voces que no se oyen

Capítulo 41: Lo que no sé decir

El olor a desinfectante impregnaba el aire. Todo era demasiado blanco, demasiado quieto. Ezra entró lentamente a la habitación, con los puños cerrados y los pasos pesados.

Alina estaba allí.

Conectada a mil cables. Con una mascarilla cubriéndole el rostro. Ojeras marcadas. El rostro pálido.
Pero viva.

Cerró la puerta detrás de él. Se quedó mirándola desde el marco. Le parecía mentira.
Le dolía hasta respirar.

Se acercó despacio, como si con un movimiento brusco pudiera romper el milagro que acababa de ocurrir. Se sentó en la silla a su lado y le tomó la mano con una torpeza casi adolescente.

—Casi te vas… —susurró—. Mierda, Alina…

La miró.

—Y no dije nada de lo que quería decirte. No te dije ni una sola palabra de lo que me haces sentir, de las estupideces que me pasan por la cabeza cuando te veo cruzar la calle con ese moño torcido… de cómo me revienta el estómago cuando sonríes por cualquier pastel que haces…

Tragó saliva con dificultad. Apretó su mano un poco más.
—Tú llegaste y jodiste todo, ¿sabes? Yo era bueno estando solo. Yo era perfecto odiando el mundo. Pero tú… tú eres como luz, Alina. Y eso jode. Porque no sé cómo manejarlo. Porque me haces querer no ser un desastre. Me haces querer no estar roto.
Porque contigo me siento como un idiota… pero un idiota vivo.

Se inclinó un poco hacia ella, su voz cada vez más rota.

—Y no te dije que tengo miedo. Miedo de que te vayas. Miedo de que no vuelvas a abrir los ojos y no pueda leerte más. Miedo de que ya no esté tu cuaderno con tus respuestas en letras bonitas. Miedo de que ya no pelees conmigo sin decir una sola palabra.

Se quedó en silencio. Solo el pitido rítmico del monitor.

—Quédate… por favor.
No te estoy pidiendo que me quieras, ni que me perdones por ser un imbécil. Solo… quédate.

Ezra apoyó la frente en su mano, todavía aferrado a la de ella.

Un par de lágrimas silenciosas cayeron sobre la sábana blanca.

Y entonces, algo se movió.
Un leve parpadeo. Apenas un temblor en los párpados de Alina.
Ezra levantó la cabeza de golpe.

—¿Alina?

Sus ojos se movieron bajo los párpados. Lentamente. Como si peleara por salir de un sueño muy profundo.
Él contuvo el aliento.

—Vamos… vamos, flor de azúcar… despierta. Estoy aquí. Estoy contigo.




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