voces que no se oyen

Capítulo 11: El peso del silencio

El timbre de la puerta de la pastelería sonó otra vez. Ezra ya estaba acostumbrado a escuchar ese sonido cada vez que pasaba frente a la tienda, pero ahora algo había cambiado. Esta vez, sin embargo, no se dio la vuelta para entrar.

Había algo en él que lo mantenía alejado. Esa sensación de incomodidad al ver la pequeña pastelería, que tan insignificante parecía a primera vista, pero que cada vez más lo atraía.

Se quedó parado frente a la puerta, observando desde afuera. El olor del chocolate recién horneado le llenó las fosas nasales, tan fuerte y tentador que lo hizo sentir un vacío en el estómago. Pero, ¿por qué? ¿Por qué esa atracción que no podía entender?

En los días posteriores a su "inspección de seguridad", Ezra comenzó a caminar por esa calle más a menudo. Cada vez, su excusa para pasar por ahí era más ridícula. Primero era solo revisar la seguridad de la pastelería. Luego, se decía que solo quería asegurarse de que no había ningún problema con la fachada. Pero a medida que pasaban los días, la verdad comenzaba a ser más difícil de ignorar: estaba buscando a Alina.

Y eso le molestaba.

Esa mañana, después de un largo turno de trabajo, Ezra pasó frente a la tienda una vez más. Había logrado resistir la tentación durante toda la jornada, pero al ver la puerta abierta, no pudo evitar dar un paso hacia adentro.

Alina estaba tras el mostrador, como siempre. Estaba sola, y la mirada de Ezra encontró la suya instantáneamente. Ella lo saludó con una ligera sonrisa, pero no dijo nada. Lo que era normal. Lo que siempre hacía. Ezra sentía que, de alguna manera, se sentía más incómodo en su presencia ahora que antes. Como si algo hubiera cambiado, aunque no sabía qué.

Sin palabras, ella le ofreció una bandeja llena de pasteles recién horneados. Ezra tomó una galleta sin pensar, y en el momento en que la mordió, se dio cuenta de que estaba tomando las mismas decisiones de siempre: solo porque lo hacía todos los días.

Alina lo observó, como si estuviera esperando algo más. Ezra se quedó mirando la pizarra que siempre usaba para comunicarse. Esta vez no escribió nada. Simplemente lo miró, con sus ojos serenos, llenos de algo que él no podía descifrar.

Era frustrante. ¿Por qué no podía deshacerse de ese maldito sentimiento de incomodidad? Por supuesto, no iba a admitirlo en voz alta, pero él mismo sabía que había algo más. Algo más que solo la excusa de una "inspección de seguridad". Algo que lo atraía a ese lugar y a esa mujer.

Tomó la pizarra y escribió:

“¿Todo bien?”

Ezra frunció el ceño. ¿Todo bien? Era una pregunta absurda. Claro que no estaba bien. Había algo dentro de él que le decía que su vida se había vuelto más caótica desde que Alina entró en ella. Algo que lo hacía cuestionarse todo.

—¿Todo bien? —repitió para sí mismo, de alguna forma intentando comprender el peso de la pregunta. Él no estaba bien, no estaba nada bien.

Alina, observando su reacción, escribió:

“Nunca nada está completamente bien. Pero estoy bien. Y tú?”

La pizarra volvió a su lugar. Ezra la miró fijamente. ¿Por qué Alina parecía entenderlo de una manera que nadie más había hecho? Aunque no podía oír, lo veía. Y algo en eso le inquietaba profundamente.

Esa noche, cuando llegó a su departamento, Ezra no pudo dejar de pensar en la conversación de esa tarde. En la mirada tranquila de Alina. En lo que realmente había querido decirle con esas pocas palabras.

Sabía que su actitud hacia ella había sido fría y distante, como siempre lo hacía con los demás. Pero ahora, frente a su propia reflexión, algo dentro de él comenzó a resquebrajarse.

¿Era realmente así con todos? ¿Le cerraba las puertas a todos como lo hacía con ella, simplemente por ser quien era? ¿Por qué Alina, de todos los seres humanos, lo hacía sentirse tan expuesto?

Tantas preguntas sin respuestas. El silencio de Alina, su mirada serena, lo ponía en una situación en la que ya no podía huir de sí mismo. Algo tenía que cambiar.

Pero, ¿cómo cambiar algo que nunca había aprendido a manejar?

El sonido de la alarma despertó a Ezra temprano, pero lo primero que hizo fue mirar la pequeña pizarra en su mesa de noche. No había palabras en ella, pero él sabía que tenía que enfrentarse a algo que llevaba mucho tiempo ignorando.

Antes de salir hacia la comisaría, miró el reloj, luego la puerta. Sabía que iba a regresar a la pastelería.




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