voces que no se oyen

Capítulo 24: Sombras en la estación

Ezra no podía dejar de mirar al frente, con el corazón martilleando en su pecho. Alina corría a su lado, tan ágil como siempre, pero más tensa de lo normal. Algo en el aire les decía que no era seguro.

Llegaron a la estación como fantasmas, moviéndose rápido, sin hacer ruido, sin que nadie los viera. Los edificios a su alrededor estaban desiertos, la luna apenas iluminando las calles.

Ezra intentó abrir la puerta del despacho, pero estaba cerrada. Gruñó, frustrado, y miró a su alrededor. La alarma del lugar estaba apagada, lo cual era extraño. Nada en su rutina había cambiado, pero la sensación de que algo no estaba bien aumentaba cada segundo.

Alina señaló una ventana trasera, más discreta. Sin perder tiempo, Ezra la siguió y la ayudó a treparse por la pared hasta llegar a la ventana. Entraron sigilosos, sin hacer ruido, y se deslizaban entre las sombras, como si estuvieran en una misión de vida o muerte.

Pero algo no estaba bien.

No había nadie en las oficinas. Las cámaras de seguridad, que siempre habían funcionado, estaban apagadas. La luz tenue de la pantalla de un ordenador iluminaba el despacho principal.

—Esto no es normal —murmuró Ezra, acercándose al escritorio.

Alina levantó una ceja, mirando al alrededor.

Escribió:
“Algo no cuadra aquí.”

Ezra asintió, ya sabiendo que ella también sentía la misma tensión que él. Fue entonces cuando vio lo que no quería ver.

Una carpeta.
Abierta.
Con su nombre en la tapa.
Y dentro, fotografías suyas y de Alina.

Ezra dio un paso atrás, los nervios a flor de piel. No podía ser. No debía ser.

Alina se acercó con cautela y miró las fotos. Estaba claro que se trataba de un seguimiento exhaustivo. Cada paso que habían dado, cada mirada que habían compartido, estaba documentada ahí.

“¿Quién más sabe de nosotros?” escribió ella.

Ezra tragó saliva. No quería pensar en las consecuencias. No quería que ella se viera atrapada en esto, pero no podía dejarla atrás.

De pronto, una puerta al fondo se abrió. Ezra giró rápidamente, y Alina hizo lo mismo, sus ojos brillando con alerta.

En el umbral, una figura conocida apareció.
Raúl.
Pero no estaba solo.

A su lado, un hombre alto, robusto, con una cicatriz en la cara, miraba con desprecio a ambos.

Ezra no dudó. Fue directo hacia ellos, empujando a Alina detrás de él, listo para hacer frente a lo que fuera necesario.

—¿Creías que podrías esconderte? —dijo Raúl, con una sonrisa cruel—. Estás en nuestro territorio ahora, Ezra. Y no puedes escapar.

Ezra se puso tenso, respirando con fuerza. Sabía que las palabras de Raúl no eran una amenaza vacía. Estaba hablando en serio.

Raúl dio un paso al frente, pero fue el hombre con la cicatriz quien habló esta vez.

—No necesitamos hablar más. El tiempo de las explicaciones ya pasó.

Unos segundos.
El sonido de una pistola deslizándose de su funda.
Raúl había dado la orden, y el hombre con la cicatriz apuntó a Alina.

Ezra reaccionó al instante, saltando hacia él.
—¡No toques a Alina! —gritó, pero la pistola estaba demasiado cerca de ella.

Alina, sin dudarlo, reaccionó también. Agarró el primer objeto que encontró a su alcance, un cuchillo pequeño que había sobre la mesa, y lo lanzó hacia el hombre. Fue un golpe preciso, directo al brazo.

Raúl gritó, sorprendido, y el hombre con la cicatriz retrocedió, dejando caer la pistola.

“¡Corre!” escribió Alina rápidamente, empujando a Ezra hacia la salida.

Era su única oportunidad. Ezra no la pensó dos veces. Agarró su mano y, con rapidez, los dos corrieron hacia la salida trasera.

Raúl y su compañero los siguieron, pero estaban demasiado lejos. Alina y Ezra no miraron atrás. Solo se centraron en correr, con el sonido de sus pasos resonando en la estación vacía.

Estaban a salvo por ahora, pero Ezra sabía que la paz duraría poco.
Raúl no dejaría que esto se quedara así.

Ezra respiró con dificultad cuando llegaron a un callejón oscuro.
Alina, respirando igual de agitada, lo miró.

Y aunque no dijo una palabra, Ezra vio en sus ojos lo que sentía. Estaban atrapados.

Solo que ahora… él no pensaba huir más.




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