voces que no se oyen

Capítulo 10: Excusa envenenada

El día comenzó como cualquier otro, pero Ezra no podía sacudirse la sensación extraña que llevaba arrastrando desde la última vez que vio a Alina. Su mente, por mucho que lo intentara, no dejaba de regresar a sus palabras, a su mirada. Y, por encima de todo, a ese silencio que pesaba más que mil explicaciones.

Era mediodía cuando encontró su excusa.

“Inspección de seguridad” —se dijo. “No hay nada malo en eso.”

Lo repetía una y otra vez mientras se ajustaba la chaqueta, observando la comisaría como si estuviera a punto de enfrentarse a una misión peligrosa.

Torres lo miró con curiosidad mientras él se dirigía hacia la puerta.

—¿Jefe? ¿Dónde va?

Ezra se detuvo, como si le costara creer que alguien le hubiera preguntado. Era obvio a dónde iba.

—A revisar la nueva pastelería —dijo con tono firme. Sin pestañear, agregó—: Protocolo de seguridad. Necesito asegurarme de que no hay riesgos de incendio o cualquier otra cosa.

Torres lo miró, un tanto desconcertado, pero no dijo nada. Era difícil seguirle el ritmo a un hombre como Ezra, que siempre tenía una excusa lista para cualquier cosa.

El timbre de la puerta sonó al entrar. Ezra no pensaba en nada más que en su excusa, hasta que la vio.

Alina.

Estaba de espaldas, colocando una bandeja de pasteles recién horneados en el escaparate, el aroma a chocolate y frutas frescas llenando el aire. Alina no lo vio entrar de inmediato, y él aprovechó para observarla, fijándose en la forma en que sus manos se movían con destreza, casi como una coreografía perfectamente ensayada.

Alina era diferente a todos los que había conocido. Su cuerpo hablaba más que sus palabras, y cuando la miraba, se sentía como si todo lo que él conocía estuviera a punto de desmoronarse.

Ezra tomó aire y, con pasos firmes, se acercó al mostrador. Alina levantó la mirada, y su rostro se iluminó con una leve sonrisa. Pero no habló.

En lugar de eso, ella alzó la mano y la movió en un gesto fluido, un saludo simple, pero cálido. Ezra la miró confundido.

Alina no esperaba que hablara. No necesitaba que lo hiciera. En lugar de eso, sacó una pizarra pequeña y un marcador, y escribió:

"¿Inspección de seguridad?"

Ezra quedó petrificado. No era la reacción que esperaba. Y menos de alguien que no podía escuchar.

—Sí, protocolo de seguridad —respondió sin pensarlo, intentando seguir con su excusa, pero sus palabras se sintieron vacías en el aire.

Alina lo miró fijamente, como si quisiera decir algo más. Entonces, con movimientos suaves, señaló el escaparate, luego sus manos, y escribió de nuevo en la pizarra:

"¿Te gustaría probar algo? Hay croissants hoy. No es solo seguridad."

Ezra no sabía qué decir. ¿Cómo podía alguien que no podía escuchar saber lo que pasaba en su cabeza? ¿Y por qué, de alguna forma, sentía que Alina lo entendía mejor que cualquiera que hubiera hablado con él en toda su vida?

Sus ojos se encontraron por un momento. Y en ese instante, Ezra supo que había algo más allá de las palabras. Algo que él no podía controlar. Pero no podía admitirlo. No podía.

Finalmente, Ezra tragó saliva.

—Solo… una galleta, entonces —dijo, y su voz sonó más suave de lo que pretendía. Un susurro que no esperaba de sí mismo.

Alina le sonrió, sin decir una palabra, y se fue a la vitrina a elegir una galleta de avena. La dejó sobre el mostrador. Ella no necesitaba preguntar nada más.

Ezra la tomó, mirando el borde de la galleta que, aunque simple, parecía tener más sabor que cualquier cosa que hubiera probado antes.

Antes de que pudiera dar un paso atrás, Alina levantó la pizarra una vez más, y escribió:

"Gracias por venir. Estaré aquí siempre."

Ezra no dijo nada. Se quedó allí, mirando esa frase por más tiempo del que le hubiera gustado admitir. Algo se agitó dentro de él. Una sensación rara, extraña, que no sabía cómo manejar.

Cuando salió de la pastelería, no podía dejar de pensar en ese silencio entre ellos. El silencio que se sentía más profundo que cualquier palabra que pudiera haber dicho.

Y, mientras caminaba de regreso a la comisaría, con la galleta aún en la mano, sabía que esa "inspección de seguridad" no era más que una excusa. Y que, tal vez, lo peor de todo era que quería regresar, aunque no entendiera por qué.




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