voces que no se oyen

Capítulo 26: La verdad detrás de la máscara

La pantalla parpadeó varias veces antes de estabilizarse, revelando una imagen borrosa. Alina, con el pulso acelerado, intentó ajustar la imagen, pero las distorsiones no dejaban ver con claridad al hombre que estaba frente a las cámaras. Su rostro estaba parcialmente cubierto por una máscara negra, lo que hacía aún más inquietante la situación.

Ezra se encontraba en medio de una lucha feroz contra Raúl y sus hombres. La brutalidad de la pelea había escalado rápidamente. Raúl, con su gesto de superioridad, parecía disfrutar cada golpe que Ezra recibía. Pero Ezra no iba a rendirse tan fácilmente. Cada golpe que recibía lo hacía más decidido, más feroz.

Sin embargo, en su mente no dejaba de pensar en la imagen de la pantalla. Había algo en esa grabación que no podía ignorar. El hombre con la máscara había disparado a la cámara. ¿Por qué? ¿Qué estaba intentando ocultar?

Mientras tanto, Alina, al observar la grabación y la máscara, empezó a sentir una creciente sensación de inquietud. Algo no encajaba. Este no era un simple secuaz de Raúl. El disparo a la cámara había sido demasiado calculado, demasiado específico.

De repente, un sonido metálico interrumpió sus pensamientos. Ezra había logrado derribar a uno de los hombres, pero Raúl estaba más furioso que nunca.

—¡Dame lo que quiero, Ezra! —gritó Raúl, con su voz grave y llena de furia—. Ya no te queda tiempo.

Ezra, respirando con dificultad, se levantó del suelo, sin dejar de mirar a Raúl.

—No tienes ni idea de lo que estás haciendo, Raúl —dijo Ezra, con la voz rasposa. Cada palabra salía de su garganta como una amenaza, pero su mente no dejaba de pensar en la grabación—. Estás tan atrapado en tu propio juego que no ves lo que realmente está pasando.

Alina, con la mirada fija en la pantalla, finalmente reconoció algo. Un leve detalle en la postura del hombre en la grabación. La forma en que levantaba la mano. Había algo familiar en él. Pero no podía estar segura.

Con un movimiento ágil, salió de la sala de control y corrió hacia el lugar donde Ezra estaba luchando. Sabía que necesitaba actuar rápido.

Raúl sonrió maliciosamente, observando a Ezra caer nuevamente al suelo.

—No puedo permitir que sigas interfiriendo en mis planes, Ezra. Nadie lo hace.

Pero justo cuando estaba a punto de dar el golpe final, Alina apareció, bloqueando su camino. Raúl la miró, sorprendida de verla en la pelea, pero no dejó que eso lo detuviera.

—¿Y tú qué vas a hacer? —le preguntó, burlón.

Alina no respondió con palabras. En su lugar, dio un paso hacia él, su postura desafiante, con los ojos fijos en él. Luego, de manera sorprendente, levantó la mano y le mostró un mensaje escrito en su teléfono:

“Si sigues con esto, no te gustará lo que encuentres.”

Raúl se rió con desdén, pero sus ojos brillaron con malicia.

—¿Qué vas a hacer, pequeña? —dijo, dando un paso hacia ella—. No puedes hacerme nada.

Sin embargo, Alina ya había dado la señal. Mientras Raúl se acercaba, un ruido sordo resonó en el aire. La puerta de la estación se abrió de golpe, y otro grupo de hombres entró. Estaban armados, pero no eran de Raúl. Ezra, herido, sonrió levemente al ver a sus aliados entrar en acción.

Raúl, visiblemente desconcertado, retrocedió un paso. Y entonces, la verdad golpeó.

En el caos, alguien se adelantó, quitándose la máscara. La cara del hombre revelado dejó a todos boquiabiertos.

Era Marcos, el compañero de Ezra.

—¿Qué diablos? —dijo Ezra, sin poder creer lo que veía. No podía creer que su propio amigo estuviera involucrado.

Marcos, con una sonrisa siniestra, se acercó a ellos. Alina, aunque sorprendida, se mantuvo firme.

—¿Así que ahora me reconoces, Ezra? —dijo Marcos, su voz fría—. Pensaste que podías confiar en mí. Pero siempre supe cómo manipularte, cómo jugar tus cartas.

Ezra, atónito, dio un paso hacia él.

—No… no puede ser. ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?

Marcos se rió, con una expresión maliciosa en su rostro.

—Porque yo siempre he sido más inteligente que tú, Ezra. Y Raúl tenía lo que yo quería. Poder, dinero… Y tú, bueno, siempre fuiste un peón en este juego. Solo que ahora, el tablero ha cambiado.

Alina, que había estado observando todo en silencio, finalmente intervino. Escribió rápidamente en su teléfono y se lo mostró a Marcos:

“No te saldrás con la tuya. Todo esto va a terminar ahora.”

Marcos la miró, sorprendiendo que Alina pudiera intervenir. Pero ella sabía que, si no hacía algo, todo se desmoronaría.

—Esto no termina hoy, Marcos —dijo Ezra, con un tono que resonaba con furia y desconfianza—. Vas a pagar por esto.

Marcos no dijo nada más. Solo sonrió, como si todo estuviera bajo control. Sin embargo, algo en su mirada delataba una incertidumbre que no había mostrado antes.

El conflicto no había terminado. Apenas comenzaba.




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