El sonido de los pasos apresurados en los pasillos de la comisaría llenaba el aire con una sensación de urgencia. Ezra, con la adrenalina aún corriendo por sus venas, miró a Alina a los ojos mientras la tensión crecía. Las luces de la comisaría brillaban intensamente, reflejando el caos que se desataba fuera. A pesar de la amenaza inminente, había algo más que Ezra necesitaba hacer, algo que había estado guardando en su pecho desde que la conoció.
Alina, tan tranquila y serena como siempre, estaba concentrada en la situación. Sabía que lo que estaba sucediendo era solo el principio de algo mucho más grande, pero sus ojos nunca dejaban de seguir cada movimiento de Ezra. Esa conexión, silenciosa pero poderosa, estaba allí, siempre presente.
Ezra respiró profundamente y, al ver la determinación de Alina, supo que era el momento adecuado. Sabía que ella era fuerte, pero también sabía que necesitaba escuchar lo que tenía en su corazón. No podía seguir ocultando sus sentimientos. La presión era demasiada, y la situación con Raúl y Marcos solo lo había llevado al límite.
—Alina —dijo su nombre con una voz más suave, pero cargada de emoción—. Hay algo que necesito decirte... Cuando todo esto termine... cuando esta locura se acabe... quiero decirte algo.
Alina lo miró, sorprendida por la seriedad en su tono. No era como Ezra expresar sus pensamientos de manera tan abierta. Él era más bien de mantener sus emociones a raya, de seguir adelante sin detenerse. Pero esta vez no pudo contenerse.
Ella se acercó un poco más, con una leve inclinación de cabeza, señalando que la escuchaba, pero no dijo nada. Sus ojos brillaban con curiosidad, esperando a que él continuara.
Ezra miró hacia el suelo, tomando un momento para encontrar las palabras adecuadas. Sabía que lo que iba a decir no sería fácil. Tenía miedo de cómo ella lo tomaría, o si siquiera lo entendería. Después de todo, ¿quién era él para sentir lo que sentía por ella?
—Alina, no sé por qué, pero desde que te conocí, todo ha cambiado para mí. Y no me malinterpretes… no lo he buscado. La gente como yo no está hecha para esto, para ser vulnerable, para... no sé... sentir lo que siento por ti —dijo, su voz temblando un poco al final.
Alina, aunque no comprendía el completo peso de sus palabras a través de su lenguaje de señas, lo miraba fijamente, sus ojos fijos en él. Había una mezcla de curiosidad y comprensión en su rostro. Ella estaba empezando a entender más de lo que él pensaba.
Ezra continuó, la rabia interna que solía llevar consigo, la furia reprimida, se disipaba lentamente mientras hablaba. Algo dentro de él se rompía, y no podía evitarlo.
—Todo en mi vida ha sido… controlado. Siempre he sido el tipo frío, distante, el que no muestra lo que siente. Y luego llegaste tú, y de alguna manera me haces sentir cosas que no entiendo. No puedo dejar de pensar en ti. A veces, me molesta cómo me haces sentir tan expuesto, tan vulnerable. Y todo lo que puedo pensar es que tal vez te estás convirtiendo en una parte de mí de la que nunca quise hablar.
Alina lo observaba atentamente, sin interrumpirlo. Aunque no había palabras, había algo en sus ojos que le daba la certeza de que la comprendía, de que lo escuchaba sin juzgar.
—Y lo peor de todo —añadió Ezra, con una risa amarga— es que ni siquiera sé cómo manejarlo. Tú me haces sentir como si todo lo que había construido, toda mi murmurada indiferencia, se estuviera desmoronando a cada segundo. Y todo esto, todo lo que siento... no tiene sentido, ¿verdad?
El silencio llenó el espacio entre ellos. Aunque las palabras de Ezra eran pesadas y dolorosas, Alina no se movió. Ella no lo interrumpió, no lo detuvo. Solo lo miraba, con una expresión de comprensión. Como si, de alguna manera, todo lo que decía ya lo supiera de algún modo.
Ezra, que esperaba algún tipo de respuesta o reacción de su parte, frunció el ceño, sintiendo la incomodidad de la situación. Pero al final, decidió soltar lo que tenía en su pecho de una vez por todas.
—Lo que quiero decir, Alina... —dijo, casi susurrando, como si tuviera miedo de que sus palabras fueran demasiado vulnerables— es que… cuando todo esto termine, cuando ya no tengamos que preocuparnos por las amenazas, quiero que sepas que no puedo seguir fingiendo. Ya no puedo. Tú me haces sentir cosas que nunca imaginé. Y quiero… quiero que sepas que te he estado pensando, en todo lo que significas para mí. Tal vez sea una locura, pero después de todo esto, quiero que sepas que no puedo ignorarlo más.
Alina lo observaba fijamente, como si sus palabras tuvieran un peso que ella estaba absorbiendo lentamente. Ezra no estaba seguro de si ella lo entendía completamente, pero la verdad era que no le importaba. Ya lo había dicho. Y tal vez eso era lo que más le aterraba.
Después de un largo silencio, Alina levantó su mano y escribió rápidamente en su teléfono, y luego se lo mostró:
“No tienes que tener miedo de lo que sientes. Yo te entiendo.”
Ezra la miró, las palabras de Alina llenándolo de una paz inexplicable. Aunque no había promesas ni declaraciones, había una aceptación. Y eso fue suficiente para él en ese momento.
—Gracias, Alina —dijo, casi sin poder creer lo que acababa de compartir.
Antes de que pudiera decir algo más, los ruidos del exterior volvieron a interrumpir, y la realidad los golpeó con fuerza. La situación con Raúl, Marcos, y todo lo que estaba en juego seguía allí, sin cambios.
Pero por primera vez en mucho tiempo, Ezra sentía que había dado un paso hacia algo que podría cambiar su vida, algo más allá de la guerra con Raúl. Algo que aún no entendía por completo, pero que, por alguna razón, le daba esperanza.