El aire en la comisaría estaba cargado de tensión. Después de la revelación de que Marcos, el compañero de Ezra, estaba trabajando con Raúl, el ambiente era eléctrico. Ezra no podía creer lo que acababa de suceder. Su propio amigo, su compañero de años, el hombre en el que confiaba, ahora se había convertido en su peor enemigo.
Raúl, aunque momentáneamente sorprendido por la interrupción, no tardó en recuperar la compostura. Sus hombres seguían de pie en la entrada, armados y listos para actuar. Pero el choque de la traición había dejado a todos en silencio, mientras las palabras de Marcos resonaban en la mente de Ezra.
—¿Por qué? —preguntó Ezra, con los ojos llenos de furia y incredulidad, mirando a su ex compañero.
Marcos no parecía perturbado. De hecho, estaba sonriendo como si todo fuera parte de un plan que ya había anticipado.
—Porque siempre fue fácil, Ezra. Siempre fui el segundo en todo, el que estaba al margen, el que esperaba su oportunidad. Y ahora, esa oportunidad ha llegado —dijo Marcos, su tono lleno de arrogancia.
Alina, de pie junto a Ezra, miró al hombre con desdén. Su mirada, aunque serena, llevaba la furia de alguien que no se deja manipular. Mientras ella observaba, un pensamiento le cruzó por la mente. Algo no encajaba. Marcos estaba demasiado tranquilo, como si todo estuviera bajo su control.
De repente, con un movimiento rápido, Alina sacó su teléfono y escribió un mensaje:
“Ezra, esto no es solo sobre poder. Marcos tiene algo más. Algo que Raúl necesita.”
Ezra la miró, desconcertado. ¿Qué quería decir con eso?
Marcos, mientras tanto, dio un paso adelante y sacó un sobre de su chaqueta. Lo lanzó sobre la mesa de la comisaría, dejándolo caer con un sonido seco.
—Esto es para ti, Ezra. El verdadero precio por todo esto. Tómalo como una última oportunidad —dijo Marcos con tono burlón.
Ezra, con los nervios a flor de piel, tomó el sobre. Lo abrió lentamente, sin saber qué esperar. Dentro, encontró un contrato. Pero no cualquier contrato. Era un acuerdo entre Raúl y una empresa de seguridad privada conocida por sus métodos extremadamente violentos. El documento hablaba sobre un plan para tomar control de la ciudad, de las fuerzas del orden, incluso de los negocios legítimos.
Ezra no podía creer lo que leía. El plan era meticuloso, y la cantidad de personas involucradas era mucho mayor de lo que había imaginado. No solo Raúl y sus hombres, sino también un grupo de políticos corruptos y empresarios dispuestos a vender su alma por poder.
Alina, que observaba atentamente, frunció el ceño al ver el contenido del contrato. Escribió en su teléfono:
“Marcos nos ha jugado. Esto no es solo por dinero. Hay algo mucho más grande en marcha.”
Ezra, sin palabras, observó el contrato durante un largo momento. Luego, alzando la mirada hacia Marcos, hizo una pregunta que llevaba días rondando su cabeza.
—¿Qué quieres a cambio, Marcos? —su voz era grave, casi temblorosa de rabia—. ¿Por qué arriesgar tanto por este contrato?
Marcos se encogió de hombros, con una sonrisa sardónica en el rostro.
—Porque nunca fui tan estúpido como tú, Ezra. Siempre supe que el poder no viene solo de la fuerza, sino de los acuerdos correctos, las alianzas, los secretos bien guardados. Y tú, mi amigo, nunca supiste ver más allá de lo obvio —dijo, con una risa seca—. ¿Sabes lo que más me sorprende? Que después de todo esto, sigues confiando en la justicia.
Alina, decidida a no quedarse atrás, caminó hacia la mesa y miró directamente a Marcos. Sus ojos brillaban con furia contenida, pero su voz era calmada.
—Te equivocas —dijo, mientras levantaba la vista—. No se trata de confiar en la justicia. Se trata de hacer lo correcto. Y tú, Marcos, te has equivocado al pensar que estamos dispuestos a permitir que este juego termine como quieres.
Marcos frunció el ceño, claramente irritado por la intervención de Alina.
—Y tú, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a detenerme? —preguntó, burlándose de ella. Alina, con calma, levantó la mano y escribió rápidamente un mensaje en su teléfono.
“No estamos solos. Ya hay otros en movimiento. Esto va a acabar.”
La atmósfera se tensó aún más. El peso de las palabras de Alina no pasó desapercibido para nadie. Ezra miró a Alina, reconociendo la determinación en sus ojos. Sabía que no podía hacerlo solo, no ahora. Este era el momento de actuar juntos.
—¿Qué quieres de nosotros, Marcos? —preguntó Ezra, su tono volviendo a ser firme.
Marcos, sin embargo, se cruzó de brazos y dejó escapar una risa seca.
—Lo que quiero… es que entiendas que ya no hay vuelta atrás. Estás atrapado en esto, Ezra. Y no solo tú. Todos ustedes.
De repente, un estruendo resonó fuera de la comisaría. Los hombres de Raúl, aparentemente alertados, comenzaron a moverse rápidamente hacia la entrada. La situación había escalado, y no podían esperar más para tomar una decisión.
Ezra miró a Alina, quien le devolvió una mirada decidida. Juntos, tenían una oportunidad de acabar con todo esto. Pero debían moverse rápido. Las cartas ya estaban sobre la mesa, y las jugadas finales se acercaban.