La sala de emergencias se había llenado de ruido, de gritos, de gente corriendo de un lado a otro, pero para Ezra todo sonaba a un eco distante. Solo había un sonido claro en su mente: el débil susurro de la respiración de Alina. Cada exhalación que salía de sus labios parecía más débil que la anterior, y su cuerpo inmóvil lo estaba hundiendo en una angustia insoportable. La imagen de ella, tan frágil, tan vulnerable, lo consumía por dentro.
"Por favor, no la dejen ir..." murmuró Ezra entre dientes, mirando a los médicos y enfermeras como si esperara que hicieran milagros con solo mirarla.
Los doctores estaban trabajando con rapidez, pero Ezra no podía hacer más que estar allí, pegado a su lado, temblando. Su mente no lograba procesar la posibilidad de perderla. ¿Cómo podría vivir con eso? ¿Cómo había llegado a este punto, a este abismo de desesperación?
Un enfermero se acercó rápidamente, con la clara intención de despejar a Ezra del lugar para que pudieran hacer su trabajo. "Necesitamos espacio, ¿podría dar un paso atrás?"
Ezra, completamente fuera de sí, lo miró como si le hubiera pedido lo imposible. "No." Su voz era baja pero firme, como si el simple acto de alejarse de Alina fuera romper algo dentro de él. "No me voy a mover."
El médico, que estaba de pie al lado de Alina, frunció el ceño. "Lo siento, pero necesitamos que se haga a un lado. Vamos a operarla, y necesitamos tu cooperación."
Ezra sintió que la rabia comenzaba a burbujear en su interior. ¿Cómo podían pedirle eso? ¿Cómo podían decirle que se apartara cuando Alina estaba luchando por su vida? "¡NO!" gritó, su voz retumbando por la sala, haciendo que todos los presentes se detuvieran por un momento. "No la dejen sola. ¡No lo haré!"
Pero era imposible. Sabía que era imposible quedarse allí. Sabía que los médicos tenían que actuar rápido y que, si no se alejaba, no podrían hacer nada. A pesar de su furia y su pánico, sus amigos, los tres policías que habían llegado con él al hospital, sabían que algo tenía que cambiar. Con una mirada, acordaron intervenir.
Uno de ellos, Daniel, se acercó con calma pero con determinación. "Ezra... por favor. Entiende que esto es por ella."
Ezra lo miró, con los ojos ardiendo de furia, pero el dolor era tan intenso que comenzó a perder la capacidad de pensar con claridad. "¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué tengo que dejarla... sola?"
"No está sola. Los médicos están aquí. Ellos la van a salvar," dijo Daniel, tomando su brazo con suavidad pero firmeza. "Es nuestra amiga también, pero necesitamos que nos dejes hacer nuestro trabajo. Ella necesita esa operación, y no podemos permitir que sigas aquí bloqueando el camino."
Otro de los policías, Ricardo, se acercó y también puso una mano sobre su hombro. "Ezra, confía en nosotros. Sabemos que te importa, pero tienes que ser fuerte por ella. No te estamos pidiendo que te vayas, solo que dejes que los doctores la salven. Y cuando termine, estarás aquí para ella. Lo prometemos."
Pero las palabras no parecían penetrar en su mente. La desesperación seguía apoderándose de él, y la idea de que algo malo pudiera pasarle a Alina lo hacía perderse. "No quiero perderla... No puedo." La última parte salió como un susurro entre lágrimas, la voz quebrada por la impotencia.
Fue en ese momento que su amigo Marcos, quien también era policía, apareció por detrás y, sin decir una palabra, lo sujetó firmemente, obligándolo a dar un paso atrás. "Ezra, confía en ellos. Tú también necesitas descansar. Estás en shock, no vas a poder hacer nada si no dejas que los doctores hagan su trabajo."
Con un nudo en el estómago y un vacío doloroso en el pecho, Ezra finalmente entendió lo que tenía que hacer. Pero el miedo a perderla era tan grande que ni siquiera podía procesarlo bien. Los tres policías lo guiaron suavemente fuera de la sala de emergencias, alejándolo de la vista de Alina.
"¡No la dejen sola!" gritó una vez más, sus palabras arrastradas por la angustia. Pero, antes de que pudiera seguir, la puerta se cerró detrás de él.
Al otro lado, los médicos se apresuraron a preparar todo lo necesario para la operación. La tensión era palpable. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad. Ezra, fuera de la sala, no podía hacer otra cosa más que esperar y rogar, con todas sus fuerzas, que no fuera demasiado tarde.