El día amaneció con un cielo gris.
Alina abría la pastelería en silencio, como siempre. Pero su mente no paraba de repasar cada segundo del abrazo de anoche.
Ezra.
Su cercanía.
La forma en que la sostuvo. Como si por una vez en la vida, también necesitara ser sostenido.
Se quedó observando el escaparate, sonriendo apenas, mientras acomodaba una bandeja de mini tartas de limón.
Y al otro lado de la calle, Ezra la miraba también. Desde su escritorio en la comisaría. Sin darse cuenta. O sin querer admitirlo.
Hasta que un golpe fuerte en la puerta lo hizo girar.
—Ezra —dijo una voz.
Una que no escuchaba desde hacía años.
El agente se quedó de piedra.
En la entrada estaba una mujer.
Alto rango. Uniforme negro. Medallas. Pelo recogido con perfección militar.
Y en sus ojos, una mezcla de juicio y... algo parecido a decepción.
—Capitana Mena —gruñó él, levantándose.
Ella caminó hacia su escritorio, sin invitación.
—Necesitamos hablar. En privado.
Cinco minutos después, estaban en una sala cerrada, sin cámaras, sin testigos.
—Creí que estabas retirándote de todo esto —dijo ella, directa.
Ezra cruzó los brazos.
—Lo hice. Sigo haciéndolo.
—¿Entonces qué es esta mierda de informes a escondidas? ¿Vigilancia a un civil? ¿Intervención en casos que no te fueron asignados?
Ezra no contestó. Solo frunció el ceño.
Ella suspiró, caminando lentamente.
—¿Sabés cuántos intentaron cubrir tus errores, Ezra? ¿Cuántas veces me quedé callada por vos?
—No pedí que lo hicieras.
—Claro que no. Vos nunca pedís nada. Solo desaparecés. Y ahora estás metido hasta el cuello otra vez, todo por una chica.
Ezra alzó la cabeza de golpe.
—No sabés de qué hablás.
—¿No? —ella se inclinó hacia él—. Lo vi en tus ojos. Lo vi cuando la miraste a través del cristal.
Ezra apretó los dientes. Una vena palpitaba en su sien.
—No metas a Alina en esto.
—Tarde. Está dentro. Y no tenés idea del peligro que eso representa.
Silencio.
Ella abrió una carpeta, la arrojó sobre la mesa. Fotos. Informes.
Había nombres. Viejos conocidos de Ezra. Y uno que sobresalía.
Raúl Méndez.
—Este tipo no actuó solo —dijo ella con frialdad—. Y vos lo sabés.
Ezra palideció apenas.
La capitana Mena lo miró a los ojos, con una expresión más grave.
—¿Le contaste a esa chica quién fuiste antes de ser el agente Ezra Reyes?
Él no respondió.
Y ella lo entendió.
—Entonces será mejor que se lo digas antes de que lo descubra por alguien más.
Desde el ventanal, Alina miraba la puerta de la comisaría.
Vio salir a una mujer de rostro duro, paso firme.
Y detrás de ella, a Ezra…
Con una expresión que ella nunca le había visto antes.
Algo dentro de ella le dijo que esa mujer no era solo parte de su pasado.
Era el recordatorio de que Ezra Reyes aún ocultaba partes de sí mismo.
Y que no todo en él estaba listo para ser compartido.