El doctor apenas había terminado de revisar los informes cuando Ezra irrumpió en la pequeña oficina sin pedir permiso. Su chaqueta estaba arrugada, las ojeras marcadas, la mandíbula tensa.
—Tenemos que hablar —soltó de inmediato, sin saludar.
El doctor Weston levantó la vista con expresión de cansancio.
—Ezra, ya hablamos de esto. No hay mucho más que decir…
—¡No me digas eso! —interrumpió él, con un tono más alto—. No me digas que “no hay nada más que decir” cuando estás a punto de rendirte con ella. ¡Con Alina!
El doctor suspiró, quitándose los lentes.
—No se trata de rendirse. Se trata de ser realistas. La bala perforó la médula. Hubo daño irreparable. Lo que hicimos fue estabilizarla, salvarle la vida. Pero las probabilidades de que vuelva a caminar…
—¡No quiero probabilidades! —Ezra golpeó la mesa con ambas manos, con una furia que apenas podía contener—. Quiero opciones. Soluciones. ¡Algo!
Weston se irguió, más serio.
—Ya estás cruzando una línea, Ezra.
—¡Pues bórrala! —gritó—. Borra la maldita línea. Haz algo. Mueve cielo y tierra. ¡Ella gritó mi nombre para salvarme, maldita sea! ¡Y tú me vienes con "es imposible"!
El doctor lo miró, en silencio. Vio sus ojos rojos, la desesperación colgando en cada palabra, como si al decirlas estuviera conteniendo su mundo de caer en pedazos.
—Sé que estás frustrado —dijo al fin—. Sé lo que Alina significa para ti, incluso si no sabes cómo explicarlo.
Ezra apretó los dientes.
—No lo sé. No sé qué significa. Pero cada vez que la veo con esa mirada, fingiendo que no le duele, fingiendo que no se está muriendo por dentro, siento que me rompo también. No puedo con esto, Weston. No puedo ver cómo se apaga.
—La rehabilitación puede ayudar —dijo el doctor con voz firme pero más suave—. No para que camine, pero sí para que viva. Para que recupere su independencia. Eso es lo que podemos hacer ahora. Y no es poco.
Ezra bajó la cabeza. Sus manos seguían temblando. Luego murmuró:
—No me digas que no hay esperanza.
Weston lo miró largo rato antes de hablar.
—Hay esperanza, Ezra. Pero no es la que tú quieres. Es otra. Es aprender a vivir con lo que hay. A amar lo que queda. Y eso, créeme… no es menos valioso.
Ezra tragó saliva. Se giró sin decir más, saliendo de la oficina con el corazón encogido, los puños cerrados y la idea de que tal vez… la única manera de ayudarla era también la más difícil: aceptar la verdad.
Pero aún así, mientras caminaba por los pasillos del hospital, solo tenía una cosa clara.
No se rendiría con ella. Nunca.