Ezra no sabía cuánto tiempo había pasado. El tiempo había dejado de existir para él, como si la gravedad misma hubiera perdido su fuerza y todo estuviera suspendido en un vacío donde la única realidad era la presencia de Alina en sus brazos. La sangre aún manchaba sus manos, como una marca de su desesperación. Sus palabras seguían resonando en su mente, pero sentía que su boca no podía pronunciarlas de nuevo, como si su alma estuviera atrapada entre lo que sentía y lo que temía.
El dolor era insoportable, no solo por la herida de Alina, sino por el peso de la culpa que se había instalado en su pecho. "¿Por qué te metiste en esto, Alina?" murmuró entre dientes, sus ojos llenos de angustia. Cada respiración que ella tomaba le parecía más débil, más distante, y a él le dolía la idea de que podía perderla para siempre.
"Esto no es justo..." se dijo, apretando los dientes, su voz quebrada. "¿Por qué te importo tanto? ¿Por qué hiciste eso por mí?"
Nunca se había sentido tan impotente en su vida. Como policía, estaba acostumbrado a la violencia, a la adrenalina, al peligro. Pero nunca se había enfrentado a algo que le desgarrara tan profundamente como el estar al borde de perderla. Se sentía como si sus entrañas se estuvieran deshaciendo, la ansiedad lo estaba consumiendo, pero sus manos no dejaban de sostener a Alina, como si soltarla fuera aceptar que todo lo que había sentido por ella nunca había sido real, que ella no estaba ahí, que nunca volvería a estar.
"No... no puedo perderte," susurró una vez más, ahora en tono de súplica. "No... no después de todo lo que has hecho por mí."
Ezra nunca había sido un hombre de emociones claras. Era frío, distante, un muro de concreto que se había construido durante años para protegerse. Su vida había sido un desfile de caras, situaciones y recuerdos vacíos. Se había dedicado a su trabajo con una obsesión casi inhumana, pero nunca había tenido a nadie que lo hiciera dudar, que le hiciera cuestionar su existencia. Hasta que Alina entró en su vida.
Ahora, aquí estaba, sintiendo una vorágine de emociones que no podía entender ni controlar. "¿Por qué me haces esto, Alina?" Su rostro estaba mojado por las lágrimas que caían sin control. "¿Por qué me haces sentir que te necesito cuando yo... yo nunca necesité a nadie?"
Alina estaba débil, casi al borde de la inconsciencia, pero a pesar de la lucha de su cuerpo por mantenerse alerta, sus ojos se abrieron ligeramente, como si intentara mostrarle que lo escuchaba, que no estaba completamente perdida. La fuerza que siempre había visto en ella, esa mirada decidida y su valentía, aún estaban ahí, pero ya no podía ocultar el sufrimiento en su rostro.
Ezra vio su intento de mover los labios, y un escalofrío recorrió su espalda. "Alina..." susurró, con la voz quebrada. "No me dejes. No ahora. No después de todo lo que he... sentido." Sus palabras eran torpes, vacías de sentido, porque lo único que podía entender en ese momento era el miedo que lo dominaba, el miedo a perderla. "No puedo explicarlo... no puedo. Pero lo siento. Lo siento tanto."
En el fondo, sabía que no le había mostrado lo que realmente sentía. No le había dejado ver lo que había pasado por su mente, lo que había comenzado a cambiar dentro de él desde el primer momento en que vio esa sonrisa suya en la pastelería, esa que, aunque no lo dijera, había desterrado la oscuridad de su mundo.
"Nunca pensé que sentiría esto por alguien," dijo en voz baja, más para sí mismo que para ella. "Nunca pensé que me importaría tanto. Tú... tú me has cambiado, Alina, y no sé cómo... pero no puedo perderte. No ahora."
Alina, débil pero todavía viva, dio un pequeño movimiento con su mano, como si intentara alcanzar su rostro, o al menos aferrarse a algo que le diera fuerza. "No me dejes..." murmuró con la voz casi inaudible, pero lo suficiente para que Ezra la escuchara.
"No te dejaré," respondió, su voz volviendo a ser fuerte, aunque llena de dolor. "No te dejaré, Alina. No ahora. No después de todo lo que..." La palabra quedó suspendida en el aire, porque no sabía cómo decirla, no sabía cómo admitir lo que sentía. Pero ella lo había hecho, sin miedo, sin dudar. Ella había sido la que se había puesto en frente de la bala. "No sé qué es lo que me haces sentir," continuó, con la voz rota. "Solo sé que no puedo perderte, Alina. No sé cómo explicar esto, pero... yo..."
Las lágrimas seguían cayendo por su rostro, y a pesar de la confusión, él no podía dejar de abrazarla, de aferrarse a ella como si fuera su única salvación. No entendía lo que pasaba en su interior, pero sentía que el mundo entero se desmoronaba si ella se desvanecía. "Te necesito, Alina... aunque no sé cómo decirlo... te necesito."
Ezra comenzó a temer lo que sucedía dentro de él, y a la vez, se dio cuenta de que ya no importaba entenderlo. Lo único que importaba era que no la perdiera. Y aunque todo su ser gritaba por hacer algo, encontrar una solución, él sabía que, en ese momento, nada importaba más que ella.