voces que no se oyen

Capítulo 9: Pregunta no formulada

La tarde caía sobre el pueblo, y el aire parecía estar lleno de promesas no dichas. Ezra estaba en su escritorio, revisando unos papeles que ni siquiera le importaban, cuando la puerta de la comisaría se abrió con un pequeño tintineo.

Torres miró hacia la entrada y alzó una ceja, pero antes de que pudiera decir algo, la vio.

Alina.

Sin una palabra, con su delantal blanco y esa expresión seria que siempre parecía estar escondiendo algo más. Pero hoy… hoy algo en su mirada era distinto.

Ezra no sabía qué pensar, pero su pecho se tensó, como si de alguna forma supiera que esta vez no venía solo a dejarle un postre.

Alina cruzó la sala con paso firme, como siempre, y se detuvo frente a su escritorio. No hizo ningún gesto brusco. Solo lo observó en silencio, con la mirada tranquila, y luego… levantó una mano.

Con un dedo, señaló la caja que aún estaba en su escritorio.

Ezra la miró. No entendía.

Alina la señaló de nuevo. Pero ahora su mirada se desvió, como si viera más allá de él. Y entonces, con una calma que hizo que el mundo alrededor se redujera a ellos dos, escribió en su pizarra:

“¿Te gustaron las galletas?”

Ezra tragó saliva, desconcertado. Era una pregunta simple, pero la forma en que la hizo, tan directa, sin reservas… lo descolocó. Como si, por un segundo, fuera incapaz de formular una respuesta.

Por fin, tras un largo silencio que le dolió en la garganta, Ezra levantó los ojos hacia ella.

—¿Por qué te molestas? —preguntó, sin pensarlo. El tono, aunque rudo, llevaba algo más: una incertidumbre. Un toque de vulnerabilidad que ni él entendía.

Alina no contestó de inmediato. Simplemente lo observó, como si esperara que él entendiera por sí mismo. Y luego, con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus palabras, escribió:

“Porque no todo es solo lo que ves.”

Ezra no pudo evitarlo. Su pulso aceleró. Y aunque no lo quería admitir, esa frase… le dolió más de lo que pensaba. Algo en su estómago se retorció.

No sabía qué hacer con la confusión que ella acababa de sembrar. No sabía cómo reaccionar. Y, sin embargo, no pudo apartar la mirada.

Alina dio un paso atrás, aún sin decir palabra alguna. Miró hacia la puerta, y antes de marcharse, le lanzó una mirada fija. Una mirada que parecía decirle más que mil palabras.

Era como si, de algún modo, le hubiera ofrecido una pista. Una invitación a entender más allá de lo evidente. Y él, sin quererlo, estaba comenzando a escucharla.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Ezra quedó inmóvil. Solo el sonido de su respiración rota llenó el espacio vacío.

Esa noche, al igual que la anterior, la caja estaba allí.

Y ahora, cuando la miró, ya no pensaba en galletas rotas ni en lo que le decía su orgullo. Pensaba en algo más profundo. En algo que no podía decirse en palabras.

Un algo que lo estaba llevando por un camino que no deseaba recorrer, pero que sentía inevitable.




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