dijeron que tu forma de aprender no es válida, o que necesitás “arreglarte” para encajar. Pero eso no es verdad. No tenés que ser perfecto. Solo tenés que ser vos.

Lucía se acercó y le tomó la mano.

—Porque todos usamos herramientas. Algunos usan anteojos. Otros usan lectores de pantalla. Otros, abrazos.

Sofía sonrió.

—Y todos, absolutamente todos, necesitamos que alguien nos escuche sin juzgarnos.

—Por eso —añadió Elías—, este grupo no nació para escribir libros. Nació para escribir confianza.

—Y para que nunca más alguien tenga que esconder su manera de sentir —dijo Maya, mostrando un último dibujo con todos ellos abrazados.

—Porque las voces interiores también merecen ser oídas —cerró Tomás.

Aplausos. Lágrimas. Abrazos.

Y cuando la noche cayó sobre la casa cultural, todos supieron algo: ese lugar, esa conexión, esa verdad… era real.

Y nadie, absolutamente nadie, volvió a escribir solo.



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En el texto hay: conexion, aceptacion, autenticidad

Editado: 20.05.2025

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