Ezra estaba parado en el pasillo, su cuerpo rígido, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza, el rostro enrojecido de tanto apretar los dientes. Sus amigos lo habían dejado allí, en ese pequeño rincón, donde el mundo parecía haberse detenido. La espera lo estaba devorando, como una sombra que lo tragaba poco a poco. Sentía que cada segundo que pasaba era una eternidad, como si su propio corazón estuviera retrasado, sin poder seguir el ritmo de la respiración de Alina.
El eco de sus palabras seguía resonando en su mente, "¡No la dejen sola!" No podía dejar de pensar en ella, en cómo la había visto caer ante sus ojos, como si el mundo entero hubiera dejado de existir en ese preciso momento. La imagen de Alina, herida, con sus ojos tan llenos de miedo y de dolor, se repetía en su mente una y otra vez. Y, a pesar de lo que sentía, lo único que podía hacer era esperar.
A veces se acercaba a la puerta de la sala de emergencias, pero cada vez que lo hacía, su alma se veía arrastrada por un sentimiento de impotencia tan grande que le costaba respirar. No podía dejarla ir, no podía permitir que algo le sucediera. Pero, a la vez, sabía que no podía hacer nada, que no podía estar allí todo el tiempo, que los médicos debían hacer su trabajo.
"¿Qué hago?" Se preguntaba una y otra vez, mirando al vacío, sin realmente ver lo que había a su alrededor. "¿Cómo es posible que esto esté pasando?" Se sentía como un niño perdido, atrapado en su propia desesperación.
"Ella me hace sentir cosas... cosas que no entiendo." La frase, la que había dejado escapar en medio de su rabia, resonaba una y otra vez en su mente, como un eco que se estrellaba contra las paredes de su conciencia. No podía dejar de pensar en cómo sus sentimientos por ella se habían transformado, cómo una simple mirada de Alina podía cambiar su mundo entero.
Pero también sentía miedo. Miedo de que, si ella no salía de esto, nunca podría decirle lo que realmente sentía. ¿Qué pasaría si no había más oportunidades? Si el destino decidía que su historia se quedara en el aire, sin un final, sin una confesión. La angustia lo carcomía, lo hacía sentirse como si algo estuviera desmoronándose dentro de él.
Unos pasos sonaron cerca, y Ezra levantó la vista, encontrándose con los ojos de Daniel, quien lo observaba con una mezcla de comprensión y preocupación.
"Ezra..." Daniel comenzó, acercándose lentamente. "Tienes que calm..." Pero no terminó la frase. Sabía que nada de lo que dijera podría cambiar lo que sentía Ezra. "Yo sé lo que sientes... es difícil. Pero, por favor, si no te tranquilizas, no vas a poder ser de ayuda. No te olvides de que tienes que estar allí para ella cuando salga de la operación."
Ezra lo miró fijamente, como si no entendiera sus palabras, como si el dolor en su pecho fuera demasiado fuerte para ser racional. "¿Y si no sale? ¿Qué voy a hacer entonces?" Su voz temblaba, como si al decir esas palabras estuviera haciendo tangible la peor de sus pesadillas.
Daniel dio un paso hacia él, colocándole una mano en el hombro, un gesto de apoyo, pero también de firmeza. "Eso no va a pasar. Ella es fuerte. Lo sabes. Pero tú también tienes que serlo. No la dejes ir por completo antes de que todo termine. Necesitas estar preparado para lo que venga."
Ezra asintió sin decir nada, pero el nudo en su garganta no se deshizo. Su mente no podía dejar de girar, como si cada pensamiento fuera una espiral que lo arrastraba más y más. "¿Por qué ella? ¿Por qué tiene que ser ella? ¿Por qué no puede ser alguien más?"
Las preguntas lo consumían, pero no encontraba respuestas. Miró hacia la puerta de la sala de operaciones, como si de algún modo, si las miradas fueran suficientes, podría atravesar las paredes y estar con ella.
"No me voy a mover de aquí," murmuró, su voz ronca. "No voy a dejarla sola."
La conversación quedó en silencio, interrumpida solo por el sonido de los médicos y enfermeras que pasaban por el pasillo, haciendo su trabajo. Ezra sintió que algo en su pecho se rompía lentamente, y, por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de cuán vulnerables podían ser los hombres, incluso aquellos que se habían acostumbrado a esconder sus emociones bajo una fachada de dureza y control.
Pensó en cómo, en ese momento, no quería ser el policía que todos conocían. No quería ser el hombre fuerte y confiado que siempre daba órdenes y mantenía el control. Solo quería ser el hombre que podía estar a su lado cuando más lo necesitaba. El hombre que ella había conocido, el hombre que sentía que no podía perder.
Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero Ezra las negó rápidamente, sin dejar que caigan. "No puedo llorar. No ahora," murmuró, apretando las manos a los costados.
Pero las lágrimas no pudieron ser contenidas por mucho tiempo.