Alina estaba acostumbrada a la tranquilidad de su pastelería. El suave sonido de la campanilla al abrir la puerta, el cálido aroma de los pasteles recién horneados, y la paz que le brindaba ver a los clientes disfrutar de sus postres. Todo eso era parte de su día a día. Sin embargo, algo había cambiado en los últimos días.
Primero, fue un pequeño ramo de flores que apareció sobre el mostrador una mañana, sin una tarjeta, sin un nombre. Alina lo observó en silencio. Flores frescas, hermosas, pero inquietantes por su misteriosa procedencia. Al principio pensó que algún cliente amable le había dejado el detalle, pero la sensación de estar observada comenzó a invadirla. La pequeña paz que encontraba en su lugar de trabajo comenzó a desvanecerse.
Esa misma noche, al cerrar, notó una carta misteriosa bajo la puerta. El sobre era simple, sin ninguna marca que lo identificara. Abrió la carta con dedos temblorosos, aunque no sabía exactamente por qué. Las palabras que leyó la dejaron inquieta, algo en su interior le decía que no era un simple saludo.
"Tu dulzura no se compara con nada en este mundo. Espero que algún día me dejes ser parte de tu vida."
Alina frunció el ceño, el corazón acelerado. No entendía de dónde venía esto. No tenía idea de quién podría haber dejado la carta, pero lo que más la molestaba era la sensación de que alguien estaba observándola, siguiéndola en silencio.
Al día siguiente, al abrir las puertas de la pastelería, Alina notó algo extraño. Unos pocos pétalos caídos en el umbral, como si alguien los hubiera colocado allí intencionalmente. Se agachó, recogió los pétalos y los observó detenidamente. Estaban frescos, como si alguien hubiera estado cerca solo unos minutos antes.
En ese momento, escuchó el sonido de la campanilla al abrir la puerta. Alina levantó la mirada, pero no era otro cliente habitual, ni siquiera era alguien conocido. Era Ezra. Él la observó un instante, como si notara la tensión en el aire, pero no hizo comentario alguno. Caminó hacia el mostrador, como si estuviera en su mundo.
—¿Todo bien? —preguntó, su tono seco como siempre.
Alina lo miró en silencio, sin poder articular palabra. Solo le mostró los pétalos caídos sobre el mostrador. Ezra los miró, una ligera arruga de preocupación apareciendo en su frente, aunque no se atrevió a decir mucho. Era raro verlo tan callado, como si estuviera procesando lo que estaba ocurriendo.
Alina decidió no escribir en la pizarra esa vez. Se quedó observando a Ezra, esperando a ver si él notaba algo más. Pero él, con su típica actitud indiferente, pareció ignorarlo, aunque en su interior, algo empezó a inquietarlo. No era normal que alguien dejara flores misteriosas en la pastelería de Alina, y mucho menos una carta como esa.
—¿Es algo serio? —preguntó Ezra finalmente, con su tono grave, casi desconcertado por el cambio en la atmósfera.
Alina asintió con la cabeza, su rostro serio y tenso. Ezra miró alrededor, buscando señales de algo más. El lugar parecía como siempre, pero algo había en el aire que no podía identificar.
—Te voy a asegurar que esto no se quede así —dijo Ezra, el instinto protector despertando dentro de él. Aunque no lo reconociera, su preocupación por ella empezaba a crecer.
Lo que más desconcertaba a Ezra era que, por alguna razón, la idea de alguien acosando a Alina lo hacía sentir más vulnerable de lo que estaba dispuesto a admitir. Él, que había mantenido siempre su distancia con todo, sentía una necesidad inexplicable de protegerla, aunque no supiera cómo. Pero eso no lo admitía ni siquiera ante sí mismo.
La siguiente noche, después de su turno, Ezra no pudo resistir la tentación de regresar. La campanilla al abrir la puerta le dio una sensación de déjà vu. Alina estaba allí, arreglando algunos de los postres en la vitrina, pero algo era diferente. Ella estaba más tensa, y su mirada era preocupada.
Cuando levantó la vista y lo vio entrar, no necesitó decir nada. Ezra notó el sobre en el mostrador, uno más, igual de simple que los anteriores. Alina lo miró con una expresión mezcla de miedo y desconfianza.
Ezra no dijo nada, pero tomó la carta y la abrió, su mirada volviéndose más oscura al leer el contenido. "Tu belleza es solo un reflejo de lo que serás en mi vida. No puedes huir de lo que te está destinado."
La amenaza en esas palabras era clara, y aunque Ezra no entendía del todo lo que estaba pasando, sabía que las cosas habían escalado a algo más peligroso. Algo que iba más allá de un simple fanático o un admirador secreto.
—¿Alguien ha visto algo raro alrededor? —preguntó Ezra, su tono más serio de lo habitual.
Alina negó con la cabeza, pero era evidente que estaba preocupada. Ella no podía expresarlo con palabras, pero sus gestos, su mirada, su postura, todo indicaba que se sentía atrapada, vulnerable.
—Voy a encontrar a ese idiota —gruñó Ezra, sintiendo cómo su paciencia se agotaba más rápido de lo que esperaba.
Por primera vez, Alina lo vio reaccionar de manera tan intensa. Era extraño, pero ver la preocupación de Ezra la hizo sentir algo que no podía identificar. Un pequeño destello de esperanza. A pesar de su actitud fría, algo en él comenzaba a preocuparse por ella.
Sin embargo, mientras él parecía decidido a protegerla, Alina sabía que la amenaza no desaparecería tan fácilmente. Algo oscuro se cernía sobre ella, algo que no podía controlar ni evitar. Y por más que Ezra estuviera a su lado, ella sentía que el verdadero peligro había comenzado.
A lo largo de los siguientes días, los misteriosos regalos y cartas no cesaron. Cada vez más inquietantes, cada vez más personales. La sensación de ser observada crecía, y Alina comenzaba a perder la esperanza de que todo esto pudiera acabar pronto.
Ezra, por otro lado, se sumía en su propia obsesión por protegerla. Aunque no lo reconociera, cada carta, cada flor, lo impulsaba a adentrarse más en la oscuridad de la situación. Su desconcierto y frustración crecían con cada día que pasaba, pero su necesidad de hacer algo, de cambiar el rumbo de los eventos, se volvía más clara.