voces que no se oyen

Capítulo 16: Instrucciones en silencio

Ezra la esperaba en el pequeño campo de entrenamiento improvisado detrás de la comisaría. Una de las ventajas de ser el policía más temido del cuartel era que nadie se atrevía a cuestionar por qué había apartado ese espacio durante la tarde.

Alina llegó puntual, con ropa deportiva sencilla y el cabello recogido en una coleta floja. Llevaba una libreta en la mano, pero Ezra negó con la cabeza cuando ella levantó la pluma para escribir.

—Hoy no vas a escribir. Vas a mirar, aprender y repetir. ¿Entendido?

Ella asintió, firme. Estaba lista. Y él también… aunque no lo pareciera.

Ezra sacó una pistola descargada de una caja metálica junto a él. Su voz fue seca, como siempre, pero no había dureza. Solo… foco.

—Primero, postura. Quiero que pongas tus pies así —colocó los suyos con firmeza—, hombros relajados, espalda recta, los brazos extendidos pero no tensos.

Ella imitó la posición, pero su agarre era torpe.

—No. Así no. —Ezra se acercó por detrás, colocó una mano en su muñeca, otra en su hombro—. Si lo haces mal, cuando dispares te va a doler el brazo… y mucho.

Alina lo miró de reojo. Su proximidad la hizo consciente de cada latido de su corazón. Él también lo sintió. Una corriente invisible vibró entre los dos.

Ezra tragó saliva, luego bajó la voz:

—No te distraigas. En una situación real, cada segundo cuenta.

Ella asintió, recuperando el foco. Él levantó la pistola en sus manos, guiándola.

—Ahora, apunta. No al pecho. Siempre al centro. Si no podés detener, desorientá.

Alina respiró hondo, manteniendo la concentración. Apuntó al blanco improvisado con una precisión que sorprendió a Ezra.

—Nada mal —murmuró.

Ella giró para mirarlo. Tenía una sonrisa pequeña, orgullosa. Ezra desvió la mirada, incómodo con el calor que le subía por la nuca.

—Ahora… defensa sin armas. —Se alejó un paso y alzó las manos—. Imagina que alguien se te acerca, te agarra del brazo. ¿Qué haces?

Alina dudó.

Ezra avanzó, despacio. La tomó de la muñeca, sin fuerza. Ella reaccionó rápido, girando el brazo y empujándolo con el hombro como él le había enseñado. Él se sorprendió.

—¿Estuviste practicando sola?

Ella asintió, divertida.

—No pareces tan frágil como aparentás —murmuró él, sin pensar.

Alina alzó una ceja, escribiendo en su libreta por primera vez en toda la tarde:

“¿Y tú no eres tan monstruo como actúas.”

Ezra soltó una carcajada seca.

—Eso no es del todo cierto.

Ella escribió otra línea, más pequeña:

“Entonces… ¿por qué me ayudas?”

Él no respondió enseguida. Se acercó, la mirada baja. Cuando alzó los ojos, algo en ellos se había suavizado.

—Porque cuando alguien mira una herida… y no se aparta… a veces… uno no sabe qué hacer.

Silencio.

Ezra se dio la vuelta, como escapando de sus propias palabras. Caminó hacia la caja metálica, volvió a guardar la pistola y tomó una botella de agua.

—Terminamos por hoy. Mañana, mismo lugar.

Alina se quedó de pie, inmóvil, observando su espalda mientras él se alejaba. No entendía del todo qué era lo que empezaba a nacer entre ellos. Pero lo sentía, profundo y silencioso… como todo lo importante en su vida.

Y por primera vez, Ezra, el hombre de la cicatriz, se permitió mirar hacia atrás.

Solo un segundo.

Solo para asegurarse de que ella lo seguía mirando también.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.