voces que no se oyen

Capítulo 15: Silencio bajo amenaza

Ezra revisaba la carta por segunda vez. Sentado en una de las sillas de la pastelería, tamborileaba los dedos sobre la mesa mientras sus ojos repasaban las palabras una y otra vez.

—Esto ya no es un juego de admiradores estúpidos… —murmuró, su mandíbula tensa.

Alina estaba frente a él, con los brazos cruzados. Tenía el ceño fruncido y se mordía el interior de la mejilla. Se acercó con su libreta de notas y escribió:

"No ha sido el único mensaje. Hay tres más que no te mostré. Pensé que se detendría."

Ezra alzó la mirada, molesto.

—¿No me lo mostraste? ¿Por qué carajos no dijiste nada, Alina?

Ella le sostuvo la mirada sin pestañear. No se encogía ante su tono áspero, solo escribió:

"No quería parecer paranoica. Ya tengo suficiente con sentirme vigilada."

Ezra se levantó de golpe, empujando la silla hacia atrás. Caminó por la pastelería, se detuvo frente al ventanal y miró hacia la calle como si buscara algo, o a alguien.

—Mierda... —gruñó por lo bajo—. ¿Y no viste a nadie? ¿Ningún cliente sospechoso? ¿Vecino nuevo? ¿Alguien que te mire demasiado?

Alina negó con la cabeza y caminó hacia una caja de metal cerca del mostrador. Sacó tres sobres más, todos iguales, sin dirección ni remitente. Se los tendió a Ezra.

Los abrió uno por uno. Su ceño se fruncía más con cada frase.

"Te observo cuando crees estar sola. Tu risa, aunque muda, es mía."
"No tienes que hablar para que yo te escuche. No necesitas escapar, yo ya estoy dentro."
"Tú eres mía. Siempre lo has sido. No dejaré que nadie más te toque."

Ezra soltó un bufido, sus nudillos blancos de tanto apretar los sobres.

—¿"Dentro"? —repitió con los ojos oscuros—. Este maldito enfermo podría estar entrando al local.

Alina tragó saliva. Su respiración era silenciosa pero agitada. Aún así, se mantuvo firme. Tomó otra hoja y escribió:

"Ya revisé cámaras de la calle, no hay ángulos directos hacia la puerta. No hay registros dentro de la pastelería. Me siento... invadida. Como si conociera todo de mí."

Ezra leyó en silencio. Luego se acercó y le habló más bajo:

—Voy a poner vigilancia. No me importa si te gusta o no. No me voy a quedar sentado mientras este psicópata te deja mensajes.

Alina lo observó con sorpresa. Su reacción no era la habitual. Ezra se agachó y revisó el marco de la puerta.

—Voy a hacer preguntas por el vecindario. Hablaré con el tipo que tiene la florería al final de la calle, seguro ha visto algo. Y voy a pedir acceso a las cámaras de los edificios vecinos.

Ella escribió con rapidez:

"¿Tú...? ¿Todo eso por mí?"

Ezra la miró fijamente.

—No sé por qué mierda me importa tanto, pero sí. Me jode que alguien crea que puede intimidarte así. Me jode más que no me lo hayas dicho antes. Y me jode —añadió con un suspiro áspero— que no pueda sacarte de la cabeza, aunque intente hacerlo todos los días.

El silencio fue denso entre ambos. Alina bajó la mirada, su pulso acelerado. No por miedo, sino por la inesperada confesión envuelta en mal carácter.

Ezra se pasó la mano por el rostro y volvió a mirar la carta más reciente. Tomó asiento otra vez, pero esta vez lo hizo más cerca de ella.

—¿Tú sabes defenderte, cierto?

Alina asintió.

—Pero igual —añadió él, sin mirarla—, te voy a enseñar a disparar.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

—No es broma —dijo él, seco, sin titubeos—. Esto no es solo una molestia. Este tipo está obsesionado contigo. Y los obsesionados terminan haciendo cosas... impredecibles.

Alina escribió, con letra más tensa:

"¿Y si lo que busca es que me asuste? ¿Si le doy poder solo por tener miedo?"

Ezra bufó.

—No se trata de tener miedo, Alina. Se trata de estar lista. Yo aprendí eso de la peor forma. —Levantó la vista hacia ella, la cicatriz del ojo pareció tensarse con su ceño—. No voy a dejar que te pase lo mismo.

Ella lo miró con algo más que sorpresa. Había preocupación en su rostro, pero también… una nueva clase de conexión. Vulnerabilidad. Humanidad en la figura áspera de Ezra. La amenaza no solo los estaba empujando a enfrentarse a un peligro real, sino también al hecho de que, aunque distintos, estaban comenzando a romper sus propias barreras.

Y mientras la noche caía sobre la ciudad, una silueta desde la acera contraria los observaba.

Una figura oscura que sostenía un ramo de flores... y que desapareció entre sombras al notar que Ezra cerraba con llave la puerta de la pastelería.




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