voces que no se oyen

Capítulo 22: El borde del abismo

Ezra no era de pensar demasiado.
Actuaba. Se enfadaba. Gruñía.
Pero esa noche no podía dejar de pensar.

Se había pasado horas sentado en su viejo sofá, con un vaso vacío en la mano y la cicatriz latiéndole como si tuviera vida propia.

Mena tenía razón.
Raúl no actuó solo.
Y si ellos estaban cerca… Alina estaba en peligro.

Otra vez.

La pastelería estaba cerrando cuando Ezra llegó. La campanita sonó al abrir la puerta, y Alina levantó la vista, sorprendida.

Llevaba el cabello suelto, el delantal manchado de chocolate, y una expresión tan suave que a Ezra se le hizo un nudo en la garganta.

—Necesito hablar con vos —dijo, y su voz sonó más baja de lo normal.

Ella asintió. Le hizo un gesto para que pasara a la trastienda.

Se sentaron frente a frente, con el horno aún caliente a sus espaldas y el dulce olor del azúcar flotando en el aire.

Ezra apoyó los codos en la mesa. Miró sus propias manos.
Luego a ella.

—No soy quien creés que soy —empezó, sin rodeos—. Lo que ves ahora… es una máscara.

Alina frunció el ceño.

Él sacó algo del bolsillo: una vieja placa.
Tachada. Marcada.
No era la actual.
Era otra, más antigua.

—Hace años, trabajé en una unidad especial, fuera del país. No era legal del todo. Era sucia, oscura, con órdenes que no se cuestionaban. Allí fue donde conocí a Raúl Méndez. Y otros como él.

Pausa.

Ezra respiró hondo, luchando contra sus propios recuerdos.

—Lo que le hicieron a esa gente… yo lo permití. A veces, lo ejecuté. Por eso renuncié. Por eso me vine acá. Para esconderme. Para fingir que soy algo parecido a humano.

Alina lo miraba, tensa. No escribía nada. Solo lo escuchaba. Solo él hablaba.

—No me mirés así —murmuró él, con la voz quebrada—. No quiero que me tengas lástima. Y mucho menos miedo. Pero necesitás saberlo. Porque si siguen detrás tuyo… es por mi culpa.

Alina dejó el bolígrafo. Se levantó.

Ezra bajó la mirada. Ya lo sabía. Era demasiado. Él era demasiado.

Pero entonces, algo la detuvo. Un sonido afuera. Rápido. Seco.

Ezra se levantó al instante. Se acercó a la ventana trasera, levantando el pestillo con cuidado.

—Quedate acá —ordenó en voz baja.

Alina negó con la cabeza. Escribió:

“No más quedarme quieta.”

Él maldijo por lo bajo. Pero no tuvo tiempo de discutir.

Un cristal se rompió.

Ambos giraron al mismo tiempo.

Una piedra.
Con una nota atada.

Ezra la desató de inmediato, leyéndola bajo la poca luz.

“Ya sabemos quién es ella.
No te escondas, Ezra.
Los errores se pagan con sangre.”

Y al final, una firma.
Un símbolo que él reconoció al instante.
Una calavera con una daga en los ojos.

Ezra miró a Alina.

Y por primera vez… fue el miedo quien le cruzó la mirada.

—Tenemos que salir de acá.




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