El aire en el callejón estaba denso, como si el mundo entero estuviera observando cada paso que daban. Ezra respiraba con pesadez, su mente girando a mil por hora mientras Alina permanecía a su lado, inmóvil pero lista para lo que fuera.
—Necesitamos un plan —dijo Ezra, con los ojos fijos en la calle vacía frente a ellos.
Alina asintió, sacando su móvil rápidamente. Escribió algo y lo mostró en la pantalla:
“Lo que nos está pasando no es casualidad. Raúl lo ha planeado todo.”
Ezra frunció el ceño. Sabía que tenía razón. Raúl no era un tipo que improvisara. Si se había metido con ellos, era porque tenía algo mucho más grande en mente.
—Lo sé —dijo Ezra, mirando alrededor—. Pero no podemos enfrentarlo de frente sin más. Necesitamos algo más. Necesitamos salir de aquí y reunirnos con más gente.
Alina lo miró con una expresión que él no pudo descifrar de inmediato. Entonces, con un movimiento rápido, comenzó a escribir de nuevo:
“No podemos confiar en nadie más, Ezra. Raúl tiene contactos. Ellos nos están buscando.”
Ezra la miró, el nudo en el estómago creciendo más. No podía negarlo. Raúl había mostrado sus cartas de manera explícita. Lo que no había contado era cómo podía llegar a ser peligroso cuando alguien se ponía en su camino.
Entonces, la idea vino a su mente, rápida y clara. La estación. Las cámaras apagadas. Las fotos. Todo eso no había sido casual. Alguien dentro de la estación estaba cooperando con Raúl.
—Lo que tenemos que hacer es infiltrarnos de nuevo —dijo Ezra, decidido. Alina lo miró, esperando más detalles—. Necesitamos saber quién más está en esto. No podemos quedarnos aquí sin movernos.
Alina no dudó, escribió de inmediato:
“¿Qué vas a hacer?”
Ezra sonrió con una ironía amarga.
—Voy a hacer lo que mejor sé hacer: sacarles la información que necesitan. Y no, no voy a hacerlo solo. Necesito que me cubras. Tú sabes cómo hacerlo.
Alina levantó una ceja, desafiándole con su mirada. Sabía que era una jugada peligrosa, pero también entendía la necesidad de actuar rápido.
“Está bien. Lo haremos.”
Juntos, comenzaron a caminar en dirección a la estación nuevamente, con la tensión en el aire palpable. Sabían que todo podría salir mal. Pero ahora ya no había vuelta atrás. La paranoia les había alcanzado, y la única manera de ganar esta batalla era a través de la infiltración.
Dentro de la estación, todo parecía en silencio. Demasiado silencio. Las luces parpadeaban y la oficina que antes estaba vacía ahora tenía un aire sombrío. Los archivos estaban desordenados, y las computadoras apagadas. Nadie parecía estar allí, pero Ezra y Alina sabían que no podían bajar la guardia. Estaban siendo observados, pero no sabían desde dónde.
—¿Lo ves? —dijo Ezra, señalando hacia una pequeña ventana con vista al pasillo principal—. Ahí está. La entrada a la sala de control. Si logramos acceder a las cámaras y las grabaciones, podremos averiguar quién está detrás de todo esto.
Alina asintió, sus ojos brillando con determinación. De repente, un sonido los hizo detenerse. Alguien se acercaba. Ezra se apresuró a esconderse detrás de una pila de archivos, pero Alina, rápida como siempre, se desvió hacia un lado, quedando fuera de vista.
La puerta principal se abrió lentamente. Y entonces, la figura de Raúl apareció.
—No me miren —dijo, como si fuera normal, como si estuviera acostumbrado a entrar y salir de la estación sin que nadie lo notara—. Está claro que la serpiente se ha despertado.
Ezra se quedó inmóvil. La presión era palpable. Raúl no estaba solo. Se asomaron dos figuras detrás de él. Había algo en su postura, en su mirada, que decía que no venían a hacer preguntas. Estaban listos para tomar acciones.
—Sabía que iban a hacer esto. Pero la diferencia entre nosotros es que yo siempre tengo un paso adelante —Raúl dijo, casi en voz baja. Miró a su alrededor, como si pudiera percibir la presencia de Ezra y Alina, aunque no podía verlos—. No estoy tan ciego como crees, Ezra. Sé que has estado acechando la estación. Y sé que ustedes dos no están solos en esto. Pronto me encontraré con todos, y no quedará ninguno.
Ezra respiró profundo. Estaba claro que Raúl no iba a dejar que esto terminara sin un enfrentamiento. Pero eso también significaba que las cartas estaban sobre la mesa.
—Así que, ¿ahora qué? —preguntó Ezra, saliendo lentamente de su escondite—. ¿Vas a dispararnos o a seguir hablando?
Raúl sonrió, su expresión maliciosa.
—¿Te crees que tengo tiempo para perder? No, Ezra. Ya basta. No hay más juegos.
Alina, desde su lugar, le hizo una señal a Ezra. Era hora de actuar. Sabían que esta batalla no se ganaba con palabras, sino con acción. Ezra asintió, y sin previo aviso, salió disparado hacia Raúl.
La pelea comenzó.
Alina se deslizó silenciosamente hacia el panel de control, con el corazón latiendo fuerte en su pecho. Tenía que conseguir acceso a las cámaras antes de que todo se fuera de control. Mientras tanto, Ezra estaba enfrentándose a Raúl y sus hombres. No era una pelea fácil, pero él sabía cómo moverse, cómo salir de situaciones complicadas.
Finalmente, Alina lo logró. Accedió a la base de datos. Las cámaras comenzaron a funcionar nuevamente, y las grabaciones empezaron a cargar.
De repente, una imagen parpadeó en la pantalla.
Ezra.
Pero había algo más. Algo que no esperaban.
En la grabación, otro hombre estaba en el fondo. Uno que no conocían. Alguien con una máscara.
Y con un disparo directo hacia la cámara.