Ezra dormitaba con la cabeza apoyada al borde de la cama. No sabía en qué momento el cansancio lo había vencido, pero sus ojos estaban hinchados, los nudillos marcados por tanto apretarlos, y su corazón pendía de un solo hilo: el pitido constante del monitor que anunciaba que Alina seguía allí.
No se movió cuando una enfermera entró a chequear los signos vitales. Ni siquiera la miró.
Pero entonces, el sonido cambió.
Un pitido largo, plano, frío.
Ezra alzó la cabeza, confundido. El monitor… ya no latía.
No había ritmo.
No había latidos.
—¡Código rojo, habitación 307! ¡Código rojo! —gritó la enfermera por el intercomunicador.
Ezra se levantó de golpe. El mundo se volvió borroso.
—¡¿Qué está pasando?! ¡¿Qué carajos pasa?! —gritó con voz quebrada mientras las puertas se abrían de golpe y los doctores entraban corriendo.
—¡Sáquenlo de aquí! ¡Ahora!
—¡NO! ¡NO! ¡No la dejen sola! —Ezra forcejeaba mientras era arrastrado por dos enfermeros. Su mirada, clavada en el cuerpo de Alina, inerte sobre la camilla.
Vio cómo le abrían el pijama de hospital, cómo colocaban los parches del desfibrilador, cómo uno de los doctores gritaba:
—¡Carga a 200!
—¡Claro!
—¡Ya! ¡Aléjense!
ZAP.
El cuerpo de Alina se alzó un poco con la descarga.
Ezra rugía del otro lado de la puerta.
—¡Vamos, Alina! ¡Mierda, vamos! ¡¡No te atrevas a irte ahora!! ¡¡No después de todo esto!! ¡¡No me jodas, Alina!! ¡No me jodas tú también!
ZAP.
Otro intento.
—¡Sigue sin respuesta! ¡Cargando de nuevo!
—¡No, no, no...!
Ezra golpeó la pared.
—Tú no puedes hacerme esto… tú no puedes. Tú eres diferente, ¿entiendes? Tú... tú haces que me duela el pecho cuando sonríes, me da rabia cuando hablas con otros y escribes esas cosas dulces en tu cuaderno que no entiendo pero que me hacen querer aprender tu mundo entero. ¡¡Y yo ni siquiera entiendo lo que siento, pero lo siento contigo, maldita sea!! ¡¡Contigo!! ¡¡Con nadie más!
Dentro de la habitación...
ZAP.
—¡Vamos… vamos…!
Bip.
Bip…
Bip. Bip. Bip.
El monitor volvió a sonar. Un latido. Dos. Tres.
Los doctores se miraron entre sí.
—¡Tenemos pulso! ¡¡Repito, tenemos pulso!!
—¡Estabilizando!
Ezra, al oír los pitidos del monitor regresar, se dejó caer al suelo de rodillas, jadeando como si él mismo hubiera vuelto a respirar por primera vez.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Gracias… —murmuró con voz ronca, temblando—. Gracias, carajo… No te vayas, por favor… no te vayas.